domingo, 9 de agosto de 2020

LAS COLONIAS HISPANOAMERICANAS

 

La sociedad colonial hispanoamericana estaba integrada por tres diferentes grupos: los que estaban en América antes de la conquista – los indígenas –, los que llegaron voluntariamente – los españoles – y los que fueron obligados a venir – los africanos – .

Se ha calculado que la población indígena americana a fines del siglo XV oscilaba entre los 40 y 50 millones  de personas, distribuidos en forma desigual. Las zonas más densamente pobladas correspondían a las regiones de Mesoamérica y los Andes centrales. Las áreas de escasa densidad demográfica correspondían a Paraguay, parte de Venezuela y las Antillas. Por último las zonas con menor cantidad de población se encontraban en el Río de la Plata y el sur del continente. El número de indígenas disminuyó drásticamente desde los primeros momentos de la conquista. Las enfermedades, las guerras de conquista, los duros sistemas de trabajo y hasta los abortos y suicidios provocaron esta crisis demográfica.

Por otra parte, el número de españoles y criollos, muy pequeño en el siglo XV – apenas cien mil personas – aumentó significativamente hasta superar los tres millones a fines del periodo colonial. Más espectacular fue el aumento de los mestizos. En 1650 había casi 600.000 y llegaron a ser más de 5 millones en 1825. Los africanos, ya fueran esclavos o libres, en muy pocos en el siglo XV, en 1650, 715.000 aproximadamente y en 1825, casi dos millones.

 LOS ESPAÑOLES Y CRIOLLOS RICOS.

Al producirse la conquista un importante número de españoles se trasladó a América. A medida que los primeros se enriquecían, nuevos inmigrantes fueron llegando.

Dentro de las actividades desarrolladas por los españoles en América, ser encomendero de indígenas era la más anhelada, porque ponía bajo el mando directo del mismo a uno o varios poblados indígenas cuyos habitantes debían trabajar para él y comprarle obligatoriamente lo que quisiera venderles. Los motivos de esta preferencia eran las riquezas y el prestigio social que se podían obtener.

Los hijos de españoles nacidos en América eran los criollos. Éstos, junto con los peninsulares, formaban el grupo con mayor poder dentro de la sociedad, controlando las principales fuentes de riqueza y el prestigio social. Aunque eran iguales en teoría, existía una gran rivalidad entre españoles y criollos. Los altos cargos políticos, militares y religiosos en general estaban reservados a los españoles, mientras que los criollos sólo tenían libre acceso a los Cabildos.

Españoles y criollos podían administrar las minas de metales preciosos y de mercurio, obtenían generosas donaciones de tierras en las que establecieron haciendas (en México y Nueva Granada), o estancias (en el Río de la Plata). La mano de obra empleada era de indígenas o de esclavos de origen africano.

Otro núcleo de españoles y criollos se dedicaban al comercio entre España y América. Exportaban metales preciosos y las materias primas que Europa necesitaba, como azúcar, cacao y cueros.

 el pueblo llano

Por debajo de los grupos antes mencionados, integrando el pueblo llano, se encontraban los tenderos, artesanos y criados.

Los españoles que no lograron hacer fortuna y alcanzar la categoría de vecinos, se concentraron de preferencia en las ciudades, donde se dedicaban al comercio al por menor, a oficios mecánicos o a prestar servicios a españoles ricos como criados, palabra que significaba dependencia económica o familiar pero no estrictamente servil.

 

Todos conservaban su condición de hombres libres, pero aunque llegaban a tener casa en la ciudad no tenían acceso a cargos de gobierno de la misma ni prestigio social apreciable, y constituían el elemento blanco de la plebe urbana.

Del pequeño comercio vivieron los tratantes de cualquier mercancía, tenderos que regenteaban tiendas y tendejones, pulperos cuyas pulperías representaban el grado mínimo de la venta al por menor, y vendedores ambulantes. Estas ocupaciones, tenidas por viles, eran ejercidas indistintamente por blancos, indios, mestizos y castas e iniciaban el escalón social en que la pobreza acaba por igualar a todas las razas. Esta masa de pobres crecía sin cesar y vivía con cada vez menos esperanza de mejora; la vagancia voluntaria o forzosa por falta de trabajo, la prostitución y la delincuencia, el alcoholismo y la picaresca tenían buen caldo de cultivo en este medio, que nutría con frecuencia a cárceles y hospitales.

Entre el pueblo llano destacaban por su categoría y cohesión social los artesanos dedicados a oficios manuales, que no tardaron en integrarse en gremios creados a imagen y semejanza de los existentes en España.

El artesanado de Hispanoamérica se constituyó a base de los escasos españoles que ejercieron sus oficios después de emigrar, de indios que continuaron las tradiciones mecánicas prehispánicas, mejoradas y aun transformadas por las herramientas y técnicas europeas, o aprendieron sus oficios  en las escuelas de artesanía creadas por los frailes e incluso de negros y castas.

En la población rural cabe señalar, en primer término, la presencia desde el siglo XVI de españoles (europeos y americanos) de condición modesta establecidos en quintas o chacra; cuando lograban conservar su propiedad, constituían una clase de pequeños agricultores extensa e importante en algunas regiones; otras veces sucumbían ante el desarrollo de latifundios, perdían sus tierras y trabajaban las de un hacendado que se las arrendaba a cambio de su trabajo en la hacienda o mediante un contrato de aparecería[1]; en esta última condición se encontraban los llamados rancheros y terrazgueros, entre quienes se hallaban tanto blancos como mestizos e indios. También había españoles como trabajadores asalariados, pero más bien en cargo de capataces y mayordomos o como criados y allegados al hacendado.

 ESCLAVOS

Los negros esclavos constituían en la sociedad indiana un contingente humano de considerable importancia destinado a servir de fuerzas de trabajo, pero que determinaría con su presencia y acción un factor de singular significado en la conformación étnica, espiritual y cultural de los pueblos de nuestra América.

Existían tres clases de esclavos: los domésticos, los de tala y los jornaleros. Los primeros desempeñaban las faenas de la casa de los amos, del ingenio o plantación; los segundos se dedicaban al cultivo de la tierra, y los últimos eran alquilados por sus amos para hacer trabajos fuera de sus dominios a jornal, que percibían los amos.

 

Los domésticos eran los que, comparativamente, podían tener una vida menos rigurosa, pero en las haciendas los esclavos de tala estaban bajo la vigilancia de los mayorales – en muchas ocasiones un mestizo vinculado al amo por vía sanguínea, o, en excepcionales casos, un negro que gozaba de la confianza del amo –, que trataban con rigidez, dureza y crueldad a los negros esclavizados. El trabajo de éstos era desganado y lento.

 Rivalidades entre blancos españoles y criollos

    Los efectos de la crisis de la dominación española se manifestaron fuertemente en el estamento “blanco”, determinando una progresiva segregación de los “españoles-americanos” de los “españoles-europeos”. Dos factores incidieron en este proceso: el “nacionalismo” altanero de los peninsulares, que les hacía sentir todo lo español superior, tanto a lo americano cuanto a lo de cualquier otro país, y la concepción del Estado, en virtud de la cual cada individuo de un territorio particular se sentía vinculado a la persona del monarca, pero no a los súbditos de los otros reinos de la Monarquía, a los que consideraba poco menos que “usurpadores” cuando ejercían cargos en la región.

     En efecto: el criollo (español-americano), como se ha señalado, nunca fue ni se consideró súbdito de España, sino de la Corona. El distingo, por lo general, no era comprendido en la zona dominante de la Monarquía y para quien América era un “dominio” y no otro Reino de la misma y común Corona.

Las rivalidades del criollo y el español-europeo, en las centurias pasadas, no habían tenido el tono violento que ahora se acusaba con el peninsular que llegaba en busca de perspectivas económicas, en rigor, un español en cierto modo extraño a las motivaciones hispánicas tradicionales del hecho americano, ajeno a la labor fundacional. Su moral burguesa, que tendía a ver una virtud en el trabajo y un premio en la riqueza, veía con antipatía el afán de hidalguía “aristocrizante” del criollo, estimándole incapaz de realizar esfuerzos sistemáticos y ordenados.

El criollo consideraba a la reciente inmigración hispánica como advenedizos, llegados con una “mano adelante y otra atrás”, que hacían fortunas que les permitían acaparar jerarquías, entroncar con linajes prestigiosos por casamiento con ricas herederas y trepar a los puestos públicos. Por lo demás, el criollo veía disminuida su capacidad de actuación en el comercio local y ultramarino por la acción monopólica de las casas comerciales españolas.

Para él, los hombres con derecho a ejercer la función pública eran los virtuosos, tratándose de criollos; pero para el caso de un europeo, creía que no había perdido vigencia la exigencia de pruebas de “limpieza de sangre”, de manera que miraba con desprecio a esa inmigración llegada para hacer fortuna, sin preocupaciones de hidalguía y para la cual el comercio era un título.

Ejercicio:
1. Describe las características de cada clase social en la colonia. 
2. Señala cuál tendría el poder y cuales no.
3. Resume por qué estaban enfrentados los españoles y los criollos.


[1] Acuerdo donde el propietario de la tierra acuerda con otro para que le trabaje a cambio de una parte de la cosecha o del ganado criado.

 

CARTISMO. El primer movimiento obrero

 Tomado de "Historia del Movimiento Obrero"

En 1836 se produjo una nueva crisis que llevó al hambre y al paro masivo a las regiones industriales. Los sindicatos que pagaban a sus miembros subsidios de paro veían agotarse los fondos de que disponían. El descontento se generalizó y los obreros retomaron la lucha política considerando que la situación exigía un movimiento que luchara por todas sus reivindicaciones: sufragio universal, libertad de prensa, disminución de la jornada de trabajo, etc. Volvió a fortalecerse entonces la idea de que el triunfo político abriría el camino a otras reivindicaciones de carácter netamente socialista y de que la democracia política estaba estrechamente atada a la democracia social.

A principios de 1837 la “Asociación de Trabajadores” elaboró la “Carta del Pueblo”, documento que sintetizaba su programa político: sufragio universal, Parlamentos anuales, voto secreto, dietas a los miembros del parlamento, igualdad de las circunscripciones electorales.

La Asociación no basó su política en el principio de la “lucha de clases”. Aunque consideraba que la clase obrera tenía intereses propios y que por lo tanto debía ser representada por hombres salidos de sus propias filas, no llegó a postular el antagonismo con las otras clases y admitió la posibilidad de una alianza con los radicales burgueses.

 

La burguesía y las Leyes de Cereales

 

Esta Asociación de Trabajadores no fue la única en plantearse el problema de la reforma parlamentaria y de la extensión del sufragio. También los reformistas burgueses querían cambiar el marco electoral para tener mayor representación en el Parlamento y lograr derogar las “Leyes de Cereales” que imponían altos impuestos al cereal importado para proteger la producción interna de los terratenientes, muchos de ellos aristócratas.

El capitalismo industrial inglés debió afrontar serios problemas de crecimiento que se tradujeron en crisis periódicas y en una constante disminución de la tasa de ganancia. A pesar de que las ventas totales seguían ascendiendo, y por consiguiente ascendía también el total del ingreso, era menor la ganancia por unidad, por eso la burguesía industrial se propuso detener o al menos atenuar el retroceso de las mismas.

Para que aumentaran la vía más rápida era reducir los costos y, dentro de éstos, el que correspondía a los jornales parecía ser el más fácilmente reducible. Esto provocó el enfrentamiento de la burguesía industrial y la aristocracia terrateniente. Mientras el precio de los granos se mantuviera artificialmente alto, para beneficiar los intereses de los latifundistas, los salarios de los obreros no podían descender más allá de un cierto límite, sin riesgo de hacer peligrar su misma subsistencia. Para los industriales era imprescindible reducir el costo de vida y para lograr esto consideraban indispensable eliminar las Leyes de Granos (tarifas aduaneras que protegían la producción inglesa).

Para la burguesía industrial, partidaria del liberalismo económico, esa ley no solamente encarecía artificialmente el precio de los cereales, sino que impedía el aumento de las exportaciones inglesas. Era necesario que el mundo todavía no industrializado pudiera vender su producción agrícola a Inglaterra para que estuviera en condiciones de comprar las manufacturas inglesas. Para ello debía completarse la reforma de la Constitución, y dar un poder mayor en el parlamento a los burgueses.

 

Fuerza Moral y Fuerza Física

 

 Esto llevó a la “Unión Política” de Birmingham (dirigida por la burguesía reformista) a reanudar su actividad en 1837. A fines de 1837 la “Unión Política” decidió unir sus esfuerzos a los de la “Asociación de Trabajadores”. Se elaboró un programa político común y se organizó una petición de carácter nacional dirigida al Parlamento.

Sin embargo dentro de la Asociación de Trabajadores (Cartismo) no había unanimidad en como proceder con la burguesía reformista. El 14 de febrero de 1838 se reunió en Londres la primera convención cartista. En ella se enfrentaron los partidarios de la “fuerza moral”, es decir aquellos que consideraban que lo único que necesitaban los cartistas era convencer a las otras clases sociales de la justicia de sus peticiones, con los defensores de la “fuerza física”, que pensaban que el mejor camino era la confrontación de clases.

Estos últimos tenían sus bases en los obreros de los distritos industriales, de los hombres de “barbas hirsutas, manos callosas y chaquetas de fustán”. En las asambleas públicas de estos sectores de los obreros los oradores incitaban a armarse para defender sus derechos y dignidad. Su postura se basaba situación angustiante producto de las largas y duras jornadas de trabajo o las prolongadas semanas de desempleo forzoso,.

La convención estaba dominada por la “fuerza moral”, pero la presión de las asambleas locales[1] y el convencimiento de que con la amenaza de la revolución bastaba para forzar al Parlamento, hizo que la convención terminara por afirmar el derecho del pueblo a armarse y defendió la utilización de la violencia en el caso de que aquel se negara a apoyar la “Carta”.

 

Un millón de firmas

 

Mientras las autoridades enviaban batallones a reprimir en las ciudades donde se producían manifestaciones a favor de la “Carta”, y se reunía una policía constituida por miembros de las clases dirigentes, la convención se trasladó a Birmingham y decidió que en caso de no tener éxito se declararía la huelga y se recomendaba a los que tuvieran depósitos en los bancos a retirarlos. Esto llevó a que la “fuerza moral” abandonara la Convención por considerar dichas resoluciones excesivamente revolucionarias.

La petición ya reunía más de un millón de firmas, pero se decidió a esperar un mes más para alcanzar los tres millones. Las manifestaciones se sucedían, y en especial la de Birmingham, el 4 de julio, fue brutalmente disuelta, con varios muertos y heridos. Los convencionales publicaron un manifiesto rechazando esto y la respuesta del gobierno fue la detención de sus firmantes.

    El 12 de julio el Parlamento rechazó la petición por 235 votos contra 46, generando disturbios en varias ciudades, pero la Convención no logró articular una respuesta unificada. El 16 de julio resolvió comenzar la huelga a partir del 12 de agosto, pero en realidad solo una pequeña minoría acompañó la medida. Debilitado por las detenciones masivas de sus dirigentes, el cartismo pasó a la clandestinidad, diluyéndose su efectividad.

 

Los seis puntos de la Carta del Pueblo (1838)

 

  1. Voto para cada hombre mayor de 21 años, cuerdo y sin antecedentes penales.
  2. Papeleta electoral para proteger el elector en el ejercicio de su voto.
  3. Que no existan calificaciones por propiedad para miembros del Parlamento; de este modo se permite que los distritos electorales ejerzan democráticamente su derecho de elegir un hombre que los represente, ya sea pobre o rico.
  4. Pago a los miembros: de esta manera se permite a los honestos comerciantes, trabajadores o cualquier otra persona servir a su distrito electoral en forma intensiva, desentendiéndose de sus problemas personales.
  5. Nivelación de los distritos electorales para asegurar una representación igualitaria con el mismo número de electores, en lugar de permitir que distritos electorales pequeños tengan una representación mayor que otras regiones más extensas.
  6. Parlamentos anuales: de esta manera se logra un control más efectivo sobre los representantes, que al ser renovados anualmente se cuidarán mucho más que ahora de no defraudar al pueblo que los ha elegido, y si es posible sobornar o comprar un cargo en un período parlamentario de seis años, es de imaginar que bajo el imperio del sufragio universal y siendo el período de un año no hay riqueza que alcance para poner en práctica lo que ahora se hace impunemente.

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Preguntas:

1. ¿Qué buscaban los obreros al retomar la lucha?

2. ¿Qué razones llevan a la Unión Política de Birmingham y a la Asociación de Trabajadores a aliarse?

3. ¿Por qué se enfrentan la “fuerza moral” y la “fuerza física”?

4. Analiza la Carta del Pueblo. Explica los fundamentos de cada punto CON SUS PROPIAS PALABRAS.

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[1] Un delegado de la Convención, enviado para consultar a los trabajadores, consigna en un informe: “En Leek he encontrado a los obreros rehuidos al estado más mísero que pueda soportar la naturaleza humana. Muchos de ellos declaraban que con quince horas de trabajo diarias lo máximo que podían ganar era de siete a ocho chelines por semana. Yo les hablaba de la consigna “Paz, Legalidad, Orden”, pero temo que todo esto no sirve para nada, pues el lenguaje que se utiliza aquí es: mejor morir por la espada que perecer de hambre”.