miércoles, 3 de noviembre de 2010

Condiciones de trabajo y de vida de la Clase Obrera

Condiciones de trabajo y de vida
de la Clase Obrera

Textos tomados de: Historia del Movimiento Obrero. CEDA. 1973. Buenos Aires.




Telares de principios del siglo XIX. Se aprecia la utilización de mano de obra femenina.
Un historiador inglés, Hobsbawn, describe esas condiciones de trabajo con claridad “En primer lugar los obreros tenían que aprender a trabajar de modo adecuado a la industria, esto es, a un ritmo de trabajo diario regular ininterrumpido que es completamente diferente de los altos y bajos estaciones de la granja o del artesano independiente que puede interrumpir su trabajo cuando le place.
Los empresarios británicos de aquella época se quejaban constantemente de la “pereza” del obrero o de su tendencia a trabajar hasta que había ganado su jornal para vivir una semana y después parar. Esta dificultad fue solucionada por la introducción de una disciplina laboral draconiana  (multas, un código de “amo y criado” que utilizaba la ley a favor del empresario, etc.), pero sobre todo pagar el trabajo tan poco que era preciso trabajar toda la semana para conseguir un mínimo de ingresos. En las fábricas, donde era más urgente el problema de la disciplina laboral, con frecuencia se vio que lo más conveniente era emplear mujeres y niños, tratables y más baratos”.
A la acumulación de superbeneficios llevada a cabo por los nuevos patrones industriales se contrapone una miseria que llega al límite de lo soportable para la masa de trabajadores. A su costa y a costa de los bajos salarios se produce el proceso de acumulación capitalista.
La jornada de trabajo normal es de 15 horas y aún más. En Francia, de los 300 francos anuales que puede ganar un obrero, le quedan para gastar en alimento unos 196 francos. El consumo de pan se lleva 150 de ellos.
En Inglaterra, en las fábricas de algodón de Manchester, trabajando en ambientes totalmente cerrados y a más de treinta grados centígrados para favorecer el tratamiento de la tela, no se le permitía a los obreros usar agua para refrescarse o beber, excepto durante los treinta minutos de descanso que cortan la larga jornada de más de 14 horas de trabajo.
Las multas que los obreros debían pagar cuando hacían algo prohibido por los reglamentos no funcionaban solo como represión. Se iban sumando y así debilitaban el salario. Un buen ejemplo de este tipo de recurso utilizado por los patrones industriales lo encontramos en el Annual Register de 1823 que da los siguientes datos:
Al obrero que abra una ventana: 1 chelín.
Al que no ponga la aceitera en su sitio: 1 chelín.
Al que abandone su telar y deje el gas encendido: 2 chelines.
Al que encienda el gas demasiado temprano: 1 chelín.
Al que hile a la luz de gas demasiado tarde en la mañana: 2 chelines.
Al que silbe en el trabajo: 1 chelín.
Al que llegue cinco minutos tarde: 1 chelín.
Al obrero enfermo que no pueda proporcionar un reemplazante que dé satisfacción, pagará por día, por la pérdida de energía mecánica: 6 chelines.

Resultado general: si el promedio de vida en zonas industriales era en 1812 de 25 años y 9 meses en 1827 descendió a 21 años y 9 meses. Pero peor era el caso de los niños: si para los hijos de comerciantes y sectores acomodados el promedio de vida llegaba, en 1827, a la edad de 49 años, para los hijos de obreros de la industria algodonera no superaba los dos años.

La situación adquiere contornos más dramáticos cuando observamos los métodos aplicados al trabajo de las mujeres y los niños. En la medida en que la máquina hace cada vez menos necesaria su fuerza física nos encontramos que en las fábricas de algodón  sólo la cuarta parte de sus trabajadores son hombres adultos. El resto son mujeres y niños. Los testimonios de la época nos dejaron cuadros contundentes de la situación en que éstos trabajaban. Es el caso de Villermé, un miembro de la Academia de Medicina de Francia, quien constataba: “Entre ellos (los obreros) hay gran número de mujeres pálidas, hambrientas, que van descalzas por el fango… y niños pequeños, en mayor número que las mujeres, tan sucios y tan harapientos como ellas, cubiertos de harapos, que son gruesos por el aceite que les cae encima cuando manipulan cerca de los telares”. A la injusticia del régimen capitalista en el plano económico se unió su insensibilidad ante la destrucción de la familia, el fomento del alcoholismo, la desocupación crónica, la degradación personal. Entonces los obreros comienzan a tomar conciencia de su situación y a actuar en consecuencia. Con los primeros brotes de protesta y de violencia comienzan a recorrer un largo y duro camino en el cual, a pesar del aumento constante de la represión, concretan sus organizaciones, definen sus métodos de lucha, profundizan su ideología.



Los “barrios feos”
Tomado de “La situación de la clase obrera en Inglaterra”.
Federico Engels. Primera Edición: Londres 1845

Toda ciudad tiene uno o más “barrios feos” en los cuales se amontona la clase trabajadora. Por lo general las casas son de uno o dos pisos, en largas filas, posiblemente con los sótanos habitados, e instalados irregularmente por doquier. En general, las calles están sin empedrar, son desiguales, sucias, llenas de restos de animales y vegetales sin canales de desagüe y, por eso, siempre llenas de fétidos cenagales. Además, la ventilación se hace difícil por el defectuoso y embrollado plan de construcción, y dado que muchos individuos viven en un pequeño espacio, puede fácilmente imaginarse qué atmósfera envuelve a estos barrios obreros.
Sigamos a los funcionarios ingleses que a cada paso llegan a las casas proletarias. “El lunes 15 de enero de 1844, fueron llevados al tribunal de policía de Worship-Street, Londres, dos muchachos que, hambrientos, habían robado en una bodega una pata de vaca medio cocida y se la habían comido en seguida. El juez hizo hacer investigaciones ulteriores, recibiendo de la policía la siguiente información: la madre de estos dos muchachos era viuda, después de la muerte del marido quedó con nueve hijos y los negocios le fueron muy mal. Cuando el agente de policía llegó a la casa, encontró a la viuda con seis de sus hijos literalmente amontonados en una pieza interna, sin muebles, exceptuando dos viejas sillas desfondadas, una mesita con las patas rotas, una taza, también rota y un platito. En un rincón, un montón de andrajos, que servían como lecho a la familia entera. Por cobertura no tenían nada más que sus miserables vestidos. La pobre señora contó que había tenido que vender la cama para comparar alimentos; había dado las sábanas a un comerciante de comestibles, como prenda por algunos alimentos, y había vendido todas las cosas para comprar pan.

Los burgueses

Típica familia de la Burguesía

Tomado de: Eric Hobsbawm. La era de la Revolución 1789 -1848. Crítica. Bs.As. 2003.

El algodón ofrecía unas perspectivas astronómicas para tentar a los negociantes particulares a emprender la aventura de la Revolución Industrial, y una expansión lo suficientemente rápida como para requerir esa revolución. Los nuevos inventos que lo revolucionaron eran relativamente sencillos y baratos y compensaban en seguida sus gastos de instalación con una altísima producción. Podían ser instalados, si era preciso gradualmente, por pequeños empresarios que empezaban con unas cuantas libras prestadas, pues los hombres que controlaban las grandes concentraciones de riqueza del siglo XVIII no eran muy partidarios de invertir cantidades importantes en la industria. La expansión de la industria pudo financiarse fácilmente al margen de las ganancias corrientes, pues la combinación de sus conquistas de vastos mercados y una continua inflación de precios produjo fantásticos beneficios. “No fueron el cinco o el diez por ciento, sino centenares y millares por ciento los que hicieron las fortunas de Lancashire”, diría más tarde, con razón, un político inglés. En 1789, un ex ayudante de pañero como Robert Owen podría empezar en Manchester con cien libras prestadas y en 1809 adquirir la parte de sus socios en la empresa New Lanark Mills por 84.000 libras en dinero contante y sonante. Y este fue un episodio relativamente modesto en la historia de los negocios afortunados. Téngase en cuenta que, hacia 1800, menos del 15 por 100 de las familias británicas tenían una renta superior a cincuenta libras anuales, y de ellas sólo una cuarta parte superaba las doscientas libras por año”.
El efecto de la revolución industrial sobre la estructura de la sociedad burguesa fue profundo. Creó nuevos bloques de burgueses que coexistían con la sociedad oficial aristocrática, demasiado orgullosos  y dinámicos para desear una absorción por parte de la sociedad aristocrática si no era en sus propios términos. Constituían un formidable ejército, tanto más cuanto que cada vez adquirían mayor conciencia de ser una “clase” y no un “término medio” que servía de puente entre estamentos superiores e inferiores. Además aquellos hombres nuevos no eran simplemente una clase, sino un combativo ejército de clase, organizado al principio de acuerdo con el “pobre trabajador” (que a su juicio debía aceptar su dirección) contra la sociedad aristocrática, y más tarde contra el proletariado y los grandes señores”.
Eran hombres que se habían hecho a sí mismos o por lo menos hombres de origen modesto que debían muy poco a su nacimiento, su familia y su educación. Eran ricos y aumentaban sus riquezas de año en año. Y, sobre todo, estaban imbuidos del feroz y dinámico orgullo de aquellos a quienes sus fabulosas carreras les demuestran que la divina providencia, la ciencia y la historia se han puesto de acuerdo para presentarles en bandeja toda la tierra.
Ni el temor, ni la cólera, ni siquiera compasión movían al patrono que decía a sus obreros:
“El Dios de la Naturaleza estableció una ley justa y equitativa que el hombre no tiene derecho a violar. Cuando se aventura a hacerlo siempre encontrará el correspondiente castigo. Así, cuando los amos creen audazmente que por una unión de fuerzas pueden oprimir más a sus criados, insultan con tal acto a la majestad del Cielo y atraen sobre ellos la maldición de Dios, y por el contrario, cuando los sirvientes se unen para quitar a sus patronos la parte de beneficio que legítimamente pertenece al amo, violan también la leyes de la equidad”.
Había un orden en el universo pero ya no era el orden del pasado. Había un solo dios cuyo nombre era vapor.
“La virtud, dice G.M.Young, avanza sobre un ancho frente invencible”; y pisoteaba al no virtuoso, al débil, al pecador (es decir: a aquellos que ni hacían dinero ni eran capaces de dominar sus gastos emocionales o financieros) sobre el fango al que pertenecían, ya que a lo sumo sólo merecían la caridad de los mejores.
En ello había cierto sentido económico capitalista. Los pequeños empresarios tenían que volver a invertir en sus negocios gran parte de sus beneficios si querían llegar a ser grandes empresarios. Las masas de nuevos proletarios tenían que someterse al ritmo industrial del trabajo y a la más draconiana disciplina laboral o pudrirse si no querían aceptarla.

Ejercicio 1

¿Cómo te parece que era trabajar en las fábricas?

Ejercicio 2

 ¿Cómo te sentirías viviendo en los barrios obreros?, ¿Por qué?


martes, 2 de noviembre de 2010

CAUSAS DE LA REVOLUCION INDUSTRIAL


LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Causas



La historia de la Revolución Industrial es en primer término la historia de la experiencia inglesa. El proceso comienza hacia 1760 en pequeñas zonas de Gales y de Escocia, rápidamente se intensifica en toda Inglaterra y cumple etapas básicas antes de pasar al resto de Europa, cuando termina el siglo. Muchos son los factores que convergen y hacen posible esa revolución que modificaría las estructuras económicas y sociales de Europa y de sus colonias, factores por otra parte compleja y estrechamente relacionados entre sí.

Población                                                                                               
La población se ha incrementado notablemente: aumenta un 40% durante la segunda mitad del siglo XVIII y en un 50% las tres décadas siguientes. Las razones de este aumento son diversas: disminución del índice de mortalidad infantil, del índice de mortalidad de la mujer a consecuencia del parto, la desaparición de enfermedades epidémicas hasta ese momento recurrentes como la peste bubónica, etc. los avances de la medicina, la generalización de ciertas pautas higiénicas y de cuidado con los alimentos (la potabilización de las aguas, por ejemplo), y muy especialmente la alimentación más rica y variada, son los factores que influyen en estos cambios.
Este incremento posibilitó el crecimiento del mercado interno. En especial el aumento del consumo de las capas medias urbanas y una población rural más demandante de productos manufacturados que en Europa continental contribuyeron a ello.

Transformación agraria                                                                        
Las mejoras en la alimentación son consecuencia de un proceso que se viene cumpliendo desde fines del siglo XVII y que se prolongará durante el XVIII: la revolución agraria. Pero esto no sólo aumentará la producción de alimentos, y con ello influirá en los cambios demográficos mencionados, sino que también provocará un desplazamiento de las masas campesinas hacia las industrias en desarrollo, necesitadas cada vez más de mano de obra.
En Inglaterra las tierras de agricultura se cultivaban según el ancestral sistema de tres bandas. Las tierras de diferentes propietarios se agrupaban en tres zonas discontinuas, y cada propietario tenía una o más parcelas en cada banda. En una de las bandas se cultivaban cereales; en otra, feculáceas; la tercera se dejaba en descanso. Los cultivos iban rotando de banda a banda anualmente, de manera que sólo cada tres años se cerraba el ciclo. Este sistema tenía por objeto hacer descansar la tierra, pues solo se conocía por entonces el abono animal, el cual era por demás escaso. Este sistema obligaba a todos los propietarios a realizar los trabajos del campo en la misma época del año y a sembrar lo mismo. El sistema obstaculizaba así los cambios y las posibles experiencias y mejoras.
A principios del siglo XVIII algunos grandes terratenientes, influidos sobre todo por la experiencia holandesa, decidieron cambiar el sistema de explotación de sus propiedades. Para hacerlo así fue necesario abandonar el sistema de campos abiertos, o de tres bandas, concentrar las tierras dispersas y cercarlas para protegerlas del ganado.
Comenzaron entonces a promover por un lado la introducción de nuevos e importantes cultivos, como el de la papa americana o la remolacha azucarera, y, por otro a exigir una verdadera reforma de la propiedad agraria.
Apoyados por el parlamento, consiguieron que se nombraran comisiones de arbitraje con el fin e que se redistribuyeran los campos. Los nobles y los otros grandes propietarios fueron, lógicamente, los favorecidos e estas operaciones. Muchos pequeños propietarios fueron perjudicados por la entrega de tierras de inferior calidad y otros, que no pudieron realizar los trabajos de cercamiento, ahora imprescindibles, tuvieron que vender sus tierras y buscar trabajo en las nuevas actividades industriales.
Pero los más perjudicados fueron los pobladores sin tierra, los que vivían en las llamadas tierras comunales trabajando como jornaleros en las grandes propiedades y que completaban sus entradas con el trabajo de las industrias domiciliadas y con lo que sacaban de los bosques. Cercadas las tierras y dadas en propiedad las comunales, esta población marginal se vio desplazada del campo y tuvo que emigrar hacia las nacientes ciudades industriales donde constituyó el grueso del primer proletariado industrial.
Estos cambios sociales no afectaron al nuevo sistema agrario: la producción aumentó considerablemente y el campo pudo alimentar, aunque con altos y bajos, a la creciente población urbana o semiurbana dedicada a la explotación de las minas y a la producción de tejidos.

Transporte                                                                                                         
A lo largo del siglo XVIII la conformación de un mercado interno en Gran Bretaña se vio favorecida por el crecimiento de la población, por la ausencia de fronteras aduaneras internas y de cargas feudales, y por las dimensiones y la topografía de su territorio.
Estas condiciones eran complementadas por el sistema de transportes y comunicaciones. Desde mediados del siglo XVII se habían destinado fuertes inversiones públicas y privadas a la extensión del sistema fluvial (a través de la construcción de canales) y a la construcción de nuevos puentes y carreteras. Este proceso se aceleró en el siglo siguiente, lo que contribuyó a que los transportes fueran relativamente fáciles y baratos.

Mercado externo                                                                                   
Además del mercado interno Gran Bretaña contaba con la ventaja de poder acceder a un amplio mercado externo. Desde el siglo XVI había ido desarrollando su flota hasta llegar a ser la principal potencia marítima mundial en el siglo XVIII. Poseía importantes territorios coloniales, sobre todo las trece colonias de América del Norte, pero además de ello tenía relaciones comerciales, gracias a la extensión de su poderío naval y a su política exterior, con las colonias españolas y portuguesas en América y con otras áreas de ultramar.
Entre 1750 y 1760 la exportación británica de tejidos de algodón aumentó diez veces. En la década del 80 ya se han conquistado el mercado exterior colonial y semicolonial. (El mercado europeo se abre recién en la década de 1820).
El algodón que alimentará a la industria textil inglesa proviene de los Estados Unidos (se lo cambia por esclavos traídos del África) y, fundamentalmente, de la India. En esta última entra en crisis las industrias tradicionales de tejidos, se produce un proceso de “desindustrialización”, y la India pasa gradualmente a convertirse no sólo en proveedora de materia prima sino en mercado de las telas inglesas. Eso ejemplifica uno de los muchos efectos que tiene la revolución industrial sobre las colonias.

Inventos técnicos                                                                                  
El aumento de la productividad y el acelerado desarrollo industrial se producen sobre la base de una serie de innovaciones técnicas revolucionarías, en gran medida concentradas en la segunda mitad del siglo XVIII. A su vez, el objetivo de aumento de productividad, el crecimiento de los mercados, actúa como incentivo para el desarrollo tecnológico. La industria textil, la metalurgia, las comunicaciones van a cambiar radicalmente en pocas décadas.
Hacia 1765, James Watt, un mecánico encargado de conservar y reparar los instrumentos de física de la Universidad de Glasgow, perfecciona la máquina a vapor que Newcomen había aplicado en 1712 al proceso de extracción de agua de las minas, patentándola en beneficio propio.
En pocos años la nueva máquina ingresa en la industria textil, al tener la ventaja de poder utilizarse como fuente de energía para la producción industrial. Sin embargo su difusión fue lenta, aunque resultó uno de los inventos que transformó más profundamente a la industria. Porque permitió que ésta pudiera desarrollarse en forma creciente en las ciudades, liberándola de la dependencia con respecto a los cursos de agua, las modernas ciudades industriales fueron hijas del vapor. Además, a diferencia de la energía hidráulica, la del vapor no está sujeta a variaciones estacionales o climáticas.Industria textil que ya había sufrido modificaciones importantes antes de 1760, ya sea en el ramo del tejido, con la lanzadera volante que inventa en 1733 un tejedor y mecánico de Bury, John Kay, o en el del hilado, con la nueva hiladora de rodillos que diseñan Paul y Wyatt en la misma época. Los inventos que se producen en amas zonas de la industria textil se influyen entre sí: la lanzadera facilita la fabricación del tejido y acrecienta la demanda de hilo, que comienza a escasear. Se busca entonces aumentar la producción de éste. Un cambio importante y de gran influencia lo va a constituir entonteces la invención de un carpintero y tejedor de Blackburn, James Hargreaves, quien desarrolla la primera máquina de hilar práctica, la famosa Jenny, hacia 1764. Esta máquina permitía a  la hilandera elaborar ocho hilos a la vez. Pocos años después Arkwright, “ese barbero panzudo de fláccidas mejillas muy sufrido y muy inventor”, patentaba la primera máquina de hilado movida por fuerza hidráulica, la que daría a Inglaterra el poder del algodón.
En realidad, el bastidor mecánico no lo había inventado Arkwright, que se transforma en un poderoso industrial gracias a ella, sino Highs, a quien aquél se la había usurpado. Con la nueva máquina se obtenía ahora un hilo torcido fuerte, utilizable para la urdimbre en lugar de lino, y que permitió un paso revolucionario: la fabricación de tejido de algodón barato. También con ella las hilanderas, que trabajaban en sus casas con la Jenny, debieron pasar a las fábricas.
Diez años después (1779) aparece otra máquina revolucionaria: la “mula” mecánica de Crompton, que combinaba los mecanismos de la Jenny con los del bastidor hidráulico. La “mula”, movida a vapor, comenzará a realizar en las fábricas, en un día, lo que en 1760 realizaban 300 hilanderas. El cuadro se completa, en el ramo del tejido, con la creación en 1785 del telar mecánico elaborado por Cartwright.
La historia de estos inventos es compleja, largos periodos de prueba, frustraciones, robos, a veces pasan años antes de que se apliquen a la producción. Muchos de los que los elaboraron no eran hombres de ciencias sino artesanos que buscaban solucionar problemas que se les presentaban en su trabajo cotidiano, incentivados por la necesidad constante de aumentar la productividad. Muchos de ellos, al contrario de lo que pasó con sus inventos, murieron en la miseria y el olvido.

Máquina a vapor de J. Watt

Esquema de funcionamiento de la máquina a vapor

Bastidor mecánico

Una nueva fuente energética: el carbón                                             
Las primeras fábricas que nacieron a fines del siglo XVIII para la producción de hilado de algodón utilizaron la energía hidráulica, y ésta siguió tendiendo por mucho tiempo un rol importante en la producción manufacturera. Sin embargo va a ir siendo sustituida por el vapor, que se utilizó tanto para la producción industrial como para impulsar los nuevos medios de transporte: los ferrocarriles y barcos a vapor.
El carbón mineral fue fundamental como combustible para generar vapor, debido a que era abundante y barato, al contrario de la leña, que comenzaba a escasear. Y Gran Bretaña contaba con abundantes yacimientos de carbón y de hierro que le otorgaron ventajas comparativas sobre otros países europeos.
Aunque en el largo plazo se trataba de un recurso no renovable, los yacimientos de carbón eran tan ricos en mineral que la demanda resultó pequeña en comparación con las reservas disponibles.
El carbón, además, al ser un producto con costos de transporte elevados, generó una fuerte presión para el mejoramiento de las comunicaciones, como la extensión de la red de canales de 1760, en la que fue el principal producto transportado. Más adelante, los primeros ferrocarriles fueron construidos para acarrear carbón, y gracias a las mejoras que se introdujeron en ellos fue posible transportar pasajeros a partir de 1830




Industria metalúrgica                                                                            
También el uso del carbón produjo cambios importantes en la industria metalúrgica. Tradicionalmente para la fundición de hierro se usaban la madera y el carbón vegetal, hasta que comenzó a utilizarse con éxito un nuevo combustible, el coque, un derivado del carbón de piedra o hulla.
La utilización del coque fue fundamental para el desarrollo de la industria metalúrgica por diversas razones. En primer lugar, porque la disponibilidad de hulla era mucho mayor que la de madera, que estaba empezando a convertirse en un recurso escaso y cada vez más caro. En segundo término, el coque genera una cantidad de energía superior a la del carbón de leña, lo cual facilita el proceso de fusión del mineral. Por último, la difusión del uso del coque exigió y estimuló el uso de hornos de fundición cada vez mayores, lo cual redundó en economías de escala que permitieron abaratar los costos. Otras dos innovaciones clave en la metalurgia del hierro, concretadas a fines del silo XVIII, fueron el pudelado[1] y el laminado[2], que hizo posible producir en forma más rápida y en grandes cantidades,  y obtener una serie de formas estandarizadas (vigas, barras, rieles) que se utilizaron en la industria, la construcción y el transporte. La producción de hierro se multiplicó por cien entre 1760 y 1850.

Actividades:

  1. Resume lo que te parece más destacado de cada causa.
  2. Indica cuál de todas las causas es la que te parece más importante.



[1] Es una técnica de refinado del hierro que se produce en los altos hornos, mediante la que se consigue rebajar el contenido de carbono hasta un porcentaje muy bajo y, sobre todo, eliminar casi todo el azufre, por lo que el hierro resultante ya es hierro forjado. Durante la pudelación, el metal fundido se remueve o bate dentro de un horno de reverbero, para conseguir airearlo. Así, el carbono y el azufre consiguen arder, con lo que resulta un metal más puro y de mejores propiedades mecánicas.
[2] El proceso de laminado consiste en calentar previamente los lingotes de acero fundido a una temperatura que permita la deformación del lingote por un proceso de estiramiento y desbaste que se produce en una cadena de cilindros a presión llamado tren de laminación. Estos cilindros van conformando el perfil deseado hasta conseguir las medidas adecuadas.




PRESENTACIÓN

Este blog cumple con la estricta finalidad de permitir a los alumnos acceder a los materiales de estudio que ha preparado el profesor.
Prof. Alejandro Acosta