sábado, 30 de septiembre de 2017

El Ascenso del Nazismo.



Después de la primera guerra mundial, el tratado de Versalles (1919) había intentado rehacer el mapa de Europa en una distribución que fuera acorde con los intereses que representaban los “tres grandes”: EEUU, Gran Bretaña y Francia.
Alemania debió  devolver Alsalcia y Lorena a Francia, Eupen y Malmedy a Bélgica y el norte de Schleswig a Dinamarca. Danzig se constituyó en “ciudad libre” y las minas carboníferas del Sarre fueron ocupadas por Francia y administradas por la Sociedad de naciones. Al mismo tiempo Alemania debía comprometerse al pago de los gastos de guerra – calculados en 226.000 millones de marcos –, reducir su flota a seis unidades y su ejército a cien mil hombres.
Con la Sociedad de Naciones, creada con la supuesta intención de regular las relaciones entre los estados y evitar nuevos conflictos armados, los países europeos esperaron encontrar el equilibrio; pero muy pronto se evidenció su fracaso.
Pero ni los nuevos repartos, ni los fracasados acuerdos internacionales podían proporcionar una solución a los graves problemas internos que aquejaban a los países europeos. La guerra había dejado un saldo de pérdidas igualmente desfavorable para todos, salvo EE.UU., que quedó como primera potencia mundial.
Además la Revolución Rusa había cambiado bruscamente la fisonomía del mundo. A partir de ese momento, “el fantasma del comunismo” se cernía sobre Europa y el vigoroso y organizado movimiento obrero de la postguerra constituía indudablemente un peligro real para la burguesía.
La situación cobró características alarmantes a partir de 1930. La crisis del mercado de valores de Nueva York (1929) tuvo repercusión mundial: en 1931 quebró el Kredit – Austalt, importante banco de Viena y la crisis financiera se extendió por Europa. La “gran depresión” sirvió para demostrar que también para el capitalismo existía un agotamiento de sus propias reservas. La urgencia de la necesidad de salvar al sistema del colapso se hizo evidente y, a partir de ese momento, todas las naciones europeas – incluso los Estados Unidos – comenzaron a adoptar rasgos que resultaban ajenos a la ideología liberal que había regido el capitalismo.

Alemania.

En la primera mitad de la década de 1920 la crisis económica llegaba a sus puntos más extremos. Alemania había perdido sus colonias y mercados internacionales y se veía obligada a cerrarse dentro de sus propias fronteras. A la vez, pesaba sobre el país una enorme deuda externa, la situación era caótica y la inflación pronto se hizo incontrolable. A fines de 1923 la crisis financiera llegó a su punto más agudo: el marco se desvalorizó totalmente y muchos alemanes se encontraron con que sus ahorros no eran más que una masa de papeles inservibles. En el mes de noviembre, el dólar se cotizaba en Berlín a dos billones y medios de marcos, y una barra de pan dos cientos millones.
En ese mismo año – 1923 – estallaba el “putsch de la cervecería de Munich”, intento de golpe de estado organizado por el Partido Nacional Socialista, que Adolfo Hitler había cofundado en Munich, en 1919. El primer golpe nazi fracasó y Hitler fue condenado a la cárcel por cinco años, pero salió libre a los meses.
Entre 1925 y 1929 la coyuntura mejoró debido a los inmensos capitales que EEUU volcó en forma de préstamos a Alemania para asegurar su recuperación a fin de que pudiera pagar sus deudas con las potencias europeas vencedoras, y a la vez éstas con los bancos estadounidenses. La industria, que había cancelado sus deudas en la inflación, pedía miles de millones para instalar nueva maquinaria y para racionalizar los procesos de fabricación. Su rendimiento, que en 1923 había descendido al 55% con relación a 1913, se elevó hacia 1927 al 127% en 1928 por primera vez desde la guerra, el número de parados descendió a menos de un millón, exactamente a 650.000. Las ventas al por menor de aquel año aumentaron el 20% más que las de 1925 y al siguiente año los salarios reales alcanzaron una cifra del 10%  más alta que 4 años antes. 
Un fermento maravilloso estaba cambiando Alemania. La vida aparecía más libre, más moderna, más excitante que cualquier otro lugar. En ningún otro sitio parecían vivir tan intensamente las artes y la vida intelectual. En literatura, pintura, arquitectura, en música y en teatro, habían surgido nuevas corrientes y agudos talentos. En todas partes se respira un aire de juventud. Uno podía estar sentado durante toda la noche rodeado de jóvenes, en los cafés, en los bares, en campamentos de verano en cualquier vapor haciendo un crucero por el Rhin o en el estudio lleno de humo de un artista y hablar indefinidamente de la vida. Eran grupos saludables, alegres, adoradores del sol y estaban llenos de un entusiasmo enorme que los hacía vivir plenamente y en libertad completa. El Antiguo y opresivo espíritu prusiano parecía estar muerto y enterrado. La mayoría de los alemanes que uno conocía – políticos,  escritores, editores, artistas, profesores, estudiantes, hombres de negocios y encargados de personal – daban la impresión de ser demócratas liberales, incluso pacifistas.

Casi no se oía hablar de Hitler o de los nazis, excepto como tema para chistes. Contando con 108.000 miembros, en las elecciones del 20 de mayo de 1928 el partido nazi tuvo solamente 810.000 votos de un total de 31.000.000 y tenía tan sólo una docena entre los 491 miembros del Reichstag (Parlamento alemán). Por el contrario los Social-Demócratas  alcanzaron más de nueve millones, conquistando 153 escaños, lo que hizo de ellos el partido político más importante desde el punto de vista electoral. Diez años después del término de la guerra, la República alemana parecía, al fin, haberse consolidado. 


La crisis golpea de nuevo


Sin embargo la crisis emergida en EEUU a partir de 1929 hizo pedazos esta ilusión de bienestar. La depresión que se extendió sobre el mundo como una gran conflagración dio al partido nazi su oportunidad, y se aprovechó cuanto pudo de ella. Pero no para hacerlo por medio de un golpe sino por mandato de los electores o por el consentimiento de los gobernantes de la nación…en resumen, por medios constitucionales.
La demagogia y el nacionalismo expresado por el nazismo caían en terreno fértil ante la desesperación del pueblo alemán por la nueva crisis económica que enfrentaba. Para obtener el apoyo de quienes estaban en el poder tenía que convencerlos de que sólo él podía salvar a Alemania de su desastrosa situación, y sobre todo de una posible revolución comunista.
Las consecuencias de la crisis iniciada en EE.UU. se sintieron prontamente en Alemania. Cuando se acabaron los préstamos extranjeros, principalmente desde el capital norteamericano, y hubo que pagar los concedidos anteriormente, la estructura económica alemana fue incapaz de soportar el esfuerzo. cuando el comercio mundial se doblegó siguiendo la general baja repentina en los valores, Alemania no pudo exportar los suficiente para compensar las importaciones esenciales de materias primas y alimentos que precisaba. La producción industrial descendió casi a la mitad desde 1929 a 1932. Millones de obreros fueron despedidos. Miles de pequeñas empresas quedaron arruinadas. En mayo de 1931, el Banco más importante de Austria, el Krestanstalt, quebró, y esto fue seguido, el 13 de julio, pro la bancarrota de los más fuertes Bancos alemanes, el Darmstaedter y el NationalBank, lo que obligó al gobierno de Berlín a cerrar temporalmente todos los bancos. Ni siquiera la iniciativa del presidente Hoover de conceder una moratoria para todas las deudas de guerra - incluyendo las reparaciones alemanas, que llegó a ser efectiva el 6 de julio - pudo detener la marea. Todo el mundo occidental estaba sacudido por fuerzas que sus jefes no comprendían, pero que sentían que estaban por encima del control de los hombres. ¿Cómo era posible que de pronto hubiera tanta pobreza, tanto sufrimiento humano, en el centro de tanta abundancia?


Nueva táctica


Pero ahora el Partido Nazi no buscaría alcanzar el gobierno por medio de un golpe de estado. Hitler había explicado su nueva táctica a uno de sus secuaces, Karl Ludecke, mientras estaban en prisión: “cuando vuelva al trabajo activo será necesario seguir una nueva política. En vez de actuar por medio de la fuerza para conseguir el poder, tendremos que agachar la cabeza e ingresar en el Reichstag para oponernos a los diputados católicos y marxistas. Si vencerlos en las elecciones nos lleva más tiempo que expulsarlos, al menos el resultado estará garantizado por su propia constitución. Todo proceso legal es lento…Pero más tarde o más temprano tendremos mayoría…y, después de eso, Alemania”.
Para ello el Partido necesitaba cada vez más recursos económicos, que financiaran las continuas campañas electorales y su funcionamiento permanente. Los grandes grupos monopólicos de la economía vinieron a llenar esa necesidad.

Los monopolios capitalistas financian al nazismo




Que Hitler y su partido pudieran tomar el control de Alemania llegó a mostrarse claro a los directores de la industria después del sensacional incremento de votos en las elecciones de 1930.
"En 1931", declaró Walther Funk en Nuremberg, "mis amigos industriales y yo estábamos convencidos de que el Partido Nazi llegaría al poder en un futuro no demasiado lejano".
En el verano de ese año, Funk, un grasiento hombrecillo, abandonó un lucrativo puesto como director de un importante periódico financiero alemán, el Berliner Boersenzeitung, se afilió al partido nazi y llegó a ser enlace entre el partido y cierto número de importantes personalidades dentro del mundo de los negocios.
"En ese tiempo la dirección del partido sostenía puntos de vista complemtamente contradictorios y confusos en cuanto a la política económica. Traté de cumplir mi misión impresionando personalmente al Führer y al partido con la idea de que la iniciativa privada, la confianza en sí mismo de los hombres de negocios, el poder creador de la empresa libre, etc., fuera reconocida como la política económica básica del partido. El Führer personalmente acentuó con énfasis una y otra vez durante sus conversaciones conmigo y con los dirigentes industriales que yo le había presentado, que era enemigo de una economía estatal y de la llamada "economía planificada" y que consideraba a la empresa libre y a la competencia como absolutamente necesarias para alcanzar la más alta producción posible".
El partido necesitaba grandes umas para costear las campañas electorales, pagar las facturas de su propaganda ampliamente difundida e intensificada, abonar las nóminas de los funcionarios del partido, que trabajaban todo el dìa para su administraciòn, y mentener los ejércitos privados de las S.S. y S.A., las cuales, a finales del año 1930 comprendían más de 100.000 hombres, una fuerza superior a la del ejército. Los negociantes y los banqueros no eran la única fuente de ingresos pero era la más importante.
En el verano de 1931 Hitler resolvió concentrar todos sus esfuerzos en cultivar la amistad de los influyentes magnates industriales.
El partido tenía que seguir a la vez dos caminos distintos. Tenía que permitir a Strasser, Goebbels y al maniático Feder que engañaran a las masas con el estribillo de que los Nacionalsocialistas eran verdaderamente socialistas y dejar que hablaran en contra de los capitalistas. Por otra parte, el dinero necesario para que el partido continuara su marcha había de ser obtenido de aquellos que tenían una amplia provisión de fondos. Durante toda la segunda mitad de 1931, dice Dietrich, Hitler "atravéso Alemania de cabo a rabo, manteniendo entrevistas personales con prominentes personalidades del mundo de los negocios". Tan ten secreto fueron llevadas a cabo estas reuniones, que se celebraron "en algún solitario claro del bosque".
¿Quiénes eran esos magnates?
Algunos de ellos eran:
Emil Kirdorf. Jefe de la unión carbonera que presidía un fondo político conocido como la "Tesorería del Ruhr" que había sido fundado por los intereses mineros de Alemania Occidental. Había sido seducido por Hitler en el congreso del partido de 1929.
Fritz Thyssen, el jefe del trust del acero. Conoció al jefe nazi en Munich, en 1923, siendo arrastrado por su elocuencia e inmediatamente hizo un donativo inicial de 100.000 marcos oro al entonces casi desconocido partido nazi. Junto a Thyssen estuvo Albert Voegler, una potencia también en los Aceros Unidos. En realidad, los intereses implicados en el carbón y el acero furon las principales fuentes de los fondos que procedían de los industriales para ayudar a Hitler en sus últimas zancadas en la carrera de vallas hacia el poder.
También había otras industrias y negocios, cuyos directores no querían ser dejados a la intemperie si Hitler conseguía sus propósito. La lista es larga, e incluía a Georg von Schnitzler, uno de los principales dirigentes de la I. G. Farben, el gigantesco cártel químico; August Rosterg y August Diehn, de la industria de la potasa; Cuno, de la naviera que tenía la línea Hamburgo - América; la industria derivada del carbón de Alemania Central; Conti, con grandes intereses en el caucho; Otto Wolf, el poderoso industrial de Colonia; varias bancas de las más importantes, entre las cuales figuraban el Deutsche Bank, el Commerz und Privat Bank, el Dresdener Ban, el Deutsche Kredit Geselleschaft; y la más importante de las compañías de seguros, la Allianz.
Algunos, como el dueño del gigante armamentístico Krupp, fueron violentos enemigos de Hitler pero una vez que llegó a Canciller "vio pronto la luz" y se convirtió rápidamente en un "super nazi" según palabras de Thyssen.



Está claro, por tanto, que en su impulsión final hacia el poder, Hitler gozó de un considerable respaldo económico procedente de una amplia gama del mundo de los negocios alemán. En cuanto contribuyeron  los banqueros y negociantes entre 1930 y 1933 nunca fue completamente esclarecido. Pero a juzgar por las grandes sumas que el partido tenía a su disposición en aquellos tiempos, los donativos totales procedentes fueron con seguridad mucho mayores de lo comprobado. Thyssen estima unos dos millones de marcos al año. 

Hitler Canciller y la búsqueda del poder total



La caótica situación de Alemania permitió que Hitler asumiera como Canciller porque los sectores privilegiados buscaban un hombre que asegurara el orden y el fin de la agitación social, mientras que las capas medias y una parte de los obreros querían creer en un salvador que restituyera el poder de Alemania.
Sin embargo no fue producto de haber logrado una mayoría electoral como a veces se difunde. El presidente Hindemburg, ex - general y "héroe" de la Gran Guerra, lo instituyó en tal cargo, similar a un Primer Ministro, a partir de las presiones de los sectores conservadores y del gran capital que veían en aquél un instrumento de imponer el orden frente a la "amenaza comunista", en el marco de un profundo rechazo al sistema democrático parlamentarista emergido en 1919. Contando con el apoyo de los centristas y nacionalistas, en enero de 1933 el partido Nazi formó parte del gabinete de gobierno coaligado con los nacionalistas, aunque no tenían la mayoría absoluta para otorgar a Hitler poderes absolutos como éste demandaba. Entre ambas formaciones tenían apenas 247 escaños del total de 583 que había en el Parlamento. Al no llegar a un acuerdo con los centristas, 70 bancas, el nuevo gobierno llamó a nuevas elecciones para, aprovechando los recursos del estado, obtener la mayoría especial de dos tercios deseada. Como anotó Goering, lugarteniente de Hitler, en su diario: "ahora será fácil emprender la lucha, ya que podemos disponer de todos los recursos del Estado. La radio y la prensa están a nuestra disposición. Podemos poner en escena una obra maestra de la propaganda. Y en esta ocasión, naturalmente, no falta el dinero".
A inicios de febrero, el gobierno alemán prohibió la reunión de comunistas y abolió la prensa de este movimiento. Las concentraciones de los socialdemócratas fueron prohibidas, y las SA irrumpieron en las que se formaban. Los periódicos socialdemócratas fueron suspendidos frecuentemente. La policía tenía la orden de dejar hacer a las fuerzas de choque fascistas.
Los grandes hombres de negocios, contentos con este nuevo gobierno que iba a colocar a los obreros organizados en su verdadero puesto y a pemitir que los negociantes condujeran sus negocios tal como deseaban, fueron invitados a que soltaran el dinero. Goering y Hitler tuvieron una reunión con una decena de magnates alemanes, incluyendo a Krup von Bohlen, que había llegado a ser un nazi entusiasta en el transucurso de esa noche, Bosch y Schnitzler, del a I.G. Farben, y Voegler, jefe de las Acerías Unidas. De allí surgieron tres millones de marcos como aporte a la campaña electoral nazi.
Pero faltaba algo más, un hecho impactante antes de las elecciones del 5 de marzo que convenciera a la opinión pública de que los comunistas, con la neutralidad sino simpatía de los socialdemócratas, querían precipitar una revolución para establecer su "terror marxista".
El episodio del "incendio del Reichstag" les dio la chance.

El "incendio del Reichstag"



El 27 de febrero de 1933 en la sede del Parlamento alemán se produjo un incendio que lo consumió parcialmente. Sin embargo desde el mismo momento en que Hitler y sus colaboradores arribaron al Reichstag proclamaron que era un crimen comunista. Goering, sudoroso y resoplante y completamente fuera de si por la excitación, gritó: "este es el comienzo de la revolución comunista" y agregó, "no debemos esperar un minuto. No debemos mostrar misericordia. Todo miembro del comunismo debe ser fusilado dondequiera que se encuentre. Esta misma noche hay que tomar a todos los diputados comunistas".
En el interior la policía y los bomberos encontraron a un ​jóven albañil comunista holandés llamado Marinus van der Lubbe, quien tenía cierta discapacidad intelectual. Fue culpado de inmediato por el gobierno alemán. Días después, y bajo tortura, admitió haber prendido fuego al edificio por lo que fue sentenciado a muerte y ejecutado.
Junto al muchacho holandés se enjuició a Ernst Torgler, jefe parlamentario de los comunistas, que se presentó a la policía cuando se enteró de que se acusaba a su Partido para desmentir dicha responsabilidad. Tres comunistas búlgaros también formaron parte del proceso, incluido Georgi Dimitrov, quien luego llegó a ser máximo líder de la Internacional Comunista.
El juicio que se celebró ante el Tribunal Supremo en Leipzig se convirtió en algo parecido a un fracaso para los nazis y especialmente para Goering, a quien Dimitrov, actuando como defensor de sí mismo, provocó con toda facilidad hasta hacerle caer en contradicciones en una serie de preguntas y repreguntas.
Torgler y los tres búlgaros fueron absueltos, aunque el jefe comunista alemán fue puesto inmediatamente en "vigilancia para su protección", en cuya situación permaneció hasta su muerte durante la Segunda Guerra. No pudo ser demostrado que el Partido Comunista tuviera que ver con el incendio.
En particular, durante el juicio Dimitrov hizo público que desde el Palacio del Presidente del Reichstag, Goering, había un pasillo subterráneo construido para el montaje de la calefacción central, que iba hasta el edificio del Reichstag. Por lo que era probable, según muchos observadores, que el incendio fuera provocado por las propias fuerzas de asalto nazis, que a la vez utilizaron al muchacho holandés como chivo expiatorio.  Lo cierto es que fue utilizado este episodio para instaurar que las elecciones eran para optar entre el orden nazi o la "violencia comunista".
En ese sentido, al día siguiente del incendio, el 28 de febrero, el presidente Hindenburg firmó un decreto para "la protección del Pueblo y el Estado" por los que quedaban en suspenso las siete secciones de la Constitución que garantizaban las libertades individuales y civiles. Descrito como una "medida defensiva contra los actos comunistas de violencia que ponen en peligro al Estado". Acto seguido se arrestó a cuatro mil dirigentes comunistas y una gran cantidad de jefes socialdemócratas y liberales, inaugurándose los primeros campos de concentración.
Con todos los recursos del Gobierno nacional y del prusiano a su disposición, y con gran cantidad de dinero, procedente de los grandes negociantes, en sus cofres, los nazis llevaron a cabo una propaganda electoral tal como no se había visto nunca jamás en Alemania. El electorado se veía al mismo tiempo adulado con las promesas de un paraíso alemán, intimidado por el terror pardo en las calles y aterrado por las "revelaciones" acerca de la "revolución" comunista.

Las urnas no ungieron a Hitler y el Partido Nazi.

Sin embargo, el 5 de marzo de 1933, a pesar de todo el terror y la intimidación la mayoría de los electores rechazaron a Hitler. Los nazis fueron a la cabeza con 17.277.180 votos, (288 bancas, o un 44% del total de votos), por lo que la mayoría especial se le escapaba. Incluso los comunistas habían logrado alcanzar los 4.848.058 votos.
Junto a los escaños de los nacionalistas (52), no lograban sumar la mayoría de dos tercios para poder establecer una dictadura con consentimiento del Parlamento, mediante el otorgamiento de poderes absolutos a Hitler por cuatro años, que se transformaron en los hechos en doce.
Se imponía la maniobra y la complicidad. Se comenzó por detener a los 81 diputados comunistas electos, a los que se sumaron una docena de diputados socialdemócratas. Luego se procedió a convencer a los diputados centristas con promesas vagas de respeto a la Constitución. El resultado fue que se llegó al número requerido de voluntades, 441 a favor, con la sola oposición de los restantes diputados socialdemócratas (84). Los diputados nazis se pusieron de pie gritando y cantando en pleno delirio y luego, reforzados por las fuerzas de asalto, estallaron de júbilo. El parlamento le cedió su autoridad constitucional a Hitler.

El régimen Nazi

Al año siguiente fallecía Hindenburg y Adolfo Hitler reunió en su persona los cargos de Canciller y presidente. La decision fue ratificada por un plebiscito que le concedía además el título de Führer (Caudillo). La bandera de la República fue reemplazada por la svástica, símbolo nazi que representaba la superioridad de la raza aria, y Alemania pasó a constituir el Tercer Reich.
La república federal fue reemplazada por el estado unitario; se disolvieron los sindicatos y se constituyó el Frente de Trabajo Alemán, controlado por el estado; el único partido político legal fue el Partido Nazi y se crearon los “tribunales del pueblo” que atendían los casos de “traición”. Se organizó la Gestapo, policía secreta encargada de organizar la represión de todos quienes se consideraran opositores; la S.A., tropas de vigilancia, y las S.S., guardia de defensa. Junto con un rígido sistema de control socio-político, se estableció para el control socio – político, se estableció para el control de la economía el “Plan de Cuatro Años”, que tenía como objetivo el autoabastecimiento.
La exaltación del espíritu nacional se combinó con el culto a la superioridad de la raza aria. Resulta innecesario hablar de las terribles persecuciones que se desataron contra los judios y que son la prueba más siniestra y evidente de a lo que puede llegar el fascismo. Pero el terror era para Hitler una verdadera arma política y tenía un claro y definido objetivo. 


El Terror






Según las mismas palabras de Hitler: “¿Habéis notado cómo actúan los babiecas cuando dos granujas se trenzan en la calle? La crueldad impone respeto. La crueldad y la brutalidad. El hombre de la calle no respeta más que la fuerza y la bestialidad. Las mujeres también, las mujeres y los niños. La gente experimenta la necesidad de sentir miedo; los alivia el temor. Una reunión pública, pongamos por caso, termina en pugilato; ¿no habéis notado que los que más severo castigo han recibido son los primeros en solicitar su inscripción en el Partido? ¿Y me venís hablar de crueldad y os indignáis por habladurías de torturas? Pero si precisamente lo quieren las masas. Necesitan temblar”… “Lo que no quiero es que se transformen los campos de concentración en pensiones familiares. El terror e el arma política más poderosa y no me privaré de ella so pretexto que resulta chocante para algunos burgueses imbéciles” Mi deber consiste en emplear todos los medios, para endurecer al pueblo alemán y prepararlo para la guerra”.


Del libro Mi lucha de Adolfo Hitler.


Como una mujer, que prefiere someterse al hombre fuerte antes que dominar al débil, así las masas aman más al que manda que al que ruega, y en su fuero íntimo se sienten mucho más satisfechas por una doctrina que no tolera rivales que por la concepción de la libertad propia del régimen liberal; con frecuencia se sienten perdidas al no saber qué hacer con ella, y aun se consideran fácilmente abandonadas. Ni llegan a darse cuenta de la imprudencia con la que se las aterroriza espiritualmente ni se percatan de la injuriosa restricción de sus libertades humana, puesto que de ninguna manera caen en la cuenta del engaño de esta doctrina. 


El mitin de las masas es necesario, al menos para que el individuo, que al adherir a un nuevo movimiento se siente solo y puede ser fácil presa del miedo de sentirse aislado, adquiera por vez primera la visión de una comunidad más grande, es decir, de algo que en muchos produce un efecto fortificante y alentador…él mismo deberá sucumbir a la influencia mágica de lo que llamamos sugestión de masa.

Textos elaborados sobre la base de:

Auge y Caída del Tercer Reich. William L. Shirer. Luis de Caralt EDITOR. Barcelona. 1962.

El Fascismo. Susana Bianchi. Revista Transformaciones. CEAL. 1969.

lunes, 24 de abril de 2017

LA ILUSTRACIÓN. ROUSSEAU.


Jean-Jacques Rousseau nació en Ginebra, Suiza, el 28 de junio de 1712, hijo de un maestro artesano relojero y cuya madre falleció a los pocos días de su nacimiento.
Las concepciones de este filósofo respecto al hombre y la sociedad difieren en algunos aspectos sustanciales del resto de los filósofos ilustrados, pero sus planteamientos respecto a que la igualdad de los hombres solo puede ser asegurada por una suprema norma de justicia social y el cuestionamiento a la propiedad privada como fuente de privilegios, harán que la etapa más radical de la Revolución Francesa abrevara de sus concepciones como fuente de inspiración.
El “Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres” y el “Contrato Social” son sus obras más emblemáticas de este pensamiento.

“Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres”
Presentado en un concurso auspiciado por la Academia de Dijon (1753), se busca analizar la humanidad moderna e ilustra históricamente su alienación[1]. No solamente los vicios particulares, como la hipocresía y el amor propio, sino la raíz profunda, es decir, la causa de aquella mistificación total de las relaciones y de los sentimientos, de los que se recogen los frutos en la sociedad contemporánea: de donde los hombres viven fuera de sí, exclusivamente en la opinión ajena, esclavos del dinero, de las convenciones, de sus mismas ambiciones y, recíprocamente, uno del otro.
La causa próxima de todo ello es la desigualdad jurídica y económica, la cual, a su vez, se liga a causas más remotas en la historia de los hombres.
Al multiplicarse las necesidades humanas, el refinamiento de las costumbres y de los gustos, las intrincadas redes de las relaciones sociales y civiles, en suma, todo lo que los filósofos definen como “progreso”, es la verdadera causa de la infelicidad humana, ya que se aleja totalmente de su condición inicial “natural” no contaminada por los vicios modernos.
El hombre, por naturaleza, no solo tiene bondad sino también un rudimentario amor por sus semejantes. El “amor de si mismo” original es un instinto legítimo de conservación, que no obstaculiza el surgimiento de las inclinaciones sociales; solamente cuando degenera en “amor propio” (egoísmo), en un estadio más tardío del desarrollo socia, bloquea toda comunicación entre los hombres y los convierte en esclavos recíprocamente. La sociedad no se fundó inicialmente en base a un acuerdo, sino que se formó naturalmente sobre la apretada trama de las necesidades, de los sentimientos, de las pasiones que ligaron a los hombres en grupos.
En tal sentido, el verdadero factor corruptor es el instinto de codicia y de rapiña del que nace la propiedad privada:
“El primero que cercó un terreno y declaró esto es mío, y halló personas tan simples que le creyeron, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos delitos, guerras, asesinatos, miserias y horrores habría ahorrado el género humano aquel que, rompiendo el cerco y llenando la fosa, hubiera gritado a sus semejantes: ¡no escuchéis a este impostor; si olvidáis que los frutos son de todos, y la tierra de nadie, estáis perdidos!
Es que la verdadera felicidad fue gozada por los hombres en un breve período. Luego, la división del trabajo, las artes, la industria y la agricultura, dividieron la sociedad en explotadores y explotados, amos y esclavos, ricos y pobres.
Como sostiene en el artículo “Economía Política”, aparecida en el quinto volumen de la “Enciclopedia”, el pacto social que muchos identificaban como la justificación de las desigualdades sociales, se resumía en:
“Vosotros tenéis necesidad de mi, porque yo soy rico y vosotros sois pobres; entonces pongámonos de acuerdo: permitiré que tengáis el honor de servirme, a condición de que e deis lo poco que os resta por el esfuerzo que me demandará comandaros”
Por eso es necesario un auténtico pacto social, que reconcilie a la humanidad consigo misma y consienta realizar en la historia el ideal del “estado de naturaleza” original del hombre.

Contrato Social

Lejos de poder atribuir a Rousseau una intención de proponer un regreso a las tinieblas de la prehistoria, él entiende que se puede recuperar las condiciones originales de pureza e inocencia a través del consenso de las voluntades libres. Las que deberán reemplazar a los poderes impuestos por la violencia, por el avasallaje, por la autoridad paterna y por el derecho divino.
En el “Contrato social, o principios del derecho político” el problema central será “hallar una forma de asociación que defienda y proteja con toda la fuerza común la persona y los bienes de cada asociado, y mediante la cual cada uno, al unirse a todos, obedezca sin embargo solamente a sí mismo y siga libre como antes.”
Negando que en el origen de las sociedades esté el sometimiento del pueblo al soberano, como condición de poder vivir bajo cierto orden y protección, funda su concepción en que aquellas se deben basar en un libre acuerdo de voluntades individuales que forman la voluntad general, por lo que el pueblo es el soberano.
“Entonces, si se reduce el pacto social a su esencia, se verá que se define en estos términos: Cada uno de nosotros pone en común su propia persona y todo el poder propio bajo la dirección suprema de la voluntad general; y además acogemos a cada miembro como parte indivisible del todo”.
Los postulados fundamentales sobre los cuales se basa el “derecho político” son, entonces: a) ningún hombre puede ejercer sobre otro hombre ninguna autoridad, sin su consentimiento; b) todo el pueblo es el titular de la soberanía, y tal derecho es indivisible y no puede ser cedido por el pueblo a ningún individuo; c) el ejercicio del poder ejecutivo por parte de los gobernantes legítimamente elegidos no es una delegación, ni una cesión, sino una simple comisión, provisional y revocable”.
Esto es lo que hace tan singular a Rousseau en la Ilustración, porque lejos de reproducir las diferentes variables de la entrega de soberanía al monarca, usurpador o tirano, en el Contrato Social no existe cesión de la soberanía por parte de los individuos que implique renuncia a los fundamentales derechos de libertad; antes bien, los mismos están garantizados por el entero cuerpo social. El pueblo reunido en asamblea es el protagonista y el árbitro de la vida pública, la fuente del poder.

Soberanía
Una consecuencia que extrae de estos principios es que el individuo debe obedecer la voluntad general soberana, negar dicha obediencia hace caer el  contrato social común, por lo que el cuerpo social debe imponerse. La libertad individual estará asegurada en tanto el colectivo sea el soberano.
Lejos de ser un pensamiento totalitario, la verdadera intención de Rousseau es la de sustituir las relaciones de dependencia económico-políticas entre hombre y hombre, entre clase y clase, que en un régimen de tipo constitucional, aristocrático o burgués, perpetúan el abuso y la desigualdad, por una suprema norma de justicia social, libremente deseada y aceptada por todos.
La nivelación de todos los individuos con respecto a la majestad de la ley excluye el predominio de los intereses materiales de un individuo, de un grupo, del mismo órgano gubernativo, sobre el interés de la comunidad. El auténtico interés de la colectividad no puede surgir de la voluntad e una fracción del pueblo, y tanto menos de una élite privilegiado que ejerce el poder; es necesaria la unanimidad de los puntos de vista individuales, que concuerden con el reconocimiento racional del interés común. La doctrina rousseauniana presupone un pueblo políticamente emancipado.
Rousseau se ocupa de subrayar que el dictamen de la voluntad general surge de los más profundos estratos del individuo moral y coincide sin más con la recta razón y la buena voluntad.

La ley permite la libertad
El elemento que asegura la libertad del individuo en la colectividad no consiste en la independencia de toda norma sino en la elección y en la aceptación voluntaria de la ley. “La obediencia a la ley que se nos prescribe es libertad”. La verdadera libertad política consiste en la obediencia de la norma objetiva de la justicia, tal como surge de la voluntad general.
“Sólo a la ley los hombres deben la justicia y la libertad; este órgano sano de la voluntad general establece, en el derecho, la igualdad natural entre los hombres; esta voz celeste dicta a cada ciudadano los preceptos de la razón pública”. “El hombre se convierte verdaderamente en tal, criatura racional y moral, sólo gracias a la sociedad y a las leyes”.

El ideal de gobierno es la ciudad-estado
Ni la monarquía hereditaria de tipo francés ni el régimen constitucional inglés representan para Rousseau modelos de gobierno verdaderamente “legítimos”; la voluntad general abdica también en Inglaterra a favor de la voluntad del parlamento, que es un “cuerpo particular”; y la división de poderes teorizada por Montesquieu, transforma al soberano en un “ser fantástico y formado por trozos yuxtapuestos”
La institución ideal es la ciudad-estado, a medida del hombre, gobernada por la democracia directa, donde todos los poderes se hallan bajo el control inmediato de la asamblea popular. Al modo de la polis (ciudad) griega y la Roma republicana, o los cantones suizos contemporáneos del filósofo. “Todo gobierno legítimo es republicano”, afirma.
Sin embargo no desconoce la realidad histórica concreta, aclarando que “en general, el gobierno democrático se adecua a los pequeños Estados, el aristocrático a los medianos, el monárquico a los grandes”, como era Francia.

Lejos del extremismo
Más allá de cómo fueron utilizadas sus afirmaciones, Rousseau rechazaba ser interpretado como un extremista, por parte de quienes se obstinaban “en ver un facineroso y un agitador en el hombre que muestra el mayor respeto por las leyes y las constituciones nacionales, que siente profunda aversión por las revoluciones y los conspiradores de todo tipo”. Su intención no era la de reformar los grandes Estados, sino “solamente detener, posiblemente, el progreso e aquellos Estados, que por su pequeñez y posición se han salvado de una carrera tan rápida hacia la perfección de la sociedad y la decadencia de la especie”.



[1] Pérdida de la personalidad o de la identidad de una persona o de un colectivo.

LA ILUSTRACÓN. MONTESQUIEU


Carlos-Luis de Secondat, barón de la Brede y de Montesquieu nació en 1689 en un Castillo propiedad de su padre. Su familia era miembro de la llamada “nobleza de toga”, es decir, de aquella que había logrado su posición gracias al favor del Rey.

Del espíritu de las leyes
Su obra más importante aparece en 1748, siete años antes de su muerte. “Del espíritu de las leyes o de la relación que las leyes deben guardar con la constitución de cada gobierno las costumbres, el clima, la religión, el comercio”. El título es largo y la obra de peso: más de un millar de páginas en una edición corriente.
Dirá en el prólogo de la obra, “he comenzado innumerables veces y abandonado otras tantas esta obra; mil veces he mandado al diablo las páginas escritas; cada día sentía el decaimiento de las manos creadoras; proseguía mi objeto sin el menor plan; no hacía el menor caso de reglas ni de excepciones; sólo encontraba la verdad para en seguida perderla”.
Tanta dificultad dio como resultado un texto que se considera su mejor obra, inicio de la moderna sociología a partir de a voluntad de comprender el mundo y los hombres.
Montesquieu escribe, “Esta obra tiene por objeto las leyes, las costumbres y los diversos usos de todos los pueblos de la tierra. Puede decirse que su tema es inmenso, puesto que abarca todas las instituciones que han sido adoptadas por los hombres”. Ha querido, ante todo, comprender. Es decir encontrar una causa última que explique las diferentes formas de gobierno, de instituciones, que se han dado los hombres.
El historiador no tiene terrenos prohibidos, todo puede ser conocido por medio de la razón porque existen razones que explican la política y la historia a partir de comprender los hechos.
El material de Montesquieu son las leyes (las instituciones en sentido jurídico) y se propone encontrar la ley, científica o positiva, que rige su agrupamiento y su evolución.
De modo que las instituciones políticas obedecen a leyes positivas, es decir, que su forma, su contenido, dependen de factores que habrá que determinar.
“Hay  pues principios universales que permiten comprender la totalidad de la historia humana en sus menores detalles. ¿Cuáles son? La naturaleza de los gobiernos, y también el clima, y la clase de territorio, las costumbres, el comercio, la moneda, la población y la religión”.

Se puede resumir El espíritu de las leyes en el siguiente esquema:

Naturaleza y principio del gobierno:
                      

                                 democrático
Republicano[1]  ---                                             Virtud
                                 aristocrático                  

Monárquico                                                         Honor

Despótico                                                            Temor

“Leyes que se deducen de la naturaleza o del principio: ¿Educación, justicia, leyes sobre el lujo, condición de las mujeres, leyes sobre la guerra, constitución, libertad individual, impuestos?
Otros factores: Clima, naturaleza del territorio, extensión del país y costumbres, comercio, moneda, demografía, religión.”

Cada una de las formas de gobierno puede ser comprendida, explicada, por  los diferentes elementos constitutivos de una sociedad. Pero todos ellos se resumen en una ley, “principio” al decir de Montesquieu, que explica en que se funda el sistema jurídico institucional que lo sustenta:
“De la misma manera que en una república es necesaria la virtud, definida como “el amor a la patria y la igualdad”, y el honor en las monarquías, en un gobierno despótico es necesario el temor: en el él la virtud está demás y el honor resultaría demasiado peligroso”.
“El inmenso poder del príncipe pasa íntegro, en los gobiernos despóticos, a aquellos en quienes confía; de modo que la existencia de personas capaces de estimarse significaría un peligro de revolución. Hace, pues, falta que el temor doblegue todos los ánimos y asfixie hasta el menor atisbo de ambición”.


¿Qué instituciones se corresponden con el despotismo?

Educación. “Así como en las monarquías la educación pretende sobre todo la elevación de los espíritus, en los estados despóticos su fin primordial es el rebajarlos. Es necesario que sea servil. La extrema obediencia supone la ignorancia del que obedece; no se trata de deliberar, de dudar ni razonar, sino simplemente de querer (por parte del déspota)”.

Justicia. Será severa: ley del Talión, ausencia total de clemencia del príncipe, rigor de las penas para los crímenes de lesa majestad, ausencia de defensa.

Lujo. En los estados despóticos impera el lujo. “Se trata de un abuso de las ventajas de su servidumbre”.

Libertad. ¿Garantiza la naturaleza de la constitución implícita del despotismo la libertad que “consiste en hacer lo que se debe querer y no estar obligado a hacer lo que no debe quererse?” Evidentemente no, puesto que los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial se encuentran reunidos en la misma mano.
Tampoco está asegurada la libertad política porque no existe por ninguna parte, puesto que el gobierno está fundado en el temor.

Montesquieu es monárquico

Es evidente que Montesquieu no es un republicano. Para él la era de las repúblicas está definitivamente concluida. Recordemos además que en el “Espíritu de las leyes” insiste en que la república sólo conviene a los Estados pequeños. Ahora bien, ha sonado la hora de los Imperios grandes y medios. Es una razón.
La segunda razón es de más importancia: el pueblo es incapaz de gobernarse a sí mismo. Nuestro autor no cesa de recordarlo. “Incluso en el gobierno popular el poder no debe recaer en el pueblo bajo. No hay en el mundo nada más insolente que las repúblicas... El pueblo bajo es el más insolente de cuantos tiranos puede haber”.
Montesquieu, no podemos dudarlo, era monárquico. Partidario del gobierno de uno solo que dirija el Estado por medio de leyes fijas y establecidas que forman el grupo de las leyes fundamentales (una especie de constitución).
El monarca no está solo. La ley le hace compañía, “y los poderes intermedios subordinados y dependientes” son sus sostenes más fieles. El más natural de esos poderes subordinados es el de la nobleza.
ntesquieu. El Espíritu de las Leyes. 1740.
Los tres poderes del Estado

"Hay en cada Estado tres tipos de poderes: el poder legislativo, el poder ejecutivo de las cosas que depen­den del derecho de gentes, y el poder ejecutivo de las cosas que dependen del derecho civil (poder judicial).
Por el primero, el príncipe o magistrado hace las leyes. Por el segundo, hace la paz o la guerra, envía o recibe embajadas, establece la seguridad, previene invasio­nes. Por el tercero, castiga los crímenes y juzga dife­rencias entre particulares. Se denominará a éste últi­mo el poder de juzgar y al otro simplemente el poder ejecutivo del Estado.
La libertad política de un ciudadano es la tranquili­dad de espíritu que proviene de la confianza que tiene cada uno en su seguridad; para que esta libertad exis­ta es necesario un gobierno tal que ningún ciudadano pueda temer a otro. Cuando el poder legislativo y el poder ejecutivo se mueven en la misma persona o el mismo cuerpo, no hay libertad; falta la confianza por­que puede temerse que el monarca o el senador ha­gan leyes tiránicas y las ejecuten ellos mismos tiráni­camente. No hay libertad si el poder de juzgar no está deslindado del poder legislativo y del poder ejecutivo. Así, los reyes que han querido hacerse absolutos o despóticos han comenzado siempre por reunir en su persona todas las magistraturas...
En un Estado libre todo hombre, considerado libre, debe estar gobernado por sí mismo sería necesario que el pueblo en masa tuviera la potestad legislativa; pero siendo esto imposible en los grandes Estados y teniendo muchos inconvenientes en los pequeños, es menester que el pueblo, por medio de sus represen­tantes, haga lo que no puede hacer por sí mismo".


La nobleza es la esencia de la monarquía

La nobleza es parte de la esencia de la monarquía, cuya máxima fundamental dice: “Ni monarquía sin nobleza, ni nobleza sin monarquía”. Estamos ante la imagen de la sociedad feudal.
Esta imagen ofrece la ventaja de ser la más segura garantía contra el despotismo, pero también contra las ambiciones del bajo pueblo que Montesquieu desprecia. Despotismo y república representan peligros idénticos. Uno y otro amenazan los privilegios del feudalismo.
Es más, el despotismo es en realidad un peligroso espejismo porque en vez de asegurar a la monarquía, ya que se funda en el temor y ello provoca la cólera de los pueblos oprimidos y abre la puerta a las “revoluciones populares”.
No se trata, pues, de una denuncia contra el despotismo en nombre de la libertad republicana sino en nombre de la lealtad monárquica. Lejos de anunciar la Revolución de 1789, como pretende la leyenda. Propone, para salvaguardar la monarquía, un retorno a su forma original: un rey y grandes señores feudales que, controlándola, aseguren la libertad y el respeto a las leyes fundamentales.
¿Por qué los filósofos inscribieron a este Montesquieu feudal en sus filas? Ellos y él tenían un objetivo común: la desaparición del despotismo, opresor del pueblo para unos y amenaza contra los privilegios para el otro.




[1]     “El gobierno republicano es aquel en que el pueblo en masa (democracia) o solamente una parte del mismo (aristocracia) detenta el poder soberano”.

LA ILUSTRACIÓN. VOLTAIRE



François-Marie Arouet nació en París el 21 de noviembre de 1694 pero es más conocido como Voltaire. Hijo de un notario y de una integrante de una familia noble de provincia, figura como uno de los principales representantes de la Ilustración.
Exiliado unos años en Inglaterra, publica en 1733 sus “Cartas Filosóficas” en dicho país, y en 1734 aparece la edición francesa, condenada por el Parlamento de París a ser quemada por el verdugo.

Si las “Cartas filosóficas” inauguran el Iluminismo en Francia, es primordialmente por el nexo establecido, sentido entre esta perspectiva de renovación política y social, la convicción de una estrecha solidaridad entre estas dos perspectivas (baste pensar, para advertir el punto preciso en que se cruzan, en el tema de la “libertad de pensamiento”). Esto distinguirá siempre al “mundo de las luces”.
Temáticamente se trata de un conjunto de argumentos de todas aquellas cuestiones que tienen que ponerse en el orden del día de la opinión: tolerancia, deísmo[1], libertad política, relaciones entre las clases, ciencia, función de los intelectuales; pero además argumentos unificados en la perspectiva de la liberación de los hombres de todo lo que los oprime, intelectual y prácticamente.
Correlativamente, el sentido del discurso se hace ahora explícito, el ataque es sustancialmente directo y frontal, el margen de prudencia, de trucos formales, queda reducido al mínimo. Es la primera vez que en Francia se habla tan claro; y así las Cartas Filosóficas no pueden ser toleradas. Es necesaria que sean quemadas por el verdugo de París como “libro escandaloso, contrario a la religión, a las buenas costumbres y al respeto debido a las autoridades”.

Estas “Cartas Filosóficas” fueron concebidas en su estadía en Inglaterra entre 1726 y 1728. País donde ya se vivía bajo la experiencia política de una burguesía copartícipe del poder junto a la aristocracia luego de pactar con ésta la conformación de una “Monarquía Parlamentaria” donde se afirma la soberanía de la ley sobre el monarca.
Las ideas imperantes en el régimen inglés habían sido sintetizadas por John Locke, que publica en 1690 el Tratado del gobierno civil, donde refuta la doctrina del derecho divino (Dios otorga el poder al Monarca y por tanto éste tiene un poder absoluto por encima de la sociedad) vuelve a la ideología del contrato original (en un principio fueron los hombres que pactaron dar el poder a un individuo para poder establecer un orden que permita vivir en sociedad), expresa la superioridad del poder del parlamento sobre el poder ejecutivo, la supremacía de las leyes naturales sobre las leyes humanas, es decir, el derecho a rebelarse contra la tiranía. En sus cartas sobre la tolerancia añade que la religión es un asunto privado, cuyo ejercicio no compete al Estado. Sus obras proporcionan, entonces, el punto de partida a la ideología liberal del siglo XVIII.

Cartas filosóficas

Puntos centrales en la publicística política de Voltaire: tolerancia religiosa, libertad económica, igualdad civil, certeza del derecho (reino de la ley). La perspectiva de renovación se proyectaba en el sentido de una completa privatización de la vida real de los hombres, de una completa emancipación de la que, de allí a poco, habría de llamarse “sociedad civil”.
Inspirada en Inglaterra la “filosofía republicana” de que hablaba Voltaire puede evidenciarse en el siguiente pasaje de sus Cartas Filosóficas:

“Entrad en la Bolsa de Londres, un lugar muy respetado por tantas cortes; os encontraréis reunidos para la común utilidad de los representantes de todos los pueblos. Por un lado, el judío, el mahometano y el cristiano tratan uno como otro como si fueran de la misma religión, y llaman infieles solamente a los que van a la quiebra; por el otro lado, el anabaptista se fía en el presbiteriano y el anglicano acepta el seguro del cuáquero. A la salida de esas pacíficas y libres asambleas, unos van a la sinagoga, otros van a tomar una copa; uno va a hacerse bautizar en una gran tina en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; otro hace cortar el prepucio a su hijo y hace balbucear sobre el niño unas palabras hebraicas que no comprende en absoluto; otros van a sus respectivas iglesias a esperar la inspiración de Dios con el sombrero en la cabeza, y todos están contentos...”
Éste es el modelo de lo que debía considerarse moderno y justo, conforme a los intereses y a los derechos del “pueblo”, en la acepción precisa y circunscripta, en virtud de la cual debía entenderse por tal “la más numerosa, la más virtuosa y, por lo tanto, la más respetable parte de la humanidad, integrada por aquéllos que estudian las leyes y las ciencias por los comerciantes y por los artesanos”.
En Inglaterra Voltaire aprecia la libertad realizada revolucionariamente, la que consiste en “ese sabio gobierno en el que el príncipe, poderosísimo para hacer el bien, se encuentra con las manos atadas para hacer el mal, en el que los señores son grandes sin insolencia y sin vasallos, y en el que el pueblo participa del gobierno sin confusión”.
Sin embargo, la forma de gobierno inglesa es un ejemplo, no un modelo, de una perspectiva de equilibrio social en sentido burgués. De un compromiso de la burguesía con la aristocracia, sin que ésta conserve sus privilegios políticos inmediatos, es decir su estatus propiamente feudal. Una evidencia más notoria de esta pérdida de privilegios la encuentra en el pago de los impuestos. “Un hombre, por el hecho de ser noble o cura, no está eximido del pago de ciertos impuestos... Cada uno paga no según su rango (lo que es absurdo) sino según su renta, no existe talla ni capitación arbitraria, sino una tasa real sobre las tierras...”
Por ello afirma, “un Estado se halla bien gobernado...cuando los tributos son obtenidos proporcionalmente, cuando un orden del estado no es favorecido a expensas de otro, cuando se contribuye a las cargas públicas no según la propia cualidad sino según los propios réditos...”

Libertad
Entonces, la libertad en sentido moderno debía entenderse precisamente como eliminación del privilegio jurídico, o sea, del poder directo, personal de un hombre sobre otros hombres, sobre sus personas y sus bienes. “La libertad consiste en no depender más que de las leyes ...” Llegará un día en que un príncipe más hábil que los otros hará comprender ... que en modo alguno es beneficioso para ellos ... que un noble tenga el derecho de matar a un campesino poniendo diez escudos en su fosa ...Todos los hombres han nacido iguales”.

Igualdad
Pero dicha igualdad no significa “la anulación de la subordinación: somos todos igualmente hombres, pero no miembros iguales de la sociedad. Todos los derechos naturales pertenecen igualmente al sultán y al bostangi (jardinero del palacio): uno y otro deben disponer con el mismo poder de sus personas, de sus familias y de sus bienes. Por tanto, los hombres son iguales en lo esencial, por más que en la escena representen papeles diferentes”. Esos papeles diferentes implicaban que unos estaban capacitados para gobernar y otros, la mayoría, carecían de dicha capacidad. No era partidario de la participación política de los sectores populares, ni de su educación: “No es al peón al que hay que instruir, sino al buen burgués, al habitante de las ciudades. Cuando el populacho se mete a razonar, todo está perdido”.
Por eso la igualdad natural de los hombres, su libertad natural, significa para Voltaire que “cada padre de familia debe ser amo en su casa, y no en la casa del vecino”.

Sociedad civil
Fundamento de la sociedad civil. La mejor de las formas de gobierno es la que promueve de la mejor manera la autonomía de esa “sociedad civil”, garantizándola y siendo su notario y administrador. Se necesita un príncipe que asuma el papel de “primer magistrado” o “presidente de la república” para el pleno desenvolvimiento de la sociedad nueva, burguesa.
Esto era ser “republicano”; era el estado de derecho, la igualdad civil, realizable sin más, para Voltaire, en forma de Monarquía Absoluta Ilustrada.
Porque la República sólo es posible en un Estado pequeño, y a éste conviene la sobriedad, mientras que a un Estado grande conviene la monarquía, y prospera con el incremento del lujo.

Base de la “sociedad civil”
¿Cómo se materializa en concreto esa sociedad civil que debe ser protegida por el príncipe ilustrado? Su base remitirá a los sectores económicos que no responden a la Aristocracia ni a la arquitectura feudal por ella montada. No solo desde el punto de vista de la producción de la riqueza sino a través de una verdadera dignidad ética.
En los tiempos de estadía en Inglaterra Voltaire destaca al comercio. “El comercio, que en Inglaterra ha enriquecido a los ciudadanos, contribuyó a hacerlos libres, y esta libertad extendió a su vez  el comercio; de aquí se ha formado la grandeza del Estado”.
Más adelante, sobre la década de 1750, se agrega al comercio, como tipo de actividad económica moderna, la manufactura. A lo que se agrega una formulación de corte teórico: “La riqueza de un Estado consiste en el número de sus habitantes y en su trabajo”.
Siendo quien genera ese trabajo el lujo con el que viven las clases acomodadas, que representan el esqueleto mismo de la sociedad. El consumo de los ricos es la condición de la actividad productiva, y por lo tanto del sustento para los otros miembros de la sociedad.
Hacia el final de su vida estima que el “cultivador es el primer motor de los resortes del Estado”. Ya que “la agricultura es la base de todo, por más que no lo sea todo. Ella es la madre de todas las artes y de todos los bienes...”  En esta época ya ha invertido en propiedades de tierras, donde experimenta nuevos métodos de cultivo, nuevas mejoras, y se interesa personalmente por la marcha de los trabajos.
¿Y qué sucede con los subordinados, los que forman “el mayor número”? Desde el punto de vista económico deben quedar reducidos al mínimo vital: “el bracero, el obrero debe ser reducido a lo meramente necesario para poder trabajar: esta es la naturaleza del hombre”.

Voltaire historiador
En su “Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones”, escrito luego de diez años de investigación sobre las obras eruditas aparecidas en el siglo XVII, expresa:
“Mi idea principal es la de conocer las costumbres de los hombres y las revoluciones del espíritu humano. Consideraré el orden de las sucesiones de los reyes y a cronología como guías, no como el fin de mi trabajo... Cuando se leen las historias, parecería que la tierra hubiera sido hecha solamente para algunos soberanos y para aquéllos que han secundado sus pasiones; casi todo lo demás se ha descuidado. Los historiadores se asemejan en esto a algunos de los tiranos de que hablan: sacrifican el género humano a un sólo hombre”.










[1]          Doctrina teológica que afirma la existencia de un dios personal, creador del universo y primera causa del mundo, pero niega la providencia divina y la religión revelada.