La sociedad colonial hispanoamericana estaba integrada por tres diferentes grupos: los que estaban en América antes de la conquista – los indígenas –, los que llegaron voluntariamente – los españoles – y los que fueron obligados a venir – los africanos – .
Se ha calculado que la población indígena americana a fines del siglo XV oscilaba entre los 40 y 50 millones de personas, distribuidos en forma desigual. Las zonas más densamente pobladas correspondían a las regiones de Mesoamérica y los Andes centrales. Las áreas de escasa densidad demográfica correspondían a Paraguay, parte de Venezuela y las Antillas. Por último las zonas con menor cantidad de población se encontraban en el Río de la Plata y el sur del continente. El número de indígenas disminuyó drásticamente desde los primeros momentos de la conquista. Las enfermedades, las guerras de conquista, los duros sistemas de trabajo y hasta los abortos y suicidios provocaron esta crisis demográfica.
Por otra parte, el número de españoles y criollos, muy pequeño en el siglo XV – apenas cien mil personas – aumentó significativamente hasta superar los tres millones a fines del periodo colonial. Más espectacular fue el aumento de los mestizos. En 1650 había casi 600.000 y llegaron a ser más de 5 millones en 1825. Los africanos, ya fueran esclavos o libres, en muy pocos en el siglo XV, en 1650, 715.000 aproximadamente y en 1825, casi dos millones.
LOS ESPAÑOLES Y CRIOLLOS RICOS.
Al producirse la conquista un importante número de españoles se trasladó a América. A medida que los primeros se enriquecían, nuevos inmigrantes fueron llegando.
Dentro de las actividades desarrolladas por los españoles en América, ser encomendero de indígenas era la más anhelada, porque ponía bajo el mando directo del mismo a uno o varios poblados indígenas cuyos habitantes debían trabajar para él y comprarle obligatoriamente lo que quisiera venderles. Los motivos de esta preferencia eran las riquezas y el prestigio social que se podían obtener.
Los hijos de españoles nacidos en América eran los criollos. Éstos, junto con los peninsulares, formaban el grupo con mayor poder dentro de la sociedad, controlando las principales fuentes de riqueza y el prestigio social. Aunque eran iguales en teoría, existía una gran rivalidad entre españoles y criollos. Los altos cargos políticos, militares y religiosos en general estaban reservados a los españoles, mientras que los criollos sólo tenían libre acceso a los Cabildos.
Españoles y criollos podían administrar las minas de metales preciosos y de mercurio, obtenían generosas donaciones de tierras en las que establecieron haciendas (en México y Nueva Granada), o estancias (en el Río de la Plata). La mano de obra empleada era de indígenas o de esclavos de origen africano.
Otro núcleo de españoles y criollos se dedicaban al comercio entre España y América. Exportaban metales preciosos y las materias primas que Europa necesitaba, como azúcar, cacao y cueros.
el pueblo llano
Por debajo de los grupos antes mencionados, integrando el pueblo llano, se encontraban los tenderos, artesanos y criados.
Los españoles que no lograron hacer fortuna y alcanzar la categoría de vecinos, se concentraron de preferencia en las ciudades, donde se dedicaban al comercio al por menor, a oficios mecánicos o a prestar servicios a españoles ricos como criados, palabra que significaba dependencia económica o familiar pero no estrictamente servil.
Todos conservaban su condición de hombres libres, pero aunque llegaban a tener casa en la ciudad no tenían acceso a cargos de gobierno de la misma ni prestigio social apreciable, y constituían el elemento blanco de la plebe urbana.
Del pequeño comercio vivieron los tratantes de cualquier mercancía, tenderos que regenteaban tiendas y tendejones, pulperos cuyas pulperías representaban el grado mínimo de la venta al por menor, y vendedores ambulantes. Estas ocupaciones, tenidas por viles, eran ejercidas indistintamente por blancos, indios, mestizos y castas e iniciaban el escalón social en que la pobreza acaba por igualar a todas las razas. Esta masa de pobres crecía sin cesar y vivía con cada vez menos esperanza de mejora; la vagancia voluntaria o forzosa por falta de trabajo, la prostitución y la delincuencia, el alcoholismo y la picaresca tenían buen caldo de cultivo en este medio, que nutría con frecuencia a cárceles y hospitales.
Entre el pueblo llano destacaban por su categoría y cohesión social los artesanos dedicados a oficios manuales, que no tardaron en integrarse en gremios creados a imagen y semejanza de los existentes en España.
El artesanado de Hispanoamérica se constituyó a base de los escasos españoles que ejercieron sus oficios después de emigrar, de indios que continuaron las tradiciones mecánicas prehispánicas, mejoradas y aun transformadas por las herramientas y técnicas europeas, o aprendieron sus oficios en las escuelas de artesanía creadas por los frailes e incluso de negros y castas.
En la población rural cabe señalar, en primer término, la presencia desde el siglo XVI de españoles (europeos y americanos) de condición modesta establecidos en quintas o chacra; cuando lograban conservar su propiedad, constituían una clase de pequeños agricultores extensa e importante en algunas regiones; otras veces sucumbían ante el desarrollo de latifundios, perdían sus tierras y trabajaban las de un hacendado que se las arrendaba a cambio de su trabajo en la hacienda o mediante un contrato de aparecería[1]; en esta última condición se encontraban los llamados rancheros y terrazgueros, entre quienes se hallaban tanto blancos como mestizos e indios. También había españoles como trabajadores asalariados, pero más bien en cargo de capataces y mayordomos o como criados y allegados al hacendado.
ESCLAVOS
Los negros esclavos constituían en la sociedad indiana un contingente humano de considerable importancia destinado a servir de fuerzas de trabajo, pero que determinaría con su presencia y acción un factor de singular significado en la conformación étnica, espiritual y cultural de los pueblos de nuestra América.
Existían tres clases de esclavos: los domésticos, los de tala y los jornaleros. Los primeros desempeñaban las faenas de la casa de los amos, del ingenio o plantación; los segundos se dedicaban al cultivo de la tierra, y los últimos eran alquilados por sus amos para hacer trabajos fuera de sus dominios a jornal, que percibían los amos.
Los domésticos eran los que, comparativamente, podían tener una vida menos rigurosa, pero en las haciendas los esclavos de tala estaban bajo la vigilancia de los mayorales – en muchas ocasiones un mestizo vinculado al amo por vía sanguínea, o, en excepcionales casos, un negro que gozaba de la confianza del amo –, que trataban con rigidez, dureza y crueldad a los negros esclavizados. El trabajo de éstos era desganado y lento.
Rivalidades entre blancos españoles y criollos
Los efectos de la crisis de la dominación española se manifestaron fuertemente en el estamento “blanco”, determinando una progresiva segregación de los “españoles-americanos” de los “españoles-europeos”. Dos factores incidieron en este proceso: el “nacionalismo” altanero de los peninsulares, que les hacía sentir todo lo español superior, tanto a lo americano cuanto a lo de cualquier otro país, y la concepción del Estado, en virtud de la cual cada individuo de un territorio particular se sentía vinculado a la persona del monarca, pero no a los súbditos de los otros reinos de la Monarquía, a los que consideraba poco menos que “usurpadores” cuando ejercían cargos en la región.
En efecto: el criollo (español-americano), como se ha señalado, nunca fue ni se consideró súbdito de España, sino de la Corona. El distingo, por lo general, no era comprendido en la zona dominante de la Monarquía y para quien América era un “dominio” y no otro Reino de la misma y común Corona.
Las rivalidades del criollo y el español-europeo, en las centurias pasadas, no habían tenido el tono violento que ahora se acusaba con el peninsular que llegaba en busca de perspectivas económicas, en rigor, un español en cierto modo extraño a las motivaciones hispánicas tradicionales del hecho americano, ajeno a la labor fundacional. Su moral burguesa, que tendía a ver una virtud en el trabajo y un premio en la riqueza, veía con antipatía el afán de hidalguía “aristocrizante” del criollo, estimándole incapaz de realizar esfuerzos sistemáticos y ordenados.
El criollo consideraba a la reciente inmigración hispánica como advenedizos, llegados con una “mano adelante y otra atrás”, que hacían fortunas que les permitían acaparar jerarquías, entroncar con linajes prestigiosos por casamiento con ricas herederas y trepar a los puestos públicos. Por lo demás, el criollo veía disminuida su capacidad de actuación en el comercio local y ultramarino por la acción monopólica de las casas comerciales españolas.
Para él, los hombres con derecho a ejercer la función pública eran los virtuosos, tratándose de criollos; pero para el caso de un europeo, creía que no había perdido vigencia la exigencia de pruebas de “limpieza de sangre”, de manera que miraba con desprecio a esa inmigración llegada para hacer fortuna, sin preocupaciones de hidalguía y para la cual el comercio era un título.
[1] Acuerdo donde el propietario de la tierra acuerda con otro para que le trabaje a cambio de una parte de la cosecha o del ganado criado.