lunes, 24 de abril de 2017

LA ILUSTRACIÓN. VOLTAIRE



François-Marie Arouet nació en París el 21 de noviembre de 1694 pero es más conocido como Voltaire. Hijo de un notario y de una integrante de una familia noble de provincia, figura como uno de los principales representantes de la Ilustración.
Exiliado unos años en Inglaterra, publica en 1733 sus “Cartas Filosóficas” en dicho país, y en 1734 aparece la edición francesa, condenada por el Parlamento de París a ser quemada por el verdugo.

Si las “Cartas filosóficas” inauguran el Iluminismo en Francia, es primordialmente por el nexo establecido, sentido entre esta perspectiva de renovación política y social, la convicción de una estrecha solidaridad entre estas dos perspectivas (baste pensar, para advertir el punto preciso en que se cruzan, en el tema de la “libertad de pensamiento”). Esto distinguirá siempre al “mundo de las luces”.
Temáticamente se trata de un conjunto de argumentos de todas aquellas cuestiones que tienen que ponerse en el orden del día de la opinión: tolerancia, deísmo[1], libertad política, relaciones entre las clases, ciencia, función de los intelectuales; pero además argumentos unificados en la perspectiva de la liberación de los hombres de todo lo que los oprime, intelectual y prácticamente.
Correlativamente, el sentido del discurso se hace ahora explícito, el ataque es sustancialmente directo y frontal, el margen de prudencia, de trucos formales, queda reducido al mínimo. Es la primera vez que en Francia se habla tan claro; y así las Cartas Filosóficas no pueden ser toleradas. Es necesaria que sean quemadas por el verdugo de París como “libro escandaloso, contrario a la religión, a las buenas costumbres y al respeto debido a las autoridades”.

Estas “Cartas Filosóficas” fueron concebidas en su estadía en Inglaterra entre 1726 y 1728. País donde ya se vivía bajo la experiencia política de una burguesía copartícipe del poder junto a la aristocracia luego de pactar con ésta la conformación de una “Monarquía Parlamentaria” donde se afirma la soberanía de la ley sobre el monarca.
Las ideas imperantes en el régimen inglés habían sido sintetizadas por John Locke, que publica en 1690 el Tratado del gobierno civil, donde refuta la doctrina del derecho divino (Dios otorga el poder al Monarca y por tanto éste tiene un poder absoluto por encima de la sociedad) vuelve a la ideología del contrato original (en un principio fueron los hombres que pactaron dar el poder a un individuo para poder establecer un orden que permita vivir en sociedad), expresa la superioridad del poder del parlamento sobre el poder ejecutivo, la supremacía de las leyes naturales sobre las leyes humanas, es decir, el derecho a rebelarse contra la tiranía. En sus cartas sobre la tolerancia añade que la religión es un asunto privado, cuyo ejercicio no compete al Estado. Sus obras proporcionan, entonces, el punto de partida a la ideología liberal del siglo XVIII.

Cartas filosóficas

Puntos centrales en la publicística política de Voltaire: tolerancia religiosa, libertad económica, igualdad civil, certeza del derecho (reino de la ley). La perspectiva de renovación se proyectaba en el sentido de una completa privatización de la vida real de los hombres, de una completa emancipación de la que, de allí a poco, habría de llamarse “sociedad civil”.
Inspirada en Inglaterra la “filosofía republicana” de que hablaba Voltaire puede evidenciarse en el siguiente pasaje de sus Cartas Filosóficas:

“Entrad en la Bolsa de Londres, un lugar muy respetado por tantas cortes; os encontraréis reunidos para la común utilidad de los representantes de todos los pueblos. Por un lado, el judío, el mahometano y el cristiano tratan uno como otro como si fueran de la misma religión, y llaman infieles solamente a los que van a la quiebra; por el otro lado, el anabaptista se fía en el presbiteriano y el anglicano acepta el seguro del cuáquero. A la salida de esas pacíficas y libres asambleas, unos van a la sinagoga, otros van a tomar una copa; uno va a hacerse bautizar en una gran tina en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; otro hace cortar el prepucio a su hijo y hace balbucear sobre el niño unas palabras hebraicas que no comprende en absoluto; otros van a sus respectivas iglesias a esperar la inspiración de Dios con el sombrero en la cabeza, y todos están contentos...”
Éste es el modelo de lo que debía considerarse moderno y justo, conforme a los intereses y a los derechos del “pueblo”, en la acepción precisa y circunscripta, en virtud de la cual debía entenderse por tal “la más numerosa, la más virtuosa y, por lo tanto, la más respetable parte de la humanidad, integrada por aquéllos que estudian las leyes y las ciencias por los comerciantes y por los artesanos”.
En Inglaterra Voltaire aprecia la libertad realizada revolucionariamente, la que consiste en “ese sabio gobierno en el que el príncipe, poderosísimo para hacer el bien, se encuentra con las manos atadas para hacer el mal, en el que los señores son grandes sin insolencia y sin vasallos, y en el que el pueblo participa del gobierno sin confusión”.
Sin embargo, la forma de gobierno inglesa es un ejemplo, no un modelo, de una perspectiva de equilibrio social en sentido burgués. De un compromiso de la burguesía con la aristocracia, sin que ésta conserve sus privilegios políticos inmediatos, es decir su estatus propiamente feudal. Una evidencia más notoria de esta pérdida de privilegios la encuentra en el pago de los impuestos. “Un hombre, por el hecho de ser noble o cura, no está eximido del pago de ciertos impuestos... Cada uno paga no según su rango (lo que es absurdo) sino según su renta, no existe talla ni capitación arbitraria, sino una tasa real sobre las tierras...”
Por ello afirma, “un Estado se halla bien gobernado...cuando los tributos son obtenidos proporcionalmente, cuando un orden del estado no es favorecido a expensas de otro, cuando se contribuye a las cargas públicas no según la propia cualidad sino según los propios réditos...”

Libertad
Entonces, la libertad en sentido moderno debía entenderse precisamente como eliminación del privilegio jurídico, o sea, del poder directo, personal de un hombre sobre otros hombres, sobre sus personas y sus bienes. “La libertad consiste en no depender más que de las leyes ...” Llegará un día en que un príncipe más hábil que los otros hará comprender ... que en modo alguno es beneficioso para ellos ... que un noble tenga el derecho de matar a un campesino poniendo diez escudos en su fosa ...Todos los hombres han nacido iguales”.

Igualdad
Pero dicha igualdad no significa “la anulación de la subordinación: somos todos igualmente hombres, pero no miembros iguales de la sociedad. Todos los derechos naturales pertenecen igualmente al sultán y al bostangi (jardinero del palacio): uno y otro deben disponer con el mismo poder de sus personas, de sus familias y de sus bienes. Por tanto, los hombres son iguales en lo esencial, por más que en la escena representen papeles diferentes”. Esos papeles diferentes implicaban que unos estaban capacitados para gobernar y otros, la mayoría, carecían de dicha capacidad. No era partidario de la participación política de los sectores populares, ni de su educación: “No es al peón al que hay que instruir, sino al buen burgués, al habitante de las ciudades. Cuando el populacho se mete a razonar, todo está perdido”.
Por eso la igualdad natural de los hombres, su libertad natural, significa para Voltaire que “cada padre de familia debe ser amo en su casa, y no en la casa del vecino”.

Sociedad civil
Fundamento de la sociedad civil. La mejor de las formas de gobierno es la que promueve de la mejor manera la autonomía de esa “sociedad civil”, garantizándola y siendo su notario y administrador. Se necesita un príncipe que asuma el papel de “primer magistrado” o “presidente de la república” para el pleno desenvolvimiento de la sociedad nueva, burguesa.
Esto era ser “republicano”; era el estado de derecho, la igualdad civil, realizable sin más, para Voltaire, en forma de Monarquía Absoluta Ilustrada.
Porque la República sólo es posible en un Estado pequeño, y a éste conviene la sobriedad, mientras que a un Estado grande conviene la monarquía, y prospera con el incremento del lujo.

Base de la “sociedad civil”
¿Cómo se materializa en concreto esa sociedad civil que debe ser protegida por el príncipe ilustrado? Su base remitirá a los sectores económicos que no responden a la Aristocracia ni a la arquitectura feudal por ella montada. No solo desde el punto de vista de la producción de la riqueza sino a través de una verdadera dignidad ética.
En los tiempos de estadía en Inglaterra Voltaire destaca al comercio. “El comercio, que en Inglaterra ha enriquecido a los ciudadanos, contribuyó a hacerlos libres, y esta libertad extendió a su vez  el comercio; de aquí se ha formado la grandeza del Estado”.
Más adelante, sobre la década de 1750, se agrega al comercio, como tipo de actividad económica moderna, la manufactura. A lo que se agrega una formulación de corte teórico: “La riqueza de un Estado consiste en el número de sus habitantes y en su trabajo”.
Siendo quien genera ese trabajo el lujo con el que viven las clases acomodadas, que representan el esqueleto mismo de la sociedad. El consumo de los ricos es la condición de la actividad productiva, y por lo tanto del sustento para los otros miembros de la sociedad.
Hacia el final de su vida estima que el “cultivador es el primer motor de los resortes del Estado”. Ya que “la agricultura es la base de todo, por más que no lo sea todo. Ella es la madre de todas las artes y de todos los bienes...”  En esta época ya ha invertido en propiedades de tierras, donde experimenta nuevos métodos de cultivo, nuevas mejoras, y se interesa personalmente por la marcha de los trabajos.
¿Y qué sucede con los subordinados, los que forman “el mayor número”? Desde el punto de vista económico deben quedar reducidos al mínimo vital: “el bracero, el obrero debe ser reducido a lo meramente necesario para poder trabajar: esta es la naturaleza del hombre”.

Voltaire historiador
En su “Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones”, escrito luego de diez años de investigación sobre las obras eruditas aparecidas en el siglo XVII, expresa:
“Mi idea principal es la de conocer las costumbres de los hombres y las revoluciones del espíritu humano. Consideraré el orden de las sucesiones de los reyes y a cronología como guías, no como el fin de mi trabajo... Cuando se leen las historias, parecería que la tierra hubiera sido hecha solamente para algunos soberanos y para aquéllos que han secundado sus pasiones; casi todo lo demás se ha descuidado. Los historiadores se asemejan en esto a algunos de los tiranos de que hablan: sacrifican el género humano a un sólo hombre”.










[1]          Doctrina teológica que afirma la existencia de un dios personal, creador del universo y primera causa del mundo, pero niega la providencia divina y la religión revelada.

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