Textos a partir de "La época batllista 1905 - 1929". Benjamín Nahum.
Batlle en Europa (1907-1911)
Parece evidente que el espectáculo de una Europa que se
transformaba social y económicamente influyó poderosamente en el espíritu
receptivo de Batlle y Ordóñez. Durante su estadía en Francia pudo evaluar los
resultados de la política anticlerical de la III República que culminaron en
1905 con la separación de la Iglesia y el Estado. Previamente se había
realizado un gran esfuerzo para apartar el clero de la enseñanza prohibiendo el
mantenimiento de escuelas a muchas congregaciones religiosas y multiplicando
las escuelas del Estado para ofrecer una educación laica, gratuita y
obligatoria.
Simultáneamente con el acceso de Clemenceau a la dirección
del gobierno francés se producía una intensificación de las demandas obreras en
pro de las mejoras laborales y sociales. El Estado reprimió con severidad a los
gremios e hizo intervenir a la fuerza pública
en numerosas oportunidades en defensa de la "libertad de
trabajo". El clima de permanente intranquilidad que el problema obrero
provocó debió ser motivo de muchas reflexiones de un hombre como Batlle, que ya
tenía cierta inclinación a considerarlo como un tema esencial del gobierno.
Probablemente sintió que tales problemas podían ser evitados en un país joven
como el Uruguay, donde las clases sociales recién estaban en formación, y donde
una obra justiciera por parte del Estado en ese campo podía evitar los
enfrentamientos sociales que tantos dolores causaban a las viejas naciones
europeas.
Ideología de Batlle
A) Filosofía.
Esa convicción, por otra parte, coincidía con su ideología,
un humanitarismo que desbordaba de fe en los progresos del hombre. Dentro de
esta concepción el hombre es un ser racional dotado de libre arbitrio y con la
voluntad suficiente para hacer su historia.
Era esencialmente un ideal reformista, evolucionista, que
negaba la violencia y la revolución. Concebía al hombre capaz de realizar todos
los cambios sociales necesarios dentro de una estructura liberal y democrática.
Las decisiones de la mayoría en ese contexto eran obligatorias para la minoría;
traducido a la realidad política de su tiempo significaba que las reformas que
el mayoritario Partido Colorado deseaba imponer no podían ser rechazadas por la
minoría Nacionalista.
Batlle y Ordóñez no aceptaba ningún determinismo sobre el
hombre, y menos aún el económico de las teorías socialistas. Sostenía que el
hombre es libre y hace la historia de acuerdo con sus ideas. La justicia y la
libertad tienen más fuerza que las condiciones materiales que rodean al
individuo. "El móvil de las acciones humanas no es solamente el
interés; la idea, la verdad, apasiona también al hombre". El
pensamiento humano no es un producto derivado de los hechos materiales sino que
es el resultado de la libre elaboración de su espíritu. El espíritu puede
dominar y condicionar a los hechos materiales.
B) Sociedad.
Ese afán de libertad individual se conciliaba en su
pensamiento con la justicia social. Si en la ideología propia de su época fue
común la apasionada defensa de la libertad, debe señalarse que el concepto de
justicia social fue procesado por muy pocos estadistas en su momento histórico.
Negaba la lucha de clases, que implicaba darle a la vida
política un tono violento y a la vez la identificación de un partido político
con una sola clase social. Y la negaba porque sostenía que las clases sociales
tienen una existencia material pero también otra espiritual, y dentro de todas
ellas era posible encontrar hombres de buena voluntad que se hayan desligados
de sus interese materiales. Además, Batlle y Ordóñez sostenía que las luchas
sociales en Uruguay no debían tener la misma violencia que en Europa. En un
país joven, donde los conflictos sociales apenas apuntaban, donde no existía
tradición de lucha de clases, donde los distintos intereses no se habían
enquistado todavía, en posiciones irreductibles, era posible que el organismo
representativo de toda la sociedad, el Estado, actuara como árbitro y
componedor en las disputas que el progreso económico podía aparejar.
Por ello el Estado debía acentuar su intervención en aras
de la tranquilidad pública y de la justicia social. Al actuar como árbitro en
los conflictos sociales, no debía perder nunca de vista que la justicia debía
inclinarlo a contemplar a los miembros más débiles de la sociedad. De allí la
copiosa legislación social y laboral en beneficio de las clases trabajadoras:
la gran batalla por la jornada de 8 horas, los seguros contra accidentes de
trabajo, la implantación de las jubilaciones, la protección a los ancianos
(pensiones a la vejez), la ayuda a los enfermos (asistencia pública, laica y
gratuita).
C) Política.
La libertad y la justicia social conllevan a la democracia
política. En el Uruguay, donde el obrero podía votar, Batlle creía que el voto
sería mucho más eficaz que la revolución. El voto del obrero, sumado al voto de
buena voluntad de todas las clases sociales, lograría imponer pacíficamente las
reformas consideradas necesarias por una ideología solidarista y humanitaria.
Por lo tanto, para Batlle, el sufragio universal era el
camino a la justicia. "En las democracias con sufragio universal, los
desheredados son los más fuertes porque son los mas". De esta convicción
es que se derivan sus iniciativas de otorgar el sufragio a la mujer, extenderlo
a los inmigrantes con corta residencia en el país y su proyecto de establecer
el plebiscito, o consulta popular, vieja idea de sabor anarquista por su
apelación a la democracia directa, que constituía un intento de pasar por sobre
los poderes del Estado para remitirse al pueblo que era considerado la única
fuente de todo poder político.
Así entendido el sufragio, la organización política de la
sociedad debía completarse con dos reformas: en el Estado y en el partido.
En el Estado procediendo a la sustitución de la presidencia
por un ejecutivo colegiado que alejaría para siempre los peligros de una
dictadura personal que arrasara para siempre los derechos del pueblo. La
omnipotencia que la constitución de 1830 le daba al presidente le parecía el
mayor peligro posible para la estabilidad de las instituciones y el respeto de
la voluntad soberana. Dividido el poder de decisión entre nueve hombres se
diluiría el peligro lo que preservaría las libertades individuales y públicas.
Si al colegiado se le atribuía el papel de eliminar la
dictadura política, en la separación de la Iglesia y el Estado se veía la
garantía de la libertad de conciencia para todos los miembros d de la
comunidad. El racionalismo espiritualista de Batlle y Ordóñez rechazaba todas las
religiones positivas, y particularmente la católica, porque la constitución le
daba ingerencia en la vida pública y en la conciencia de los ciudadanos; como
esto era otra forma de despotismo que tampoco se podía admitir, su ideal era el
Estado laico, cuya única misión fuera la de proteger también en este plano la
libertad de conciencia de todos los integrantes de la nación.
Para que la democracia fuera una realidad en la vida del
pueblo, y no una mera formalidad en la organización del poder político, Batlle
estimaba necesario que el ciudadano fuera instruido y tuviera intervención
directa en la vida pública. Para ello era necesario que se extendiera la
educación a los más amplios sectores sociales, acentuando el rasgo de la
gratuidad, que era esencial para lograrlo, y llevarla al interior del país,
donde padecía notorias carencias (liceos departamentales); y a la mitad
femenina del país que todavía no había sido integrada a la cultura (universidad
de mujeres). Solo el hombre culto, conciente, podía ser un ciudadano apto. Pero
una vez logrado esto el ciudadano debía poder pesar en las decisiones del
gobierno. No bastaban los plebiscitos de iniciativa y ratificación, ya
señalados, que aunque importantes en su esquema solo eran consultas populares
esporádicas. Lo que entendía necesario era la participación continuada y
persistente del ciudadano en la vida política. Y para ello el camino era
abrirle la puerta de los partidos políticos, que como grandes movimientos de
opinión, estarían representando directamente la voluntad popular. Por eso buscó
la democratización del partido transformando su estructura. La creación del
club seccional, que entendió como escuela de civismo, y, en escala ascendente,
los comités departamentales, la comisión nacional, el comité ejecutivo nacional
y, finalmente, el organismo más representativo por multitudinario: la
convención del partido, donde estaban todas las opiniones, donde todas las
opiniones serían escuchadas, todas las tendencias estarían representadas y se
pedirían cuentas a los gobernantes partidarios de sus actos y de la acción de
gobierno.
Entonces el partido - que sería el pueblo organizado en su
actuación política - no solo elegiría sus hombres en el gobierno, sino que
además los instruiría sobre lo que deberían hacer y los controlaría para que
efectivamente cumplieran con el programa en acción. Los gobernantes serían
simples ejecutores de la voluntad partidaria, es decir, popular. Es la idea,
que tantas discusiones habría de provocar luego, del mandato imperativo.
D) Economía.
Así consolidado el esquema de la organización política de
la sociedad, Batlle entendía que el Estado debía multiplicar su acción en cada campo
en ese momento reservado solo a la iniciativa privada. En países jovenes donde
ésta fuera tímida o insuficiente, o donde predominaran empresas extranjeras que
extraían la riqueza de la región no había nadie más que el Estado que pudiera
llenar las carencias que sufría el cuerpo social y que defendiera el patrimonio
nacional.
Esa es la base del pronunciado intervencionismo económico
que caracterízó su acción de estadista. La nacionalización del crédito y los
seguros (Banco de la República ,
de Seguros, Hipotecario); la nacionalización de servicios públicos esenciales
en manos extranjeras o privadas (ferrocarriles, puerto, telégrafo, luz
eléctrica); el proteccionismo aduanero para esimular la naciente industria
nacional o impulsar la diversificación industrial que nos liberaría de la
dependencia exterior, son las manifestaciones de tal política.
C) Realizaciones.
Todos los temas expuestos hasta ahora constituyen un
panorama difícil de abarcar en su conjunto por su amplitud. Muchas de las
iniciativas que señalamos no pudieron ser aplicadas en su gobierno, fracasaron,
o tuvieron un éxito parcial. Su éxito o fracaso dependió de la mayor o menor
receptividad que esas ideas tuvieron en la sociedad, de las fuerzas sociales
que lo apoyaron para que las realizara, o se opusieron a él para impedírselo,
del desarrollo económico del país en la época, de su dependencia del exterior
que tanto condicionaba sus realizaciones internas, de los conflictos políticos
que ocuparon buena parte de su esfuerzo y de su atención. En suma, de un
conjunto de hechos históricos que son los que siempre condicionan el pasaje a
la vida real de toda ideología.
F) Juicio.
¿Qué comentarios pueden merecer este programa?
Muy diversos y polémicos sin duda, pero quizás sean
rescatables las siguientes puntualizaciones.
Parece evidente que la intención de Batlle fue crear un
país de clase media, donde predominara el pequeño propietario, liberal y
abierto a las nuevas ideas. No valoró suficientemente el problema que para todo
el país significaba la forma de explotación tradicional de la tierra. En una
economía basada fundamentalmente en la ganadería, tanto el latifundio como el
minifundio constituían trabas esenciales para su desarrollo. Sin un aumento de
la producción agraria y su diversificación, no podía lograrse un desarrollo
capitalista nacional que comprendiera a todo el país, y no solo a la capital.
Quizás el periodo de bonanza económica que acompañó su actuación pública le
dificultó una real aprehensión del problema. Pero lo cierto es que al no actuar
en ese campo estaba hipotecando el futuro de su obra económica y social. Un
país con un medio urbano desarrollado y un medio rural atrasado llevaba en su
seno una contradicción irremediable que no tardaría en aflorar cuando la
bonanza económica internacional terminara.
Confió ciegamente, como era habitual en la Europa de su
época, en que la extensión de la educación y el sufragio universal
constituirían los remedios infalibles para curar todos los males sociales. Hoy,
luego de la barbarie e irracionalidad de dos guerras mundiales, sabemos que
esos elementos, con ser esenciales, no alcanzaban para la implantación de una
democracia completa.
Como representante típico del liberalismo, le dio enorme
importancia al problema de la organización política de la sociedad. Ello no
solo le insumió ingentes esfuerzos, sino que le quitó poder para llevar a cabo
sus otras concepciones sociales y económicas. Confiado en la razón pensó que
ésta se impondría por sí sola, por sus bondades intrínsecas y subestimó la
fuerza de la oposición, que aprovechó el rechazo a sus ideas políticas (el
colegiado) para oponerse también a su obra económica y social. Pero, en su
conjunto, la obra llevada a cabo en el primer tercio de nuestro siglo (el XX)
fue importante, y en algunos casos irreversible. El valor de la democracia
política, la lucha pacífica de partidos opuestos, la extensión de la educación,
el papel del Estado como árbitro en los conflictos sociales, su intervención en
la vida económica y social fueron conceptos que se incorporaron a la vida de
los uruguayos y les dieron una personalidad propia y definida con relación al
resto de América.