Condiciones de trabajo y de vida
de la Clase Obrera
Textos tomados de: Historia del Movimiento Obrero. CEDA. 1973. Buenos Aires.
Telares de principios del siglo XIX. Se aprecia la utilización de mano de obra femenina. |
Un historiador inglés, Hobsbawn, describe esas condiciones de trabajo con claridad “En primer lugar los obreros tenían que aprender a trabajar de modo adecuado a la industria, esto es, a un ritmo de trabajo diario regular ininterrumpido que es completamente diferente de los altos y bajos estaciones de la granja o del artesano independiente que puede interrumpir su trabajo cuando le place.
Los empresarios británicos de aquella época se quejaban constantemente de la “pereza” del obrero o de su tendencia a trabajar hasta que había ganado su jornal para vivir una semana y después parar. Esta dificultad fue solucionada por la introducción de una disciplina laboral draconiana (multas, un código de “amo y criado” que utilizaba la ley a favor del empresario, etc.), pero sobre todo pagar el trabajo tan poco que era preciso trabajar toda la semana para conseguir un mínimo de ingresos. En las fábricas, donde era más urgente el problema de la disciplina laboral, con frecuencia se vio que lo más conveniente era emplear mujeres y niños, tratables y más baratos”.
A la acumulación de superbeneficios llevada a cabo por los nuevos patrones industriales se contrapone una miseria que llega al límite de lo soportable para la masa de trabajadores. A su costa y a costa de los bajos salarios se produce el proceso de acumulación capitalista.
La jornada de trabajo normal es de 15 horas y aún más. En Francia, de los 300 francos anuales que puede ganar un obrero, le quedan para gastar en alimento unos 196 francos. El consumo de pan se lleva 150 de ellos.
En Inglaterra, en las fábricas de algodón de Manchester, trabajando en ambientes totalmente cerrados y a más de treinta grados centígrados para favorecer el tratamiento de la tela, no se le permitía a los obreros usar agua para refrescarse o beber, excepto durante los treinta minutos de descanso que cortan la larga jornada de más de 14 horas de trabajo.
Las multas que los obreros debían pagar cuando hacían algo prohibido por los reglamentos no funcionaban solo como represión. Se iban sumando y así debilitaban el salario. Un buen ejemplo de este tipo de recurso utilizado por los patrones industriales lo encontramos en el Annual Register de 1823 que da los siguientes datos:
Al obrero que abra una ventana: 1 chelín.
Al que no ponga la aceitera en su sitio: 1 chelín.
Al que abandone su telar y deje el gas encendido: 2 chelines.
Al que encienda el gas demasiado temprano: 1 chelín.
Al que hile a la luz de gas demasiado tarde en la mañana: 2 chelines.
Al que silbe en el trabajo: 1 chelín.
Al que llegue cinco minutos tarde: 1 chelín.
Al obrero enfermo que no pueda proporcionar un reemplazante que dé satisfacción, pagará por día, por la pérdida de energía mecánica: 6 chelines.
Resultado general: si el promedio de vida en zonas industriales era en 1812 de 25 años y 9 meses en 1827 descendió a 21 años y 9 meses. Pero peor era el caso de los niños: si para los hijos de comerciantes y sectores acomodados el promedio de vida llegaba, en 1827, a la edad de 49 años, para los hijos de obreros de la industria algodonera no superaba los dos años.
La situación adquiere contornos más dramáticos cuando observamos los métodos aplicados al trabajo de las mujeres y los niños. En la medida en que la máquina hace cada vez menos necesaria su fuerza física nos encontramos que en las fábricas de algodón sólo la cuarta parte de sus trabajadores son hombres adultos. El resto son mujeres y niños. Los testimonios de la época nos dejaron cuadros contundentes de la situación en que éstos trabajaban. Es el caso de Villermé, un miembro de la Academia de Medicina de Francia, quien constataba: “Entre ellos (los obreros) hay gran número de mujeres pálidas, hambrientas, que van descalzas por el fango… y niños pequeños, en mayor número que las mujeres, tan sucios y tan harapientos como ellas, cubiertos de harapos, que son gruesos por el aceite que les cae encima cuando manipulan cerca de los telares”. A la injusticia del régimen capitalista en el plano económico se unió su insensibilidad ante la destrucción de la familia, el fomento del alcoholismo, la desocupación crónica, la degradación personal. Entonces los obreros comienzan a tomar conciencia de su situación y a actuar en consecuencia. Con los primeros brotes de protesta y de violencia comienzan a recorrer un largo y duro camino en el cual, a pesar del aumento constante de la represión, concretan sus organizaciones, definen sus métodos de lucha, profundizan su ideología.
Los “barrios feos”
Tomado de “La situación de la clase obrera en Inglaterra”.
Federico Engels. Primera Edición: Londres 1845
Toda ciudad tiene uno o más “barrios feos” en los cuales se amontona la clase trabajadora. Por lo general las casas son de uno o dos pisos, en largas filas, posiblemente con los sótanos habitados, e instalados irregularmente por doquier. En general, las calles están sin empedrar, son desiguales, sucias, llenas de restos de animales y vegetales sin canales de desagüe y, por eso, siempre llenas de fétidos cenagales. Además, la ventilación se hace difícil por el defectuoso y embrollado plan de construcción, y dado que muchos individuos viven en un pequeño espacio, puede fácilmente imaginarse qué atmósfera envuelve a estos barrios obreros.
Sigamos a los funcionarios ingleses que a cada paso llegan a las casas proletarias. “El lunes 15 de enero de 1844, fueron llevados al tribunal de policía de Worship-Street, Londres, dos muchachos que, hambrientos, habían robado en una bodega una pata de vaca medio cocida y se la habían comido en seguida. El juez hizo hacer investigaciones ulteriores, recibiendo de la policía la siguiente información: la madre de estos dos muchachos era viuda, después de la muerte del marido quedó con nueve hijos y los negocios le fueron muy mal. Cuando el agente de policía llegó a la casa, encontró a la viuda con seis de sus hijos literalmente amontonados en una pieza interna, sin muebles, exceptuando dos viejas sillas desfondadas, una mesita con las patas rotas, una taza, también rota y un platito. En un rincón, un montón de andrajos, que servían como lecho a la familia entera. Por cobertura no tenían nada más que sus miserables vestidos. La pobre señora contó que había tenido que vender la cama para comparar alimentos; había dado las sábanas a un comerciante de comestibles, como prenda por algunos alimentos, y había vendido todas las cosas para comprar pan.
Los burgueses
Típica familia de la Burguesía |
Tomado de: Eric Hobsbawm. La era de la Revolución 1789 -1848. Crítica. Bs.As. 2003.
El
algodón ofrecía unas perspectivas astronómicas para tentar a los
negociantes particulares a emprender la aventura de la Revolución
Industrial, y una expansión lo suficientemente rápida como para requerir
esa revolución. Los nuevos inventos que lo revolucionaron eran
relativamente sencillos y baratos y compensaban en seguida sus gastos de
instalación con una altísima producción. Podían ser instalados, si era
preciso gradualmente, por pequeños empresarios que empezaban con unas
cuantas libras prestadas, pues los hombres que controlaban las grandes
concentraciones de riqueza del siglo XVIII no eran muy partidarios de
invertir cantidades importantes en la industria. La expansión de la
industria pudo financiarse fácilmente al margen de las ganancias
corrientes, pues la combinación de sus conquistas de vastos mercados y
una continua inflación de precios produjo fantásticos beneficios. “No
fueron el cinco o el diez por ciento, sino centenares y millares por
ciento los que hicieron las fortunas de Lancashire”, diría más tarde,
con razón, un político inglés. En 1789, un ex ayudante de pañero como
Robert Owen podría empezar en Manchester con cien libras prestadas y en
1809 adquirir la parte de sus socios en la empresa New Lanark Mills por
84.000 libras en dinero contante y sonante. Y este fue un episodio
relativamente modesto en la historia de los negocios afortunados.
Téngase en cuenta que, hacia 1800, menos del 15 por 100 de las familias
británicas tenían una renta superior a cincuenta libras anuales, y de
ellas sólo una cuarta parte superaba las doscientas libras por año”.
El
efecto de la revolución industrial sobre la estructura de la sociedad
burguesa fue profundo. Creó nuevos bloques de burgueses que coexistían
con la sociedad oficial aristocrática, demasiado orgullosos y dinámicos
para desear una absorción por parte de la sociedad aristocrática si no
era en sus propios términos. Constituían un formidable ejército, tanto
más cuanto que cada vez adquirían mayor conciencia de ser una “clase” y
no un “término medio” que servía de puente entre estamentos superiores e
inferiores. Además aquellos hombres nuevos no eran simplemente una
clase, sino un combativo ejército de clase, organizado al principio de
acuerdo con el “pobre trabajador” (que a su juicio debía aceptar su
dirección) contra la sociedad aristocrática, y más tarde contra el
proletariado y los grandes señores”.
Eran
hombres que se habían hecho a sí mismos o por lo menos hombres de
origen modesto que debían muy poco a su nacimiento, su familia y su
educación. Eran ricos y aumentaban sus riquezas de año en año. Y, sobre
todo, estaban imbuidos del feroz y dinámico orgullo de aquellos a
quienes sus fabulosas carreras les demuestran que la divina providencia,
la ciencia y la historia se han puesto de acuerdo para presentarles en
bandeja toda la tierra.
Ni el temor, ni la cólera, ni siquiera compasión movían al patrono que decía a sus obreros:
“El
Dios de la Naturaleza estableció una ley justa y equitativa que el
hombre no tiene derecho a violar. Cuando se aventura a hacerlo siempre
encontrará el correspondiente castigo. Así, cuando los amos creen
audazmente que por una unión de fuerzas pueden oprimir más a sus
criados, insultan con tal acto a la majestad del Cielo y atraen sobre
ellos la maldición de Dios, y por el contrario, cuando los sirvientes se
unen para quitar a sus patronos la parte de beneficio que legítimamente
pertenece al amo, violan también la leyes de la equidad”.
Había un orden en el universo pero ya no era el orden del pasado. Había un solo dios cuyo nombre era vapor.
“La
virtud, dice G.M.Young, avanza sobre un ancho frente invencible”; y
pisoteaba al no virtuoso, al débil, al pecador (es decir: a aquellos que
ni hacían dinero ni eran capaces de dominar sus gastos emocionales o
financieros) sobre el fango al que pertenecían, ya que a lo sumo sólo
merecían la caridad de los mejores.
En
ello había cierto sentido económico capitalista. Los pequeños
empresarios tenían que volver a invertir en sus negocios gran parte de
sus beneficios si querían llegar a ser grandes empresarios. Las masas de
nuevos proletarios tenían que someterse al ritmo industrial del trabajo
y a la más draconiana disciplina laboral o pudrirse si no querían
aceptarla.
Ejercicio 1
¿Cómo te parece que era trabajar en las fábricas?
Ejercicio 2
¿Cómo te sentirías viviendo en los barrios obreros?, ¿Por qué?
Ejercicio 1
¿Cómo te parece que era trabajar en las fábricas?
Ejercicio 2
¿Cómo te sentirías viviendo en los barrios obreros?, ¿Por qué?
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