sábado, 30 de septiembre de 2017

El Ascenso del Nazismo.



Después de la primera guerra mundial, el tratado de Versalles (1919) había intentado rehacer el mapa de Europa en una distribución que fuera acorde con los intereses que representaban los “tres grandes”: EEUU, Gran Bretaña y Francia.
Alemania debió  devolver Alsalcia y Lorena a Francia, Eupen y Malmedy a Bélgica y el norte de Schleswig a Dinamarca. Danzig se constituyó en “ciudad libre” y las minas carboníferas del Sarre fueron ocupadas por Francia y administradas por la Sociedad de naciones. Al mismo tiempo Alemania debía comprometerse al pago de los gastos de guerra – calculados en 226.000 millones de marcos –, reducir su flota a seis unidades y su ejército a cien mil hombres.
Con la Sociedad de Naciones, creada con la supuesta intención de regular las relaciones entre los estados y evitar nuevos conflictos armados, los países europeos esperaron encontrar el equilibrio; pero muy pronto se evidenció su fracaso.
Pero ni los nuevos repartos, ni los fracasados acuerdos internacionales podían proporcionar una solución a los graves problemas internos que aquejaban a los países europeos. La guerra había dejado un saldo de pérdidas igualmente desfavorable para todos, salvo EE.UU., que quedó como primera potencia mundial.
Además la Revolución Rusa había cambiado bruscamente la fisonomía del mundo. A partir de ese momento, “el fantasma del comunismo” se cernía sobre Europa y el vigoroso y organizado movimiento obrero de la postguerra constituía indudablemente un peligro real para la burguesía.
La situación cobró características alarmantes a partir de 1930. La crisis del mercado de valores de Nueva York (1929) tuvo repercusión mundial: en 1931 quebró el Kredit – Austalt, importante banco de Viena y la crisis financiera se extendió por Europa. La “gran depresión” sirvió para demostrar que también para el capitalismo existía un agotamiento de sus propias reservas. La urgencia de la necesidad de salvar al sistema del colapso se hizo evidente y, a partir de ese momento, todas las naciones europeas – incluso los Estados Unidos – comenzaron a adoptar rasgos que resultaban ajenos a la ideología liberal que había regido el capitalismo.

Alemania.

En la primera mitad de la década de 1920 la crisis económica llegaba a sus puntos más extremos. Alemania había perdido sus colonias y mercados internacionales y se veía obligada a cerrarse dentro de sus propias fronteras. A la vez, pesaba sobre el país una enorme deuda externa, la situación era caótica y la inflación pronto se hizo incontrolable. A fines de 1923 la crisis financiera llegó a su punto más agudo: el marco se desvalorizó totalmente y muchos alemanes se encontraron con que sus ahorros no eran más que una masa de papeles inservibles. En el mes de noviembre, el dólar se cotizaba en Berlín a dos billones y medios de marcos, y una barra de pan dos cientos millones.
En ese mismo año – 1923 – estallaba el “putsch de la cervecería de Munich”, intento de golpe de estado organizado por el Partido Nacional Socialista, que Adolfo Hitler había cofundado en Munich, en 1919. El primer golpe nazi fracasó y Hitler fue condenado a la cárcel por cinco años, pero salió libre a los meses.
Entre 1925 y 1929 la coyuntura mejoró debido a los inmensos capitales que EEUU volcó en forma de préstamos a Alemania para asegurar su recuperación a fin de que pudiera pagar sus deudas con las potencias europeas vencedoras, y a la vez éstas con los bancos estadounidenses. La industria, que había cancelado sus deudas en la inflación, pedía miles de millones para instalar nueva maquinaria y para racionalizar los procesos de fabricación. Su rendimiento, que en 1923 había descendido al 55% con relación a 1913, se elevó hacia 1927 al 127% en 1928 por primera vez desde la guerra, el número de parados descendió a menos de un millón, exactamente a 650.000. Las ventas al por menor de aquel año aumentaron el 20% más que las de 1925 y al siguiente año los salarios reales alcanzaron una cifra del 10%  más alta que 4 años antes. 
Un fermento maravilloso estaba cambiando Alemania. La vida aparecía más libre, más moderna, más excitante que cualquier otro lugar. En ningún otro sitio parecían vivir tan intensamente las artes y la vida intelectual. En literatura, pintura, arquitectura, en música y en teatro, habían surgido nuevas corrientes y agudos talentos. En todas partes se respira un aire de juventud. Uno podía estar sentado durante toda la noche rodeado de jóvenes, en los cafés, en los bares, en campamentos de verano en cualquier vapor haciendo un crucero por el Rhin o en el estudio lleno de humo de un artista y hablar indefinidamente de la vida. Eran grupos saludables, alegres, adoradores del sol y estaban llenos de un entusiasmo enorme que los hacía vivir plenamente y en libertad completa. El Antiguo y opresivo espíritu prusiano parecía estar muerto y enterrado. La mayoría de los alemanes que uno conocía – políticos,  escritores, editores, artistas, profesores, estudiantes, hombres de negocios y encargados de personal – daban la impresión de ser demócratas liberales, incluso pacifistas.

Casi no se oía hablar de Hitler o de los nazis, excepto como tema para chistes. Contando con 108.000 miembros, en las elecciones del 20 de mayo de 1928 el partido nazi tuvo solamente 810.000 votos de un total de 31.000.000 y tenía tan sólo una docena entre los 491 miembros del Reichstag (Parlamento alemán). Por el contrario los Social-Demócratas  alcanzaron más de nueve millones, conquistando 153 escaños, lo que hizo de ellos el partido político más importante desde el punto de vista electoral. Diez años después del término de la guerra, la República alemana parecía, al fin, haberse consolidado. 


La crisis golpea de nuevo


Sin embargo la crisis emergida en EEUU a partir de 1929 hizo pedazos esta ilusión de bienestar. La depresión que se extendió sobre el mundo como una gran conflagración dio al partido nazi su oportunidad, y se aprovechó cuanto pudo de ella. Pero no para hacerlo por medio de un golpe sino por mandato de los electores o por el consentimiento de los gobernantes de la nación…en resumen, por medios constitucionales.
La demagogia y el nacionalismo expresado por el nazismo caían en terreno fértil ante la desesperación del pueblo alemán por la nueva crisis económica que enfrentaba. Para obtener el apoyo de quienes estaban en el poder tenía que convencerlos de que sólo él podía salvar a Alemania de su desastrosa situación, y sobre todo de una posible revolución comunista.
Las consecuencias de la crisis iniciada en EE.UU. se sintieron prontamente en Alemania. Cuando se acabaron los préstamos extranjeros, principalmente desde el capital norteamericano, y hubo que pagar los concedidos anteriormente, la estructura económica alemana fue incapaz de soportar el esfuerzo. cuando el comercio mundial se doblegó siguiendo la general baja repentina en los valores, Alemania no pudo exportar los suficiente para compensar las importaciones esenciales de materias primas y alimentos que precisaba. La producción industrial descendió casi a la mitad desde 1929 a 1932. Millones de obreros fueron despedidos. Miles de pequeñas empresas quedaron arruinadas. En mayo de 1931, el Banco más importante de Austria, el Krestanstalt, quebró, y esto fue seguido, el 13 de julio, pro la bancarrota de los más fuertes Bancos alemanes, el Darmstaedter y el NationalBank, lo que obligó al gobierno de Berlín a cerrar temporalmente todos los bancos. Ni siquiera la iniciativa del presidente Hoover de conceder una moratoria para todas las deudas de guerra - incluyendo las reparaciones alemanas, que llegó a ser efectiva el 6 de julio - pudo detener la marea. Todo el mundo occidental estaba sacudido por fuerzas que sus jefes no comprendían, pero que sentían que estaban por encima del control de los hombres. ¿Cómo era posible que de pronto hubiera tanta pobreza, tanto sufrimiento humano, en el centro de tanta abundancia?


Nueva táctica


Pero ahora el Partido Nazi no buscaría alcanzar el gobierno por medio de un golpe de estado. Hitler había explicado su nueva táctica a uno de sus secuaces, Karl Ludecke, mientras estaban en prisión: “cuando vuelva al trabajo activo será necesario seguir una nueva política. En vez de actuar por medio de la fuerza para conseguir el poder, tendremos que agachar la cabeza e ingresar en el Reichstag para oponernos a los diputados católicos y marxistas. Si vencerlos en las elecciones nos lleva más tiempo que expulsarlos, al menos el resultado estará garantizado por su propia constitución. Todo proceso legal es lento…Pero más tarde o más temprano tendremos mayoría…y, después de eso, Alemania”.
Para ello el Partido necesitaba cada vez más recursos económicos, que financiaran las continuas campañas electorales y su funcionamiento permanente. Los grandes grupos monopólicos de la economía vinieron a llenar esa necesidad.

Los monopolios capitalistas financian al nazismo




Que Hitler y su partido pudieran tomar el control de Alemania llegó a mostrarse claro a los directores de la industria después del sensacional incremento de votos en las elecciones de 1930.
"En 1931", declaró Walther Funk en Nuremberg, "mis amigos industriales y yo estábamos convencidos de que el Partido Nazi llegaría al poder en un futuro no demasiado lejano".
En el verano de ese año, Funk, un grasiento hombrecillo, abandonó un lucrativo puesto como director de un importante periódico financiero alemán, el Berliner Boersenzeitung, se afilió al partido nazi y llegó a ser enlace entre el partido y cierto número de importantes personalidades dentro del mundo de los negocios.
"En ese tiempo la dirección del partido sostenía puntos de vista complemtamente contradictorios y confusos en cuanto a la política económica. Traté de cumplir mi misión impresionando personalmente al Führer y al partido con la idea de que la iniciativa privada, la confianza en sí mismo de los hombres de negocios, el poder creador de la empresa libre, etc., fuera reconocida como la política económica básica del partido. El Führer personalmente acentuó con énfasis una y otra vez durante sus conversaciones conmigo y con los dirigentes industriales que yo le había presentado, que era enemigo de una economía estatal y de la llamada "economía planificada" y que consideraba a la empresa libre y a la competencia como absolutamente necesarias para alcanzar la más alta producción posible".
El partido necesitaba grandes umas para costear las campañas electorales, pagar las facturas de su propaganda ampliamente difundida e intensificada, abonar las nóminas de los funcionarios del partido, que trabajaban todo el dìa para su administraciòn, y mentener los ejércitos privados de las S.S. y S.A., las cuales, a finales del año 1930 comprendían más de 100.000 hombres, una fuerza superior a la del ejército. Los negociantes y los banqueros no eran la única fuente de ingresos pero era la más importante.
En el verano de 1931 Hitler resolvió concentrar todos sus esfuerzos en cultivar la amistad de los influyentes magnates industriales.
El partido tenía que seguir a la vez dos caminos distintos. Tenía que permitir a Strasser, Goebbels y al maniático Feder que engañaran a las masas con el estribillo de que los Nacionalsocialistas eran verdaderamente socialistas y dejar que hablaran en contra de los capitalistas. Por otra parte, el dinero necesario para que el partido continuara su marcha había de ser obtenido de aquellos que tenían una amplia provisión de fondos. Durante toda la segunda mitad de 1931, dice Dietrich, Hitler "atravéso Alemania de cabo a rabo, manteniendo entrevistas personales con prominentes personalidades del mundo de los negocios". Tan ten secreto fueron llevadas a cabo estas reuniones, que se celebraron "en algún solitario claro del bosque".
¿Quiénes eran esos magnates?
Algunos de ellos eran:
Emil Kirdorf. Jefe de la unión carbonera que presidía un fondo político conocido como la "Tesorería del Ruhr" que había sido fundado por los intereses mineros de Alemania Occidental. Había sido seducido por Hitler en el congreso del partido de 1929.
Fritz Thyssen, el jefe del trust del acero. Conoció al jefe nazi en Munich, en 1923, siendo arrastrado por su elocuencia e inmediatamente hizo un donativo inicial de 100.000 marcos oro al entonces casi desconocido partido nazi. Junto a Thyssen estuvo Albert Voegler, una potencia también en los Aceros Unidos. En realidad, los intereses implicados en el carbón y el acero furon las principales fuentes de los fondos que procedían de los industriales para ayudar a Hitler en sus últimas zancadas en la carrera de vallas hacia el poder.
También había otras industrias y negocios, cuyos directores no querían ser dejados a la intemperie si Hitler conseguía sus propósito. La lista es larga, e incluía a Georg von Schnitzler, uno de los principales dirigentes de la I. G. Farben, el gigantesco cártel químico; August Rosterg y August Diehn, de la industria de la potasa; Cuno, de la naviera que tenía la línea Hamburgo - América; la industria derivada del carbón de Alemania Central; Conti, con grandes intereses en el caucho; Otto Wolf, el poderoso industrial de Colonia; varias bancas de las más importantes, entre las cuales figuraban el Deutsche Bank, el Commerz und Privat Bank, el Dresdener Ban, el Deutsche Kredit Geselleschaft; y la más importante de las compañías de seguros, la Allianz.
Algunos, como el dueño del gigante armamentístico Krupp, fueron violentos enemigos de Hitler pero una vez que llegó a Canciller "vio pronto la luz" y se convirtió rápidamente en un "super nazi" según palabras de Thyssen.



Está claro, por tanto, que en su impulsión final hacia el poder, Hitler gozó de un considerable respaldo económico procedente de una amplia gama del mundo de los negocios alemán. En cuanto contribuyeron  los banqueros y negociantes entre 1930 y 1933 nunca fue completamente esclarecido. Pero a juzgar por las grandes sumas que el partido tenía a su disposición en aquellos tiempos, los donativos totales procedentes fueron con seguridad mucho mayores de lo comprobado. Thyssen estima unos dos millones de marcos al año. 

Hitler Canciller y la búsqueda del poder total



La caótica situación de Alemania permitió que Hitler asumiera como Canciller porque los sectores privilegiados buscaban un hombre que asegurara el orden y el fin de la agitación social, mientras que las capas medias y una parte de los obreros querían creer en un salvador que restituyera el poder de Alemania.
Sin embargo no fue producto de haber logrado una mayoría electoral como a veces se difunde. El presidente Hindemburg, ex - general y "héroe" de la Gran Guerra, lo instituyó en tal cargo, similar a un Primer Ministro, a partir de las presiones de los sectores conservadores y del gran capital que veían en aquél un instrumento de imponer el orden frente a la "amenaza comunista", en el marco de un profundo rechazo al sistema democrático parlamentarista emergido en 1919. Contando con el apoyo de los centristas y nacionalistas, en enero de 1933 el partido Nazi formó parte del gabinete de gobierno coaligado con los nacionalistas, aunque no tenían la mayoría absoluta para otorgar a Hitler poderes absolutos como éste demandaba. Entre ambas formaciones tenían apenas 247 escaños del total de 583 que había en el Parlamento. Al no llegar a un acuerdo con los centristas, 70 bancas, el nuevo gobierno llamó a nuevas elecciones para, aprovechando los recursos del estado, obtener la mayoría especial de dos tercios deseada. Como anotó Goering, lugarteniente de Hitler, en su diario: "ahora será fácil emprender la lucha, ya que podemos disponer de todos los recursos del Estado. La radio y la prensa están a nuestra disposición. Podemos poner en escena una obra maestra de la propaganda. Y en esta ocasión, naturalmente, no falta el dinero".
A inicios de febrero, el gobierno alemán prohibió la reunión de comunistas y abolió la prensa de este movimiento. Las concentraciones de los socialdemócratas fueron prohibidas, y las SA irrumpieron en las que se formaban. Los periódicos socialdemócratas fueron suspendidos frecuentemente. La policía tenía la orden de dejar hacer a las fuerzas de choque fascistas.
Los grandes hombres de negocios, contentos con este nuevo gobierno que iba a colocar a los obreros organizados en su verdadero puesto y a pemitir que los negociantes condujeran sus negocios tal como deseaban, fueron invitados a que soltaran el dinero. Goering y Hitler tuvieron una reunión con una decena de magnates alemanes, incluyendo a Krup von Bohlen, que había llegado a ser un nazi entusiasta en el transucurso de esa noche, Bosch y Schnitzler, del a I.G. Farben, y Voegler, jefe de las Acerías Unidas. De allí surgieron tres millones de marcos como aporte a la campaña electoral nazi.
Pero faltaba algo más, un hecho impactante antes de las elecciones del 5 de marzo que convenciera a la opinión pública de que los comunistas, con la neutralidad sino simpatía de los socialdemócratas, querían precipitar una revolución para establecer su "terror marxista".
El episodio del "incendio del Reichstag" les dio la chance.

El "incendio del Reichstag"



El 27 de febrero de 1933 en la sede del Parlamento alemán se produjo un incendio que lo consumió parcialmente. Sin embargo desde el mismo momento en que Hitler y sus colaboradores arribaron al Reichstag proclamaron que era un crimen comunista. Goering, sudoroso y resoplante y completamente fuera de si por la excitación, gritó: "este es el comienzo de la revolución comunista" y agregó, "no debemos esperar un minuto. No debemos mostrar misericordia. Todo miembro del comunismo debe ser fusilado dondequiera que se encuentre. Esta misma noche hay que tomar a todos los diputados comunistas".
En el interior la policía y los bomberos encontraron a un ​jóven albañil comunista holandés llamado Marinus van der Lubbe, quien tenía cierta discapacidad intelectual. Fue culpado de inmediato por el gobierno alemán. Días después, y bajo tortura, admitió haber prendido fuego al edificio por lo que fue sentenciado a muerte y ejecutado.
Junto al muchacho holandés se enjuició a Ernst Torgler, jefe parlamentario de los comunistas, que se presentó a la policía cuando se enteró de que se acusaba a su Partido para desmentir dicha responsabilidad. Tres comunistas búlgaros también formaron parte del proceso, incluido Georgi Dimitrov, quien luego llegó a ser máximo líder de la Internacional Comunista.
El juicio que se celebró ante el Tribunal Supremo en Leipzig se convirtió en algo parecido a un fracaso para los nazis y especialmente para Goering, a quien Dimitrov, actuando como defensor de sí mismo, provocó con toda facilidad hasta hacerle caer en contradicciones en una serie de preguntas y repreguntas.
Torgler y los tres búlgaros fueron absueltos, aunque el jefe comunista alemán fue puesto inmediatamente en "vigilancia para su protección", en cuya situación permaneció hasta su muerte durante la Segunda Guerra. No pudo ser demostrado que el Partido Comunista tuviera que ver con el incendio.
En particular, durante el juicio Dimitrov hizo público que desde el Palacio del Presidente del Reichstag, Goering, había un pasillo subterráneo construido para el montaje de la calefacción central, que iba hasta el edificio del Reichstag. Por lo que era probable, según muchos observadores, que el incendio fuera provocado por las propias fuerzas de asalto nazis, que a la vez utilizaron al muchacho holandés como chivo expiatorio.  Lo cierto es que fue utilizado este episodio para instaurar que las elecciones eran para optar entre el orden nazi o la "violencia comunista".
En ese sentido, al día siguiente del incendio, el 28 de febrero, el presidente Hindenburg firmó un decreto para "la protección del Pueblo y el Estado" por los que quedaban en suspenso las siete secciones de la Constitución que garantizaban las libertades individuales y civiles. Descrito como una "medida defensiva contra los actos comunistas de violencia que ponen en peligro al Estado". Acto seguido se arrestó a cuatro mil dirigentes comunistas y una gran cantidad de jefes socialdemócratas y liberales, inaugurándose los primeros campos de concentración.
Con todos los recursos del Gobierno nacional y del prusiano a su disposición, y con gran cantidad de dinero, procedente de los grandes negociantes, en sus cofres, los nazis llevaron a cabo una propaganda electoral tal como no se había visto nunca jamás en Alemania. El electorado se veía al mismo tiempo adulado con las promesas de un paraíso alemán, intimidado por el terror pardo en las calles y aterrado por las "revelaciones" acerca de la "revolución" comunista.

Las urnas no ungieron a Hitler y el Partido Nazi.

Sin embargo, el 5 de marzo de 1933, a pesar de todo el terror y la intimidación la mayoría de los electores rechazaron a Hitler. Los nazis fueron a la cabeza con 17.277.180 votos, (288 bancas, o un 44% del total de votos), por lo que la mayoría especial se le escapaba. Incluso los comunistas habían logrado alcanzar los 4.848.058 votos.
Junto a los escaños de los nacionalistas (52), no lograban sumar la mayoría de dos tercios para poder establecer una dictadura con consentimiento del Parlamento, mediante el otorgamiento de poderes absolutos a Hitler por cuatro años, que se transformaron en los hechos en doce.
Se imponía la maniobra y la complicidad. Se comenzó por detener a los 81 diputados comunistas electos, a los que se sumaron una docena de diputados socialdemócratas. Luego se procedió a convencer a los diputados centristas con promesas vagas de respeto a la Constitución. El resultado fue que se llegó al número requerido de voluntades, 441 a favor, con la sola oposición de los restantes diputados socialdemócratas (84). Los diputados nazis se pusieron de pie gritando y cantando en pleno delirio y luego, reforzados por las fuerzas de asalto, estallaron de júbilo. El parlamento le cedió su autoridad constitucional a Hitler.

El régimen Nazi

Al año siguiente fallecía Hindenburg y Adolfo Hitler reunió en su persona los cargos de Canciller y presidente. La decision fue ratificada por un plebiscito que le concedía además el título de Führer (Caudillo). La bandera de la República fue reemplazada por la svástica, símbolo nazi que representaba la superioridad de la raza aria, y Alemania pasó a constituir el Tercer Reich.
La república federal fue reemplazada por el estado unitario; se disolvieron los sindicatos y se constituyó el Frente de Trabajo Alemán, controlado por el estado; el único partido político legal fue el Partido Nazi y se crearon los “tribunales del pueblo” que atendían los casos de “traición”. Se organizó la Gestapo, policía secreta encargada de organizar la represión de todos quienes se consideraran opositores; la S.A., tropas de vigilancia, y las S.S., guardia de defensa. Junto con un rígido sistema de control socio-político, se estableció para el control socio – político, se estableció para el control de la economía el “Plan de Cuatro Años”, que tenía como objetivo el autoabastecimiento.
La exaltación del espíritu nacional se combinó con el culto a la superioridad de la raza aria. Resulta innecesario hablar de las terribles persecuciones que se desataron contra los judios y que son la prueba más siniestra y evidente de a lo que puede llegar el fascismo. Pero el terror era para Hitler una verdadera arma política y tenía un claro y definido objetivo. 


El Terror






Según las mismas palabras de Hitler: “¿Habéis notado cómo actúan los babiecas cuando dos granujas se trenzan en la calle? La crueldad impone respeto. La crueldad y la brutalidad. El hombre de la calle no respeta más que la fuerza y la bestialidad. Las mujeres también, las mujeres y los niños. La gente experimenta la necesidad de sentir miedo; los alivia el temor. Una reunión pública, pongamos por caso, termina en pugilato; ¿no habéis notado que los que más severo castigo han recibido son los primeros en solicitar su inscripción en el Partido? ¿Y me venís hablar de crueldad y os indignáis por habladurías de torturas? Pero si precisamente lo quieren las masas. Necesitan temblar”… “Lo que no quiero es que se transformen los campos de concentración en pensiones familiares. El terror e el arma política más poderosa y no me privaré de ella so pretexto que resulta chocante para algunos burgueses imbéciles” Mi deber consiste en emplear todos los medios, para endurecer al pueblo alemán y prepararlo para la guerra”.


Del libro Mi lucha de Adolfo Hitler.


Como una mujer, que prefiere someterse al hombre fuerte antes que dominar al débil, así las masas aman más al que manda que al que ruega, y en su fuero íntimo se sienten mucho más satisfechas por una doctrina que no tolera rivales que por la concepción de la libertad propia del régimen liberal; con frecuencia se sienten perdidas al no saber qué hacer con ella, y aun se consideran fácilmente abandonadas. Ni llegan a darse cuenta de la imprudencia con la que se las aterroriza espiritualmente ni se percatan de la injuriosa restricción de sus libertades humana, puesto que de ninguna manera caen en la cuenta del engaño de esta doctrina. 


El mitin de las masas es necesario, al menos para que el individuo, que al adherir a un nuevo movimiento se siente solo y puede ser fácil presa del miedo de sentirse aislado, adquiera por vez primera la visión de una comunidad más grande, es decir, de algo que en muchos produce un efecto fortificante y alentador…él mismo deberá sucumbir a la influencia mágica de lo que llamamos sugestión de masa.

Textos elaborados sobre la base de:

Auge y Caída del Tercer Reich. William L. Shirer. Luis de Caralt EDITOR. Barcelona. 1962.

El Fascismo. Susana Bianchi. Revista Transformaciones. CEAL. 1969.

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