jueves, 10 de septiembre de 2020

REVOLUCIÓN RIOPLATENSE. LA REVOLUCIÓN INICIA EN BUENOS AIRES

 

 



El sistema colonial descansaba en un equilibrio de grupos de poder,  la administración, la iglesia, los comerciantes monopolistas y los criollos. La administración tenía poder político pero escaso poder militar y su prestigio derivada de la soberanía de la corona y de su función burocrática. La soberanía secular era reforzada por la iglesia cuya misión religiosa estaba respaldada por el poder jurisdiccional y económico.

Aunque las grandes estancias ganaderas estaban ganando importancia, entre las cuales había una minoría de peninsulares y una proporción mayor de criollos,  la mayor fuente de riqueza y prestigio continúa siendo comercio exterior y el comerciante tenía precedencia social sobre el estanciero. Esto favorecía a los españoles contra los criollos Porque aquellos dominaban el comercio transatlántico. Y su número creció desde la década de 1770 cuando la liberalización del comercio provocó una nueva oleada de inmigrantes hacia la colonia en desarrollo. Esta nueva conquista del Río de la Plata reforzó la posición de los peninsulares en la economía colonial y en el Cabildo de Buenos Aires pero fue una victoria baldía.

El establecimiento del nuevo virreinato en 1776 y el sistema de intendencias en 1782 amplió el armazón institucional de la colonia e introdujo una horda de nuevos funcionarios para administrar los recursos del estado de la Iglesia y de los municipios. Aunque esta medida realzó la posición de Buenos Aires redujo la independencia de la élite local que consideraba al nuevo virrey y a los intendentes como peligrosos déspotas.

 

Invasiones Inglesas

 


 

Los peninsulares se sintieron amenazados por los Criollos que empezaron a constituir una nueva fuente de poder basada en su capacidad militar. 

¿Qué fue lo que permitió a los Criollos comprobar su vital pero hasta entonces oculta ventaja su superioridad numérica? En 1806 una fuerza expedicionaria británica que venía del cabo de buena Esperanza cruzó el Atlántico Sur entró en el río de la plata y el 27 de junio ocupó Buenos Aires. Desde el punto de vista británico la operación fue un episodio menor en la larga guerra contra Francia y España en una zona que podía llegar a ser un útil mercado para las exportaciones británicas. Pero en el Río de la Plata la invasión británica tuvo consecuencias de gran alcance. Los Invasores subestimaron la voluntad y la capacidad del pueblo de Buenos Aires para defenderse. Mientras el virrey español, Marqués de Sobremonte, escapaba el interior y los ciudadanos ricos buscaban refugio en sus casas de campo las clases bajas y muchos jóvenes salieron a la calle ansiosos de afirmarse y enfrentarse al inglés.

Un comerciante español escribió que “de negros, mulatos y muchachos estaban en las calles llenas sin recelo ni temor ninguno de la muerte”. Las clases propietarias tuvieron que organizar esas masas en interés de su propia seguridad, tanto como para la defensa del país. Los criollos y los españoles hicieron un esfuerzo de guerra unidos pero fue el número de los criollos lo que contó. Sus regimientos, llamados de patricios y de arribeños, Eran mayores y más numerosos que los de los peninsulares y llegaron a tener alrededor de 8.000 hombres. Al mismo tiempo escogen a sus oficiales superiores mediante elección convirtiendo así su organización militar en una especie de democracia. Dirigido por Santiago Liniers, un oficial francés al servicio de España, el ejército de voluntarios atacó a las fuerzas británicas el 12 de agosto, las derrotó y tomó prisioneros a su comandante y a 1.200 soldados.

Liniers, héroe de la reconquista, se convirtió entonces en gobernador militar de Buenos Aires. Era popular entre los criollos pero no entre los españoles, que lo veían como un demagogo y hubieran preferido mantener el esfuerzo de guerra bajo su exclusivo control. Pero la autoridad de Liniers se confirmó cuando el 3 de febrero de 1807 refuerzos procedentes de Gran Bretaña tomaron Montevideo. El incompetente Sobremonte recibió rápidamente su merecido. La audiencia decretó su destitución y arresto, y Liniers fue nombrado capitán general en funciones, este hecho tuvo importancia revolucionaria. Cómo señaló Mitre "por la primera vez se vio en las colonias americanas al representante legal del soberano destituido y reducido a prisión".

Las invasiones británicas proporcionaron varias lecciones. Demostraron que los hispanoamericanos no tenían ganas de cambiar un amo Imperial por otro. También mostraron las grandes fallas del imperio español del sur, su frágil administración y sus débiles defensas. Fueron sus habitantes, no España, quienes lo defendieron. Los criollos le tomaron gusto al poder, descubrieron su fuerza y adquirieron un sentido de la identidad. Y el poder una vez adquirido no iba a ser abandonado.

 

Golpe frustrado

Después de La retirada británica los peninsulares intentaron restaurar el Antiguo equilibrio. Presionaron sobre Liniers para que licenciara a las tropas criollas ofreciendo sostener guarniciones a su propia costa hasta que España enviara tropas regulares. Liniers que ahora, era Virrey de modo temporal, resistió esas presiones y de este modo la milicia criolla se convirtió en un nuevo núcleo de poder en la Colonia y en una nueva molestia para los españoles.

 

Los criollos aprovechan debilidad del Imperio

Mientras que la debilidad de España en América llevó a los criollos a la política, la crisis española en Europa les dio una mayor oportunidad de hacer progresar sus intereses. En marzo de 1808 Carlos IV abdicó en favor de su hijo Fernando. Esto fue seguido rápidamente por la ocupación francesa de Madrid, la partida de Carlos y de Fernando VII a Bayona, donde Napoleón les obligó a renunciar a sus derechos soberanos, y la proclamación de José Bonaparte como rey de España y de las indias. Las noticias de sucesos tan increíbles llegaron a Buenos Aires en julio de 1808 y el día 17 de agosto el virrey Liniers publicó un ambiguo decreto advirtiendo al pueblo que esperara los acontecimientos.

Fernando estaba bajo custodia y en realidad no gobernaba España, ¿cómo podía gobernar América? La llamada junta central constituida en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808, y posteriormente trasladada a Sevilla, gobernaba en nombre de Fernando VII, aunque muy pocos estaban de acuerdo merced a qué derechos y con qué voto popular. En Buenos Aires la junta central fue reconocida por las autoridades pero rechazada por un incipiente partido Revolucionario que quería soluciones más autónomas. Los revolucionarios no se ponían de acuerdo. Un grupo de intelectuales era favorable a una Revolución no violenta. Creían que podían conseguirla mediante una transición a la independencia bajo los auspicios de una nueva y constitucional monarquía, ahora disponible en el vecino Brasil en la vigorosa y poco querida persona de la princesa Carlota de Portugal, esposa del príncipe regente y hermana de Fernando VII. Pero vieron decepcionadas sus esperanzas, cuando Carlota vio que sus objetivos no eran los mismos que los de los criollos los denunció como subversivos al Virrey.

 A su vez los peninsulares conspiraban para establecer una junta de gobierno que restaurara el Antiguo equilibrio de poderes y prolongara su monopolio de privilegios políticos y comerciales. Intentaron dar un fallido golpe el primero de enero de 1809 para deponer a Liniers y establecer una junta de gobierno donde predominaran los peninsulares. Pero las tropas criollas rescataron al Virrey y su superioridad militar les permitió aplastar a sus oponentes.

El golpe del 1 de enero de 1809 y su fracaso empujaron aún más adelante a la colonia por el camino de la revolución. El fracaso del golpe virtualmente eliminó a los peninsulares como centro de poder: su Cabildo se desacreditó, sus líderes se dispersaron y sus tropas se desbandaron. Sus propiedades y comercios también se vieron perjudicados.

 

Monopolistas y defensores del libre comercio

La economía del Río de la plata estaba ya lista para expandirse más allá de la restrictiva armazón de la colonia. Su primer período de crecimiento siguió a la reorientación del imperio, que hizo de Buenos Aires un nuevo puerto de entrada para el comercio a Sudamérica y lo vinculó con la zona minera del alto Perú; en menor grado fue estimulado también por el desarrollo de la ganadería para la exportación. Con unas valiosas mercancías de exportación - plata y cueros - Buenos Aires desarrolló y favoreció este monopolio. Pero muchos comerciantes criollos, de los sectores de la exportación de cueros, la trata de esclavos y la navegación deseaban que se liberalizara y expandiese el comercio. Deseo que compartían los estancieros. Sin embargo esto perjudicaba a los comerciantes monopolistas españoles que dominaban el comercio de ultramar, y también a las manufacturas y la agricultura de regiones del interior que abastecían a los mercados locales  gracias a la protección colonial.

A partir de 1796 la continúa guerra con Inglaterra llevó a casi interrumpirse el comercio de exportación, lo que motivó una dura disputa entre los comerciantes monopolistas y aquellos comerciantes y estancieros criollos que querían romper dicho monopolio. Ya en 1809 la situación era cada vez más desesperante, aunque ahora Inglaterra era aliada y el enemigo era Francia. La posición del Cabildo se reafirmaba en impedir cualquier vulneración formal al monopolio mientras que los hacendados de una y otra margen del Río de la Plata defendían por escrito el libre comercio. Su autor, Mariano Moreno, iba mucho más allá del argumento de las ventajas fiscales y mediatas, y pedía libertad de comercio como algo vital para el bienestar del pueblo de Río de la Plata. Argumentaba que era derecho del país importar lo que necesitaba bajando así los precios de consumo y exportar sus excedentes presentando a los cultivadores un mercado más amplio. Las ideas de liberalismo económico que expresaba eran muy corrientes en los círculos criollos. Sin embargo sostenía contra toda evidencia que liberar el comercio no dañaría la industria loca. En realidad los ingleses demostraron que los ponchos confeccionados en Yorkshire podrían venderse más baratos que los productos locales. Finalmente el Virrey consintió un limitado comercio con las naciones aliadas y neutrales que arrojó ingresos que aliviaron el tesoro de las aduanas.

A pesar de ello el enfrentamiento entre monopolistas españoles y criollos que buscaban el libre comercio se mantuvo y se agravó. 

En 1810 cuando los ejércitos de Napoleón ocuparon la península ibérica el equilibrio de las fuerzas sociales en Buenos Aires había cambiado. La administración había perdido terreno durante las invasiones británicas y el ambiguo dominio de Liniers. La iglesia había sido reducida mediante el regalismo. Los españoles monopolistas habían sido derrotados cuando fracasó el golpe que intentaron. Esto dejo el camino expedito a los dos grupos criollos, el de los militares y el de los intelectuales, que poseían las armas y las ideas para tomar la iniciativa.

 

La Junta de Mayo.



El 13 de mayo de 1810 llega la noticia de que la Junta Central en España había sido desbanda por los triunfos franceses y había nombrado una regencia. Esta era la oportunidad que esperaban los revolucionarios dada la extrema debilidad del poder central español y la nula legitimidad de esta nueva autoridad. El plan era simple deponer al Virrey y nombrar nuevo gobierno. Para ello arrestaron a Baltasar Hidalgo de Cisneros, el último Virrey que tuvo el Río de la Plata y movilizaron alrededor de 600 activistas armados. Luego trabajaron para una asamblea abierta del Cabildo que diera su consentimiento al traspaso del poder a los criollos.

Se formó una Junta de gobierno en Buenos Aires, conformada por los criollos militares e intelectuales, en una asamblea donde fueron invitados las personalidades más importantes y destacadas. Era una Revolución criolla realizada por una élite que hablaba en nombre del pueblo sin consultarlo.

Sin embargo el nuevo gobierno no proclamó la Independencia sino que sostenía que su intención era defender y reconocer la autoridad de Fernando VII. Esta maniobra táctica estaba dirigida a capitalizar los restos de los sentimientos realistas en el pueblo de Río de la Plata e impedir una contrarrevolución española, así como asegurarse el apoyo de Gran Bretaña, la Poderosa aliada de España.

Además no suponía un gran compromiso ni un sacrificio real invocar la soberanía de un hombre que ya no era soberano, someterse a un gobernante que no gobernaba, hablar por una corona que estaba en cautividad.

 

¿Quién se aprovechó de la revolución de 1810? 

El comercio ultramarino fue el primer beneficiado. La revolución hizo avanzar el proceso de competencia de precios al eliminar los últimos vestigios del monopolio español.

Estimulado por la oportunidad de mejores precios para las exportaciones y por el acceso a un mercado más barato para las importaciones, el comercio se incrementó en volumen y la balanza de pagos mejoró. De este modo los consumidores se beneficiaron aunque mucho más la clase mercantil, especialmente los nuevos comerciantes extranjeros. En segundo lugar las perspectivas de la ganadería mejoraron, ahora que tenían acceso directo a mercados más amplios para sus cueros y otros productos animales. La tierra aumentó su valor, los ganaderos y los productores de carne empezaron a incrementar sus beneficios.

Así para Buenos Aires y las provincias del litoral la revolución de 1810 pareció cumplir sus esperanzas. Las provincias del interior en cambio sufrieron una grave recesión. Las primitivas industrias de Salta, Córdoba, Mendoza y Tucumán - textiles vinicultura y azúcar-, que se abastecían de las fuentes locales de materias primas y vendían en los mercados locales y regionales, habían sido protegidas por el monopolio colonial español. Ahora estaban expuestas a la intensa competencia de mercancías más baratas y mejores procedentes de Europa y Brasil, importadas gracias a la política de libre comercio de Buenos Aires, al mismo tiempo que los mercados de Chile y de Perú se le cerraban debido a las guerras de independencia. De este modo la revolución no supuso ventajas económicas para las provincias del interior, sino estancamiento y declive de la población.

Buenos Aires se comportaba como nuevo poder colonial, como la antigua metrópoli quería tener un solo puerto de entrada y de salida para el conjunto del país lo que beneficiaría su aduana tanto para lo que se exportara como para lo que se importara. De este modo comenzó un enfrentamiento entre Buenos Aires y el resto de las provincias del Río de la Plata.

 Responda:

  1. ¿Qué problemas había entre los criollos y los españoles?
  2. ¿Qué consecuencias trajo para los criollos las Invasiones Inglesas?
  3. ¿Por qué se enfrentaban monopolistas y defensores del libre comercio?
  4. ¿Qué oportunidad aprovecharon los revolucionarios?
  5. ¿Qué consecuencias trajo la revolución de 1810?


jueves, 3 de septiembre de 2020

Liberalismo: individuo y propiedad

 


Propiedad como derecho fundamental

A partir de John Locke en el siglo XVII quedó establecido como pilar del  liberalismo que el poder político emana de la comunidad de propietarios, los que son el soporte de la nación liberal.

En efecto, la propiedad era el derecho fundamental en tanto era el fruto del trabajo con el que se había añadido valor a las cosas naturales. La propiedad, por tanto, se convirtió en el signo de la igualdad. La sociedad era un conjunto de productores; frente a la ociosidad de las aristocracias feudales europeas. El trabajo es necesario para sobrevivir y para ser propietario y labrar la riqueza, esto es, para ser un señor del producto del propio esfuerzo, tener las necesidades cubiertas, ser libre y poder actuar. Es la actividad que iguala a los hombres y garantiza la supervivencia, el orden y la convivencia, y cuyos resultados se manifiestan en la propiedad. La sociedad, por tanto, se convierte en un conjunto de productores, y al Estado se le asigna la protección de los intereses y propiedades de tales productores.

 

El mercado

Otras voces posteriormente, aunque con distintas argumentaciones, coincidían en esa línea de liberalismo político y económico que asentaba la organización de la sociedad sobre el trabajo y la propiedad, y que basaba la legitimidad del Estado en el consentimiento de quienes delegaban su poder para equilibrar las libertades individuales con el interés común. Por su enorme repercusión posterior sobresale Ensayo sobre la naturaleza y causa de la riqueza de las nacionales (1776) de Adam Smith, considerado el texto fundacional de la economía liberal.

Allí se destaca por primera vez la existencia de leyes que regulan la vida económica, al tiempo que se enfatiza la centralidad del mercado libre – “la mano invisible” – en el proceso de creación de riqueza, mediante el juego de la oferta y la demanda generada por las voluntades de los individuos que al buscar la felicidad individual conducirán el proceso a la felicidad general.

 

Propiedad sagrada

El liberalismo preconiza la razón del individuo como fundamento para organizar las relaciones ente los hombres, y entre ellos y el mercado. En política esto significa el contractualismo o constitucionalismo, con los principios de representación ciudadana y separación y limitación de poderes; en economía se traduce en la razón del libre intercambio y producción. En ambos casos la clave reside en el derecho de propiedad, fruto del valor producido por el trabajo. Por eso la propiedad es tan sagrada como la vida humana, es la razón de ser del Estado y el elemento que confiere autonomía real a cada individuo, e incluso el atadero conyugal para el ejercicio de la patria potestad. Y por eso también la libertad de creación intelectual es parte de la propiedad que cada individuo ejerce sobre si mismo y sobre sus ideas. 

 


El liberalismo era, en definitiva, el sistema y la ideología que planteaba al individuo y la propiedad como centro de la sociedad, lo que se tradujo en las declaraciones de derechos y en el referente para legitimidad del Estado y de la Economía.

 

Democracia es tiranía

Sin embargo el exceso de libertad de los individuos podía traer aparejado complicaciones para burguesía, en especial a partir de revoluciones radicales como la Francesa. Hay que precisar conceptos.

Por eso se repudia la democracia como nueva tiranía. Los análisis de Benjamín Constant en 1819 contraponen la libertad antigua, esa democracia que solo garantizaba la participación popular en el gobierno, frente a la libertad moderna, que es individual y que debe protegerse tanto de los gobiernos como de las tiranías democráticas.

Libertad, por tanto, significa disponer de la propiedad personal y ajustarse a unas leyes aprobadas con representación de esos propietarios interesados en el estado garante de sus derechos. Se reformula así la jurisdicción del Estado para situar en el centro de la organización social al individuo, por encima del colectivo.

El equilibrio de poderes de Gran Bretaña y el sistema de gobierno constitucional en los ideales que seguían definiendo el modelo político neoliberal durante el siglo XIX, pero las desigualdades derivadas de la Revolución Industrial y de la economía de mercado plantearon nuevos retos.

 

El Estado

El liberalismo de la Burguesía que está en el poder o lo reclama rechaza el paternalismo con los pobres, se oponía a las leyes a favor de éstos porque consideraba que los subsidios fomentan la pereza y aumentan la población por encima de sus posibilidades y porque el remedio a la pobreza es la autodisciplina y la prudencia en el gasto. Por eso el liberalismo le asigna al Estado una simple función arbitral entre individuos, siempre para garantizar el orden, nunca para instrumentar mejoras sociales.

En cualquier caso, en todas sus variantes, el liberalismo hace del individuo el eje para el desarrollo de la sociedad, y siempre la autorrealización es el método para extender las capacidades creadoras de cada persona. Por eso llevaba aparejada una moralidad derivada de la inflexibilidad de la lucha por la existencia, con valores de sobriedad, autocontrol, acción, eficacia y competitividad, aplicados sobre todo al trabajo.

Así se explica el libro Self Help (Autoayuda)  (1859), de Samuel Smiles, escrito para que las clases trabajadoras norteamericanas mejorasen su carácter y pudieran triunfar. Para el autor no había problemas económicos sino problemas morales que se solucionaban formando el carácter en la frugalidad y el ahorro., en la confianza en uno mismo y en la disposición a competir en virilidad para alcanzar el éxito.

 

Preguntas:

 

1.     ¿Qué significado tiene la propiedad para el liberalismo?

2.     ¿Qué es el “libre mercado”?

3.     ¿Por qué la Democracia puede ser una nueva tiranía?

4.     ¿Cómo se considera a los pobres?

 

domingo, 9 de agosto de 2020

LAS COLONIAS HISPANOAMERICANAS

 

La sociedad colonial hispanoamericana estaba integrada por tres diferentes grupos: los que estaban en América antes de la conquista – los indígenas –, los que llegaron voluntariamente – los españoles – y los que fueron obligados a venir – los africanos – .

Se ha calculado que la población indígena americana a fines del siglo XV oscilaba entre los 40 y 50 millones  de personas, distribuidos en forma desigual. Las zonas más densamente pobladas correspondían a las regiones de Mesoamérica y los Andes centrales. Las áreas de escasa densidad demográfica correspondían a Paraguay, parte de Venezuela y las Antillas. Por último las zonas con menor cantidad de población se encontraban en el Río de la Plata y el sur del continente. El número de indígenas disminuyó drásticamente desde los primeros momentos de la conquista. Las enfermedades, las guerras de conquista, los duros sistemas de trabajo y hasta los abortos y suicidios provocaron esta crisis demográfica.

Por otra parte, el número de españoles y criollos, muy pequeño en el siglo XV – apenas cien mil personas – aumentó significativamente hasta superar los tres millones a fines del periodo colonial. Más espectacular fue el aumento de los mestizos. En 1650 había casi 600.000 y llegaron a ser más de 5 millones en 1825. Los africanos, ya fueran esclavos o libres, en muy pocos en el siglo XV, en 1650, 715.000 aproximadamente y en 1825, casi dos millones.

 LOS ESPAÑOLES Y CRIOLLOS RICOS.

Al producirse la conquista un importante número de españoles se trasladó a América. A medida que los primeros se enriquecían, nuevos inmigrantes fueron llegando.

Dentro de las actividades desarrolladas por los españoles en América, ser encomendero de indígenas era la más anhelada, porque ponía bajo el mando directo del mismo a uno o varios poblados indígenas cuyos habitantes debían trabajar para él y comprarle obligatoriamente lo que quisiera venderles. Los motivos de esta preferencia eran las riquezas y el prestigio social que se podían obtener.

Los hijos de españoles nacidos en América eran los criollos. Éstos, junto con los peninsulares, formaban el grupo con mayor poder dentro de la sociedad, controlando las principales fuentes de riqueza y el prestigio social. Aunque eran iguales en teoría, existía una gran rivalidad entre españoles y criollos. Los altos cargos políticos, militares y religiosos en general estaban reservados a los españoles, mientras que los criollos sólo tenían libre acceso a los Cabildos.

Españoles y criollos podían administrar las minas de metales preciosos y de mercurio, obtenían generosas donaciones de tierras en las que establecieron haciendas (en México y Nueva Granada), o estancias (en el Río de la Plata). La mano de obra empleada era de indígenas o de esclavos de origen africano.

Otro núcleo de españoles y criollos se dedicaban al comercio entre España y América. Exportaban metales preciosos y las materias primas que Europa necesitaba, como azúcar, cacao y cueros.

 el pueblo llano

Por debajo de los grupos antes mencionados, integrando el pueblo llano, se encontraban los tenderos, artesanos y criados.

Los españoles que no lograron hacer fortuna y alcanzar la categoría de vecinos, se concentraron de preferencia en las ciudades, donde se dedicaban al comercio al por menor, a oficios mecánicos o a prestar servicios a españoles ricos como criados, palabra que significaba dependencia económica o familiar pero no estrictamente servil.

 

Todos conservaban su condición de hombres libres, pero aunque llegaban a tener casa en la ciudad no tenían acceso a cargos de gobierno de la misma ni prestigio social apreciable, y constituían el elemento blanco de la plebe urbana.

Del pequeño comercio vivieron los tratantes de cualquier mercancía, tenderos que regenteaban tiendas y tendejones, pulperos cuyas pulperías representaban el grado mínimo de la venta al por menor, y vendedores ambulantes. Estas ocupaciones, tenidas por viles, eran ejercidas indistintamente por blancos, indios, mestizos y castas e iniciaban el escalón social en que la pobreza acaba por igualar a todas las razas. Esta masa de pobres crecía sin cesar y vivía con cada vez menos esperanza de mejora; la vagancia voluntaria o forzosa por falta de trabajo, la prostitución y la delincuencia, el alcoholismo y la picaresca tenían buen caldo de cultivo en este medio, que nutría con frecuencia a cárceles y hospitales.

Entre el pueblo llano destacaban por su categoría y cohesión social los artesanos dedicados a oficios manuales, que no tardaron en integrarse en gremios creados a imagen y semejanza de los existentes en España.

El artesanado de Hispanoamérica se constituyó a base de los escasos españoles que ejercieron sus oficios después de emigrar, de indios que continuaron las tradiciones mecánicas prehispánicas, mejoradas y aun transformadas por las herramientas y técnicas europeas, o aprendieron sus oficios  en las escuelas de artesanía creadas por los frailes e incluso de negros y castas.

En la población rural cabe señalar, en primer término, la presencia desde el siglo XVI de españoles (europeos y americanos) de condición modesta establecidos en quintas o chacra; cuando lograban conservar su propiedad, constituían una clase de pequeños agricultores extensa e importante en algunas regiones; otras veces sucumbían ante el desarrollo de latifundios, perdían sus tierras y trabajaban las de un hacendado que se las arrendaba a cambio de su trabajo en la hacienda o mediante un contrato de aparecería[1]; en esta última condición se encontraban los llamados rancheros y terrazgueros, entre quienes se hallaban tanto blancos como mestizos e indios. También había españoles como trabajadores asalariados, pero más bien en cargo de capataces y mayordomos o como criados y allegados al hacendado.

 ESCLAVOS

Los negros esclavos constituían en la sociedad indiana un contingente humano de considerable importancia destinado a servir de fuerzas de trabajo, pero que determinaría con su presencia y acción un factor de singular significado en la conformación étnica, espiritual y cultural de los pueblos de nuestra América.

Existían tres clases de esclavos: los domésticos, los de tala y los jornaleros. Los primeros desempeñaban las faenas de la casa de los amos, del ingenio o plantación; los segundos se dedicaban al cultivo de la tierra, y los últimos eran alquilados por sus amos para hacer trabajos fuera de sus dominios a jornal, que percibían los amos.

 

Los domésticos eran los que, comparativamente, podían tener una vida menos rigurosa, pero en las haciendas los esclavos de tala estaban bajo la vigilancia de los mayorales – en muchas ocasiones un mestizo vinculado al amo por vía sanguínea, o, en excepcionales casos, un negro que gozaba de la confianza del amo –, que trataban con rigidez, dureza y crueldad a los negros esclavizados. El trabajo de éstos era desganado y lento.

 Rivalidades entre blancos españoles y criollos

    Los efectos de la crisis de la dominación española se manifestaron fuertemente en el estamento “blanco”, determinando una progresiva segregación de los “españoles-americanos” de los “españoles-europeos”. Dos factores incidieron en este proceso: el “nacionalismo” altanero de los peninsulares, que les hacía sentir todo lo español superior, tanto a lo americano cuanto a lo de cualquier otro país, y la concepción del Estado, en virtud de la cual cada individuo de un territorio particular se sentía vinculado a la persona del monarca, pero no a los súbditos de los otros reinos de la Monarquía, a los que consideraba poco menos que “usurpadores” cuando ejercían cargos en la región.

     En efecto: el criollo (español-americano), como se ha señalado, nunca fue ni se consideró súbdito de España, sino de la Corona. El distingo, por lo general, no era comprendido en la zona dominante de la Monarquía y para quien América era un “dominio” y no otro Reino de la misma y común Corona.

Las rivalidades del criollo y el español-europeo, en las centurias pasadas, no habían tenido el tono violento que ahora se acusaba con el peninsular que llegaba en busca de perspectivas económicas, en rigor, un español en cierto modo extraño a las motivaciones hispánicas tradicionales del hecho americano, ajeno a la labor fundacional. Su moral burguesa, que tendía a ver una virtud en el trabajo y un premio en la riqueza, veía con antipatía el afán de hidalguía “aristocrizante” del criollo, estimándole incapaz de realizar esfuerzos sistemáticos y ordenados.

El criollo consideraba a la reciente inmigración hispánica como advenedizos, llegados con una “mano adelante y otra atrás”, que hacían fortunas que les permitían acaparar jerarquías, entroncar con linajes prestigiosos por casamiento con ricas herederas y trepar a los puestos públicos. Por lo demás, el criollo veía disminuida su capacidad de actuación en el comercio local y ultramarino por la acción monopólica de las casas comerciales españolas.

Para él, los hombres con derecho a ejercer la función pública eran los virtuosos, tratándose de criollos; pero para el caso de un europeo, creía que no había perdido vigencia la exigencia de pruebas de “limpieza de sangre”, de manera que miraba con desprecio a esa inmigración llegada para hacer fortuna, sin preocupaciones de hidalguía y para la cual el comercio era un título.

Ejercicio:
1. Describe las características de cada clase social en la colonia. 
2. Señala cuál tendría el poder y cuales no.
3. Resume por qué estaban enfrentados los españoles y los criollos.


[1] Acuerdo donde el propietario de la tierra acuerda con otro para que le trabaje a cambio de una parte de la cosecha o del ganado criado.

 

CARTISMO. El primer movimiento obrero

 Tomado de "Historia del Movimiento Obrero"

En 1836 se produjo una nueva crisis que llevó al hambre y al paro masivo a las regiones industriales. Los sindicatos que pagaban a sus miembros subsidios de paro veían agotarse los fondos de que disponían. El descontento se generalizó y los obreros retomaron la lucha política considerando que la situación exigía un movimiento que luchara por todas sus reivindicaciones: sufragio universal, libertad de prensa, disminución de la jornada de trabajo, etc. Volvió a fortalecerse entonces la idea de que el triunfo político abriría el camino a otras reivindicaciones de carácter netamente socialista y de que la democracia política estaba estrechamente atada a la democracia social.

A principios de 1837 la “Asociación de Trabajadores” elaboró la “Carta del Pueblo”, documento que sintetizaba su programa político: sufragio universal, Parlamentos anuales, voto secreto, dietas a los miembros del parlamento, igualdad de las circunscripciones electorales.

La Asociación no basó su política en el principio de la “lucha de clases”. Aunque consideraba que la clase obrera tenía intereses propios y que por lo tanto debía ser representada por hombres salidos de sus propias filas, no llegó a postular el antagonismo con las otras clases y admitió la posibilidad de una alianza con los radicales burgueses.

 

La burguesía y las Leyes de Cereales

 

Esta Asociación de Trabajadores no fue la única en plantearse el problema de la reforma parlamentaria y de la extensión del sufragio. También los reformistas burgueses querían cambiar el marco electoral para tener mayor representación en el Parlamento y lograr derogar las “Leyes de Cereales” que imponían altos impuestos al cereal importado para proteger la producción interna de los terratenientes, muchos de ellos aristócratas.

El capitalismo industrial inglés debió afrontar serios problemas de crecimiento que se tradujeron en crisis periódicas y en una constante disminución de la tasa de ganancia. A pesar de que las ventas totales seguían ascendiendo, y por consiguiente ascendía también el total del ingreso, era menor la ganancia por unidad, por eso la burguesía industrial se propuso detener o al menos atenuar el retroceso de las mismas.

Para que aumentaran la vía más rápida era reducir los costos y, dentro de éstos, el que correspondía a los jornales parecía ser el más fácilmente reducible. Esto provocó el enfrentamiento de la burguesía industrial y la aristocracia terrateniente. Mientras el precio de los granos se mantuviera artificialmente alto, para beneficiar los intereses de los latifundistas, los salarios de los obreros no podían descender más allá de un cierto límite, sin riesgo de hacer peligrar su misma subsistencia. Para los industriales era imprescindible reducir el costo de vida y para lograr esto consideraban indispensable eliminar las Leyes de Granos (tarifas aduaneras que protegían la producción inglesa).

Para la burguesía industrial, partidaria del liberalismo económico, esa ley no solamente encarecía artificialmente el precio de los cereales, sino que impedía el aumento de las exportaciones inglesas. Era necesario que el mundo todavía no industrializado pudiera vender su producción agrícola a Inglaterra para que estuviera en condiciones de comprar las manufacturas inglesas. Para ello debía completarse la reforma de la Constitución, y dar un poder mayor en el parlamento a los burgueses.

 

Fuerza Moral y Fuerza Física

 

 Esto llevó a la “Unión Política” de Birmingham (dirigida por la burguesía reformista) a reanudar su actividad en 1837. A fines de 1837 la “Unión Política” decidió unir sus esfuerzos a los de la “Asociación de Trabajadores”. Se elaboró un programa político común y se organizó una petición de carácter nacional dirigida al Parlamento.

Sin embargo dentro de la Asociación de Trabajadores (Cartismo) no había unanimidad en como proceder con la burguesía reformista. El 14 de febrero de 1838 se reunió en Londres la primera convención cartista. En ella se enfrentaron los partidarios de la “fuerza moral”, es decir aquellos que consideraban que lo único que necesitaban los cartistas era convencer a las otras clases sociales de la justicia de sus peticiones, con los defensores de la “fuerza física”, que pensaban que el mejor camino era la confrontación de clases.

Estos últimos tenían sus bases en los obreros de los distritos industriales, de los hombres de “barbas hirsutas, manos callosas y chaquetas de fustán”. En las asambleas públicas de estos sectores de los obreros los oradores incitaban a armarse para defender sus derechos y dignidad. Su postura se basaba situación angustiante producto de las largas y duras jornadas de trabajo o las prolongadas semanas de desempleo forzoso,.

La convención estaba dominada por la “fuerza moral”, pero la presión de las asambleas locales[1] y el convencimiento de que con la amenaza de la revolución bastaba para forzar al Parlamento, hizo que la convención terminara por afirmar el derecho del pueblo a armarse y defendió la utilización de la violencia en el caso de que aquel se negara a apoyar la “Carta”.

 

Un millón de firmas

 

Mientras las autoridades enviaban batallones a reprimir en las ciudades donde se producían manifestaciones a favor de la “Carta”, y se reunía una policía constituida por miembros de las clases dirigentes, la convención se trasladó a Birmingham y decidió que en caso de no tener éxito se declararía la huelga y se recomendaba a los que tuvieran depósitos en los bancos a retirarlos. Esto llevó a que la “fuerza moral” abandonara la Convención por considerar dichas resoluciones excesivamente revolucionarias.

La petición ya reunía más de un millón de firmas, pero se decidió a esperar un mes más para alcanzar los tres millones. Las manifestaciones se sucedían, y en especial la de Birmingham, el 4 de julio, fue brutalmente disuelta, con varios muertos y heridos. Los convencionales publicaron un manifiesto rechazando esto y la respuesta del gobierno fue la detención de sus firmantes.

    El 12 de julio el Parlamento rechazó la petición por 235 votos contra 46, generando disturbios en varias ciudades, pero la Convención no logró articular una respuesta unificada. El 16 de julio resolvió comenzar la huelga a partir del 12 de agosto, pero en realidad solo una pequeña minoría acompañó la medida. Debilitado por las detenciones masivas de sus dirigentes, el cartismo pasó a la clandestinidad, diluyéndose su efectividad.

 

Los seis puntos de la Carta del Pueblo (1838)

 

  1. Voto para cada hombre mayor de 21 años, cuerdo y sin antecedentes penales.
  2. Papeleta electoral para proteger el elector en el ejercicio de su voto.
  3. Que no existan calificaciones por propiedad para miembros del Parlamento; de este modo se permite que los distritos electorales ejerzan democráticamente su derecho de elegir un hombre que los represente, ya sea pobre o rico.
  4. Pago a los miembros: de esta manera se permite a los honestos comerciantes, trabajadores o cualquier otra persona servir a su distrito electoral en forma intensiva, desentendiéndose de sus problemas personales.
  5. Nivelación de los distritos electorales para asegurar una representación igualitaria con el mismo número de electores, en lugar de permitir que distritos electorales pequeños tengan una representación mayor que otras regiones más extensas.
  6. Parlamentos anuales: de esta manera se logra un control más efectivo sobre los representantes, que al ser renovados anualmente se cuidarán mucho más que ahora de no defraudar al pueblo que los ha elegido, y si es posible sobornar o comprar un cargo en un período parlamentario de seis años, es de imaginar que bajo el imperio del sufragio universal y siendo el período de un año no hay riqueza que alcance para poner en práctica lo que ahora se hace impunemente.

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Preguntas:

1. ¿Qué buscaban los obreros al retomar la lucha?

2. ¿Qué razones llevan a la Unión Política de Birmingham y a la Asociación de Trabajadores a aliarse?

3. ¿Por qué se enfrentan la “fuerza moral” y la “fuerza física”?

4. Analiza la Carta del Pueblo. Explica los fundamentos de cada punto CON SUS PROPIAS PALABRAS.

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[1] Un delegado de la Convención, enviado para consultar a los trabajadores, consigna en un informe: “En Leek he encontrado a los obreros rehuidos al estado más mísero que pueda soportar la naturaleza humana. Muchos de ellos declaraban que con quince horas de trabajo diarias lo máximo que podían ganar era de siete a ocho chelines por semana. Yo les hablaba de la consigna “Paz, Legalidad, Orden”, pero temo que todo esto no sirve para nada, pues el lenguaje que se utiliza aquí es: mejor morir por la espada que perecer de hambre”.