lunes, 15 de octubre de 2018

Ideología de José Batlle y Ordóñez


Textos a partir de "La época batllista 1905 - 1929". Benjamín Nahum. 


Batlle en Europa (1907-1911)


Parece evidente que el espectáculo de una Europa que se transformaba social y económicamente influyó poderosamente en el espíritu receptivo de Batlle y Ordóñez. Durante su estadía en Francia pudo evaluar los resultados de la política anticlerical de la III República que culminaron en 1905 con la separación de la Iglesia y el Estado. Previamente se había realizado un gran esfuerzo para apartar el clero de la enseñanza prohibiendo el mantenimiento de escuelas a muchas congregaciones religiosas y multiplicando las escuelas del Estado para ofrecer una educación laica, gratuita y obligatoria.
Simultáneamente con el acceso de Clemenceau a la dirección del gobierno francés se producía una intensificación de las demandas obreras en pro de las mejoras laborales y sociales. El Estado reprimió con severidad a los gremios e hizo intervenir a la fuerza pública  en numerosas oportunidades en defensa de la "libertad de trabajo". El clima de permanente intranquilidad que el problema obrero provocó debió ser motivo de muchas reflexiones de un hombre como Batlle, que ya tenía cierta inclinación a considerarlo como un tema esencial del gobierno. Probablemente sintió que tales problemas podían ser evitados en un país joven como el Uruguay, donde las clases sociales recién estaban en formación, y donde una obra justiciera por parte del Estado en ese campo podía evitar los enfrentamientos sociales que tantos dolores causaban a las viejas naciones europeas.

Ideología de Batlle


A) Filosofía.

Esa convicción, por otra parte, coincidía con su ideología, un humanitarismo que desbordaba de fe en los progresos del hombre. Dentro de esta concepción el hombre es un ser racional dotado de libre arbitrio y con la voluntad suficiente para hacer su historia.
Era esencialmente un ideal reformista, evolucionista, que negaba la violencia y la revolución. Concebía al hombre capaz de realizar todos los cambios sociales necesarios dentro de una estructura liberal y democrática. Las decisiones de la mayoría en ese contexto eran obligatorias para la minoría; traducido a la realidad política de su tiempo significaba que las reformas que el mayoritario Partido Colorado deseaba imponer no podían ser rechazadas por la minoría Nacionalista.
Batlle y Ordóñez no aceptaba ningún determinismo sobre el hombre, y menos aún el económico de las teorías socialistas. Sostenía que el hombre es libre y hace la historia de acuerdo con sus ideas. La justicia y la libertad tienen más fuerza que las condiciones materiales que rodean al individuo. "El móvil de las acciones humanas no es solamente el interés; la idea, la verdad, apasiona también al hombre". El pensamiento humano no es un producto derivado de los hechos materiales sino que es el resultado de la libre elaboración de su espíritu. El espíritu puede dominar y condicionar a los hechos materiales.

B) Sociedad.

Ese afán de libertad individual se conciliaba en su pensamiento con la justicia social. Si en la ideología propia de su época fue común la apasionada defensa de la libertad, debe señalarse que el concepto de justicia social fue procesado por muy pocos estadistas en su momento histórico.
Negaba la lucha de clases, que implicaba darle a la vida política un tono violento y a la vez la identificación de un partido político con una sola clase social. Y la negaba porque sostenía que las clases sociales tienen una existencia material pero también otra espiritual, y dentro de todas ellas era posible encontrar hombres de buena voluntad que se hayan desligados de sus interese materiales. Además, Batlle y Ordóñez sostenía que las luchas sociales en Uruguay no debían tener la misma violencia que en Europa. En un país joven, donde los conflictos sociales apenas apuntaban, donde no existía tradición de lucha de clases, donde los distintos intereses no se habían enquistado todavía, en posiciones irreductibles, era posible que el organismo representativo de toda la sociedad, el Estado, actuara como árbitro y componedor en las disputas que el progreso económico podía aparejar.
Por ello el Estado debía acentuar su intervención en aras de la tranquilidad pública y de la justicia social. Al actuar como árbitro en los conflictos sociales, no debía perder nunca de vista que la justicia debía inclinarlo a contemplar a los miembros más débiles de la sociedad. De allí la copiosa legislación social y laboral en beneficio de las clases trabajadoras: la gran batalla por la jornada de 8 horas, los seguros contra accidentes de trabajo, la implantación de las jubilaciones, la protección a los ancianos (pensiones a la vejez), la ayuda a los enfermos (asistencia pública, laica y gratuita).

C) Política.

La libertad y la justicia social conllevan a la democracia política. En el Uruguay, donde el obrero podía votar, Batlle creía que el voto sería mucho más eficaz que la revolución. El voto del obrero, sumado al voto de buena voluntad de todas las clases sociales, lograría imponer pacíficamente las reformas consideradas necesarias por una ideología solidarista y humanitaria.
Por lo tanto, para Batlle, el sufragio universal era el camino a la justicia. "En las democracias con sufragio universal, los desheredados son los más fuertes porque son los mas". De esta convicción es que se derivan sus iniciativas de otorgar el sufragio a la mujer, extenderlo a los inmigrantes con corta residencia en el país y su proyecto de establecer el plebiscito, o consulta popular, vieja idea de sabor anarquista por su apelación a la democracia directa, que constituía un intento de pasar por sobre los poderes del Estado para remitirse al pueblo que era considerado la única fuente de todo poder político.
Así entendido el sufragio, la organización política de la sociedad debía completarse con dos reformas: en el Estado y en el partido.
En el Estado procediendo a la sustitución de la presidencia por un ejecutivo colegiado que alejaría para siempre los peligros de una dictadura personal que arrasara para siempre los derechos del pueblo. La omnipotencia que la constitución de 1830 le daba al presidente le parecía el mayor peligro posible para la estabilidad de las instituciones y el respeto de la voluntad soberana. Dividido el poder de decisión entre nueve hombres se diluiría el peligro lo que preservaría las libertades individuales y públicas.
Si al colegiado se le atribuía el papel de eliminar la dictadura política, en la separación de la Iglesia y el Estado se veía la garantía de la libertad de conciencia para todos los miembros d de la comunidad. El racionalismo espiritualista de Batlle y Ordóñez rechazaba todas las religiones positivas, y particularmente la católica, porque la constitución le daba ingerencia en la vida pública y en la conciencia de los ciudadanos; como esto era otra forma de despotismo que tampoco se podía admitir, su ideal era el Estado laico, cuya única misión fuera la de proteger también en este plano la libertad de conciencia de todos los integrantes de la nación.
Para que la democracia fuera una realidad en la vida del pueblo, y no una mera formalidad en la organización del poder político, Batlle estimaba necesario que el ciudadano fuera instruido y tuviera intervención directa en la vida pública. Para ello era necesario que se extendiera la educación a los más amplios sectores sociales, acentuando el rasgo de la gratuidad, que era esencial para lograrlo, y llevarla al interior del país, donde padecía notorias carencias (liceos departamentales); y a la mitad femenina del país que todavía no había sido integrada a la cultura (universidad de mujeres). Solo el hombre culto, conciente, podía ser un ciudadano apto. Pero una vez logrado esto el ciudadano debía poder pesar en las decisiones del gobierno. No bastaban los plebiscitos de iniciativa y ratificación, ya señalados, que aunque importantes en su esquema solo eran consultas populares esporádicas. Lo que entendía necesario era la participación continuada y persistente del ciudadano en la vida política. Y para ello el camino era abrirle la puerta de los partidos políticos, que como grandes movimientos de opinión, estarían representando directamente la voluntad popular. Por eso buscó la democratización del partido transformando su estructura. La creación del club seccional, que entendió como escuela de civismo, y, en escala ascendente, los comités departamentales, la comisión nacional, el comité ejecutivo nacional y, finalmente, el organismo más representativo por multitudinario: la convención del partido, donde estaban todas las opiniones, donde todas las opiniones serían escuchadas, todas las tendencias estarían representadas y se pedirían cuentas a los gobernantes partidarios de sus actos y de la acción de gobierno.
Entonces el partido - que sería el pueblo organizado en su actuación política - no solo elegiría sus hombres en el gobierno, sino que además los instruiría sobre lo que deberían hacer y los controlaría para que efectivamente cumplieran con el programa en acción. Los gobernantes serían simples ejecutores de la voluntad partidaria, es decir, popular. Es la idea, que tantas discusiones habría de provocar luego, del mandato imperativo.

D) Economía.

Así consolidado el esquema de la organización política de la sociedad, Batlle entendía que el Estado debía multiplicar su acción en cada campo en ese momento reservado solo a la iniciativa privada. En países jovenes donde ésta fuera tímida o insuficiente, o donde predominaran empresas extranjeras que extraían la riqueza de la región no había nadie más que el Estado que pudiera llenar las carencias que sufría el cuerpo social y que defendiera el patrimonio nacional.
Esa es la base del pronunciado intervencionismo económico que caracterízó su acción de estadista. La nacionalización del crédito y los seguros (Banco de la República, de Seguros, Hipotecario); la nacionalización de servicios públicos esenciales en manos extranjeras o privadas (ferrocarriles, puerto, telégrafo, luz eléctrica); el proteccionismo aduanero para esimular la naciente industria nacional o impulsar la diversificación industrial que nos liberaría de la dependencia exterior, son las manifestaciones de tal política.

C) Realizaciones.

Todos los temas expuestos hasta ahora constituyen un panorama difícil de abarcar en su conjunto por su amplitud. Muchas de las iniciativas que señalamos no pudieron ser aplicadas en su gobierno, fracasaron, o tuvieron un éxito parcial. Su éxito o fracaso dependió de la mayor o menor receptividad que esas ideas tuvieron en la sociedad, de las fuerzas sociales que lo apoyaron para que las realizara, o se opusieron a él para impedírselo, del desarrollo económico del país en la época, de su dependencia del exterior que tanto condicionaba sus realizaciones internas, de los conflictos políticos que ocuparon buena parte de su esfuerzo y de su atención. En suma, de un conjunto de hechos históricos que son los que siempre condicionan el pasaje a la vida real de toda ideología.

F) Juicio.

¿Qué comentarios pueden merecer este programa?
Muy diversos y polémicos sin duda, pero quizás sean rescatables las siguientes puntualizaciones.
Parece evidente que la intención de Batlle fue crear un país de clase media, donde predominara el pequeño propietario, liberal y abierto a las nuevas ideas. No valoró suficientemente el problema que para todo el país significaba la forma de explotación tradicional de la tierra. En una economía basada fundamentalmente en la ganadería, tanto el latifundio como el minifundio constituían trabas esenciales para su desarrollo. Sin un aumento de la producción agraria y su diversificación, no podía lograrse un desarrollo capitalista nacional que comprendiera a todo el país, y no solo a la capital. Quizás el periodo de bonanza económica que acompañó su actuación pública le dificultó una real aprehensión del problema. Pero lo cierto es que al no actuar en ese campo estaba hipotecando el futuro de su obra económica y social. Un país con un medio urbano desarrollado y un medio rural atrasado llevaba en su seno una contradicción irremediable que no tardaría en aflorar cuando la bonanza económica internacional terminara.
Confió ciegamente, como era habitual en la Europa de su época, en que la extensión de la educación y el sufragio universal constituirían los remedios infalibles para curar todos los males sociales. Hoy, luego de la barbarie e irracionalidad de dos guerras mundiales, sabemos que esos elementos, con ser esenciales, no alcanzaban para la implantación de una democracia completa.
Como representante típico del liberalismo, le dio enorme importancia al problema de la organización política de la sociedad. Ello no solo le insumió ingentes esfuerzos, sino que le quitó poder para llevar a cabo sus otras concepciones sociales y económicas. Confiado en la razón pensó que ésta se impondría por sí sola, por sus bondades intrínsecas y subestimó la fuerza de la oposición, que aprovechó el rechazo a sus ideas políticas (el colegiado) para oponerse también a su obra económica y social. Pero, en su conjunto, la obra llevada a cabo en el primer tercio de nuestro siglo (el XX) fue importante, y en algunos casos irreversible. El valor de la democracia política, la lucha pacífica de partidos opuestos, la extensión de la educación, el papel del Estado como árbitro en los conflictos sociales, su intervención en la vida económica y social fueron conceptos que se incorporaron a la vida de los uruguayos y les dieron una personalidad propia y definida con relación al resto de América.



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