miércoles, 16 de noviembre de 2016

La Revolución Artiguista. Contenidos fundamentales.

La Revolución Artiguista




Un proceso regional

“Nuestra” revolución es parte del proceso iniciado en Buenos Aires, en mayo de 1810, si bien en la Banda Oriental se inicia con el “Grito de Asencio” en febrero de 1811. Nuestro “retraso” se explica por el fracaso de sumar a la ciudad de Montevideo, (la más importante base naval en el sur atlántico de las colonias españolas), por parte de quienes querían adherir a la Junta bonaerense. A partir de allí el centro de gravedad de una posible insurrección debe pasar a la campaña, porque también es allí donde la base social, política y militar española es escasa y las tensiones contra la Corona mayores.
En palabras de la historiadora Ana Frega, el inicio de la revolución que reconoce el artiguismo es mayo de 1810, “celebrándose como fiesta cívica en la Provincia Oriental aún en lo peores momentos de lucha contra los portugueses, como por ejemplo en mayo de 1819 en Maldonado.
Por eso  una de las preocupaciones de la Junta de Buenos Aires, era lograr la adhesión del resto del virreinato mediante distintos mecanismos, en el caso de la Banda Oriental una vez fracasada la adhesión de Montevideo la forma es el fomento del levantamiento de la campaña, donde una parte importe dependía jurídicamente de Buenos Aires. El “Grito de Asencio” (actual departamento de Soriano) en febrero de 1811, se da en jurisdicción de esa ciudad. Es la Revolución del Río de la Plata la que genera distintas corrientes dentro de ella, una de las cuales es la que encabeza José Artigas, de construcción de un Estado de características diferentes a las que propone Buenos Aires”.
La Revolución comienza contra la oligarquía española poseedora de los principales medios de producción y distribución (saladeros, barracas exportadoras, estancias ganaderas, comercio monopólico, tráfico de esclavos, etc.), encumbrada en los organismos de gobierno colonial y detentadora del status social privilegiado.
Contra esa oligarquía es que se levantan la mayoría de los medianos y pequeños hacendados, junto a algunos grandes estancieros, comerciantes de los pueblos, agricultores, paisanos sin tierras, curas pueblerinos, gauchos, esclavos fugitivos y ciertas poblaciones indígenas. Van a estar encabezados desde el punto de vista  político – militar por oficiales del cuerpo de Blandengues y caudillos locales. Es al frente de este gran arco social, al que se suman los grupos juntistas derrotados en Montevideo, que se pone José Artigas, primero como representante de la Junta de Buenos Aires y luego como “Jefe de los Orientales”.
Pero también están presentes, aunque subordinadas, las contradicciones de este heterogéneo conjunto social. Por ejemplo, dentro de la clase de hacendados chocaban el gran propietario con los numerosos ocupantes de sus campos, el grande o mediano poseedor con el resto de los ocupantes, que con o sin títulos, en mayor o menor cantidad, detentaban los campos.

El Federalismo y la soberanía particular de los pueblos

En el Congreso de Tres Cruces, convocado en abril de 1813 para elegir los diputados para la Asamblea Constituyente reunida en Buenos Aires (que iba a redactar una Constitución para establecer cómo iba a ser el nuevo gobierno), los orientales fijaron las bases del proyecto alternativo. Se declaraba la independencia de España y de la familia de los Borbones; se proclamaba la forma republicana de gobierno; y se establecía que las provincias debían ligarse por alianzas ofensivo-defensivas, preservando cada una de ellas “todo poder, jurisdicción y derecho” que no hubieran delegado expresamente a las Provincias Unidas (territorio del antiguo virreinato del Río de la Plata). De allí que pudieran tener su propia constitución y gobierno, levantar su propio ejército, legislar sobre aspectos económicos y comerciar libremente, rompiendo el monopolio portuario de Buenos Aires. El objetivo de la revolución era la soberanía particular de los pueblos. Luchaban para destruir la tiranía en América, y no permitirían que el dominio español fuera sustituido por ningún otro, aludiendo al gobierno de Buenos Aires. Se expresaban así las discrepancias que habían comenzado en octubre de 1811 cuando Buenos Aires firmara un armisticio con Montevideo, que devolvió la Banda Oriental al dominio español y obligó a muchos orientales a abandonar el territorio.
El artiguismo reconocía el derecho de los pueblos a constituirse en provincias y proclamaba que la unión, para ser firme y duradera, debía edificarse a partir del reconocimiento de las soberanías particulares. Estos planteos encontraron eco en otras provincias, y el artiguismo extendió su influencia a la margen occidental del Uruguay: Entre Ríos y Corrientes en 1814 y Santa Fe, Córdoba y Misiones en 1815.

Reforma Agraria

El proyecto artiguista fue profundizándose en la interacción del caudillo con las masas. José Pedro Barrán sostuvo que éste fue el “conductor y el conducido…no el pastor de un rebaño, pues el protagonismo en ocasiones esenciales, en giros decisivos de la revolución, fue asumido directamente por la sociedad oriental, y desde 1815, por su sector mayoritario, las `clases bajas”.
El “Reglamento Provisorio para Fomento de la Campaña y Seguridad de sus Hacendados” es un ejemplo de esa relación con quienes lo sostendrán hasta el final, “las clases bajas”. No era una declaración doctrinaria de buenas intenciones, sino un plan de acción que consolidara la base social de la revolución, levantara la producción pecuaria para enfrentar los destrozos de cuatro años de guerra mediante el fomento del rodeo y no la simple matanza del ganado para obtener el cuero, persiguiera policialmente el abigeato y la arriada de ganado a Brasil, asentara a miles de paisanos dando satisfacción a la demanda de tierras, y atendiera la justicia social, para que “los más infelices fueran los más privilegiados”.
Se establecen condiciones claras para cumplir una vez que le fuera concedida la suerte de estancia de legua y media de frente y dos de fondo al donatario, para que en un plazo de dos meses construyera rancho y dos corrales, extensible por un mes más, bajo apercibimiento de perder la donación en caso contrario. Y se prohíbe enajenar, vender la suerte de estancia o contraer deudas sobre ella, como forma de evitar que se repita el proceso de concentración latifundista, hasta que la Provincia pueda darse un ordenamiento final.
Como era un instrumento revolucionario concreto el Reglamento establece que la tierra a repartir será la de los malos europeos y peores americanos, es decir los enemigos de la Revolución, dado que debe velar por mantener en el bando patriota a los grandes hacendados que lo integraban. A la vez que entrega la aplicación del reparto al Cabildo de Montevideo (en la figura del Alcalde Provincial y de tres sub-tenientes designados por él), donde predominan los intereses de aquellos, sumado a las medidas de contención policial contra los vagabundos, malhechores y desertores.
Los grandes hacendados, saladeristas y comerciantes intentarán retrasar y desfigurar la aplicación y sentido del Reglamento. Esto genera que en las zonas donde la confrontación por la tierra es más aguda se produzcan repartos de hecho por varios oficiales artiguistas esperando la confirmación formal, confrontando con los grandes hacendados y sus representantes políticos.

Encarnación Benítez
El Cabildo Gobernador de Montevideo se convierte en la punta de lanza contra el reparto de tierras. Por ejemplo, solicitando a Artigas que intervenga para detener a Encarnación Benítez, jefe artiguista iletrado y “pardo”, al que se lo acusa de que, al mando de 5 partidas (compuestas por supuestos vagos o desertores), “atraviesa los campos, destroza las haciendas, desola las poblaciones, aterra al vecino, y distribuye ganados a su arbitrio”.
Encarnación, en oficio a Artigas, acusa a los “Bellacones” de insultar impunemente a quienes pusieron “el pecho a las balas” mientras éstos estaban entregados a sus intereses personales, a la vez que advierte que el clamor general es “nosotros hemos defendido la Patria y las haciendas de la campaña, hemos perdido cuanto teníamos, hemos expuesto nuestras vidas por la estabilidad y permanencia de las cosas,… (Pero)…son ellos los que ganan y nosotros los que perdemos. Lo cual puede dar “margen a otra revolución peor que la primera”.
Artigas, ante esta situación, contesta al Cabildo respaldando a Encarnación,  restándole crédito a las “denuncias” del mismo, porque el segundo no tiene más que “12 hombres, como podrá formar esas cinco Partidas q. e inundando los campos hagan en ellos estragos indecibles. (…) Acaso hablando en la presencia  de Vuestra Señoría, como en la mía, no lo hallaría tan digno de Vituperio”. A la vez, a dos meses de dictado el Reglamento Provisorio, le recrimina al Cabildo que si el tema de Benítez es el motivo de los retrasos en su aplicación se lo “reduzca” a las funciones militares y salga de una vez el Señor Alcalde Provincial a “llenar su comisión”, de forma de lograr que  “sin tanto estrépito (se recojan) frutos saludables”.
Conciente de que la aplicación del Reglamento era la única forma de parar con la explotación anárquica del recurso económico más importante de la Provincia Oriental, el vacuno, ya que “cada Paysano y los mismos Vecino no hacen mas que destrosar: que poco zelosos del bien publico no tratan Sino de su Subsistencia personal, y aprovechandose del poco zelo dela campaña destrosan á Su Satisfacción”, conmina al Cabildo a que “ponga en planta el proyecto (el Reglamento), y dando al S.or Alcalde Provincial la Partida de 16 ó 18 hombres que me pide con fecha quatro del Corriente Salga inmediatamente á Correr Su jurisdicción”.

Artigas es peligroso

Artigas ha pasado a ser peligroso para los poderosos del bando patriota. Para ellos la Revolución había concluido, y las masas debían asumir su papel subordinado, en el marco de las estructuras del latifundio, el saladero, y la exportación de cueros y tasajo como base material de su dominio, así como la exclusión en la política y en la dirección del territorio.
Buena parte del paisanaje, de los pequeños y medianos hacendados, de los ocupantes de tierras habían demostrado su intención de hacer realidad los ideales igualitarios que la Revolución había despertado o promovido, tanto políticos como económicos. Y el caudillo se puso al frente de ellos.
Una vez comenzada la invasión portuguesa  las clases acomodadas vieron al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves como la única opción de orden social y respeto a la propiedad. Mientras que para el Directorio de Buenos Aires era imperativo terminar con la influencia federal artiguista, cuestionadora de su política de subordinación a los intereses de la oligarquía residente en dicha ciudad.
Al momento de conocerse la proximidad del ejército comandado por Carlos Federico Lecor, en 1817, el Cabildo de Montevideo resuelve solicitar “la protección de las armas de Su Majestad Fidelísima”, y envía a una delegación para ofrecer la entrega de la ciudad. La que estaba integrada por Francisco Javier de Viana, Agustín Viana (ambos latifundistas) y Dámaso Antonio Larrañaga.
El 20 de enero Lecor entraba en Montevideo. Jerónimo Pío Bianqui, miembro del Cabildo, le expresaba: “El Exmo. Cabildo de esta ciudad, por medio de su Síndico Procurador General, hace entrega de las llaves de esta plaza a S.M. Fidelísima – que Dios la guarde -  depositándola con satisfacción y placer en manos de V.E.”.
El general portugués mandó izar la bandera del Reino en todos los edificios públicos, en “medio de salvas y repiques de campanas, mientras a su paso rivalizaban las señoras de las familias de ‘gente principal’ en el aplauso y el arrojar de ramilletes de flores…”.
Luego vino un largo rosario de defecciones de varios jefes artiguistas. Rivera, a pesar de que muchas veces es el más conocido de estas deserciones, es el último gran jefe militar que acepta pasarse al bando portugués en 1820, aunque es el golpe de gracia a los intereses artiguistas, que siendo fuertes en el litoral del río Uruguay habían ido allí a buscar rearmar las fuerzas
Manuel Oribe, al separarse de Artigas en 1817, sostuvo que no quería “servir a las órdenes de un tirano que, vencedor, reduciría el país a la más feroz barbarie y, vencido, lo abandonaría al extranjero”. Juan Antonio Lavalleja escribió a Carlos María de Alvear el 18 de julio de 1826: “El General que suscribe no puede menos que tomar en agravio personal un parangón (con Artigas) que le degrada…”. Y Rivera, dirá a Francisco Ramírez en junio de 1820: “…para que el restablecimiento del comercio tan deseado, no sea turbado en lo sucesivo, es necesario disolver las fuerzas del general Artigas, principio de donde emanarán los bienes generales y particulares de todas las provincias, al mismo tiempo que será salvada la humanidad de su más sanguinario perseguidor. Los monumentos de su ferocidad existen en todo este territorio…”.
Los paisanos pobres, los donatarios artiguistas, los indios, seguían viendo a Artigas como el único factor de “igualdad”, de acceso a la tierra, de dignidad en una sociedad tan jerarquizada. No lo demostraron con proclamas, sino apegándose a la resistencia de la montonera contra un ejército de línea, con una oficialidad formada en las guerras europeas y una cruda superioridad de armamentos.

Es en ellos que el caudillo va a encontrar “más resignación, más constancia y consecuencia” en la defensa de la revolución.